Revista Cultura y Ocio

Las dos vidas de José Beran (1/2)

Publicado el 10 marzo 2012 por Aranmb

Muchas veces el descaro, esa enfermedad juvenil por la que todos pasamos alguna vez en la adolescencia -a algunos se les cura y a otros no-, hace que quienes aún no peinamos canas nos veamos henchidos en nuestra juventud -¡cuánto cuesta comprender, realmente, que es pasajera!- y, al ver a un anciano anónimo por la calle, nos sintamos orgullosos de haber vivido, probablemente, más de lo que parece haber vivido él, con su mirada perdida, y sus labios separados, y su fatiga al caminar, y sus arrugas, y sus manos temblorosas. Que alguien tire la primera piedra si no ha sentido tal cosa nunca. Qué estúpidos podemos llegar a ser.

A veces trato de imaginar qué irónico sería que, alguna vez, como seguro que ocurrió, algún joven descarado hubiera pensado tal cosa al ver cruzar la calle, allá a principios de los 80, a mi bisabuelo José. Arrugado, enfermo, con ojos aguados, esos ojos tan azules y llenos de timidez. Y, sin embargo, ese joven que ahora ya no será tan joven, a pesar de estar equivocado, no lo estaba tanto como la gente que realmente conoció a José y, no sabiendo leer entre líneas, se quedó con el carácter eslavo, frío, del anciano. Para muchos, aún conociéndole, José era un anciano algo aburrido, que hablaba muy poca cosa, encerrado de sí mismo y que dejaba todas las interacciones sociales en manos de su mujer, Nora para todos y Hono para él. Un anciano cuyo escaso carácter probablemente significase que había dejado la vida correr más como espectador que como protagonista, de casa al trabajo y del trabajo a casa, plato de cuchara en fin de semana y tardes de radio primero y de televisión después. Punto.

De justicia es, abuelo, que más de veinte años después de que te fueras, demostremos a toda esa gente lo equivocada que estaba. Tu historia ya no puede hacer daño a nadie. Por el contrario, sólo puede ayudarnos. De modo que , con tu permiso, ahí va.

Nota al lector: Pasa el ratón sobre todas las imágenes del artículo. Cada una de ellas tiene relación con la historia -o historias- de José.
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1. Josífku / Josín

Mi bisabuelo José nació en el Frontón gijonés, ahí donde hoy se juntan la avenida de la Constitución con Magnus Blikstad, en un barrio que hoy se deshace en rascacielos -modestos, pero rascacielos a fin de cuentas- y que en 1906, el año en que nació, era una enorme explanada de huertas y casitas de obreros. José era hijo del moravo (él, soldado como había sido imperial, prefería ser llamado austro-húngaro)

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František Beran, que llevaba aquí cinco años trabajando como esmaltador en la desaparecida fábrica de Moreda, y de Antonie (de soltera Bouřová), que le había seguido poco tiempo después. José, para los asturianos Josín, para la familia Josífku, llegó a conocer esa verdísima Moravia donde hundía sus raíces, aunque el papá no se hablase demasiado con los abuelos y los viajes fueran escasos por lo costosos y lo largos. En una época en la que no había aviones, José pisó media Europa en tren cuando aún eraun guajín que no reparaba en lo extraordinario que era, especialmente de aquella, que él estuviera viendo en directo primero Francia, luego Alemania, luego Austria, Checoslovaquia finalmente y, de nuevo, el camino inverso de vuelta a casa. Por eso no hablaba de ello. No era raro. Y cuando finalmente se dio cuenta de que sí lo era fue cuando ya había dejado de hablar. Por eso, la única prueba que hay de sus viajes está sólo en los papeles, en el pasaporte de su padre cuando él tenía sólo doce años. Fue el primer testimonio mudo que dejó José, y no sería el último.

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También fue extraordinaria la educación que se le dio al pequeño José, aunque eso él no lo supiera cada tarde que hacía sus deberes en la casa del comedor de casa, bajo la imperturbable mirada del antiguo emperador Francisco José desde un cuadro que su padre se negaba a descolgar. Hijo de obrero, se benefició, como sus hermanos varones, de una verdadera escuela pública y gratuita, la primera que de verdad universalizó la educación también para aquellos que, de otra manera, nunca hubieran podido estudiar. José asistió a la Escuela Neutra de Gijón, y aunque no fue tan buen alumno como Pancho, el hermano mayor, que hasta salía en los periódicos en las listas de notas, destacado con notables y sobresalientes, aquello le aportó un conocimiento muy superior a la que tuvieron otros, que salían casi analfabetos de las escuelas, y, sobre todo,
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una capacidad de reflexión que jamás antes hubiera soñado el hijo de un obrero. José estudió asignaturas como lectura reflexiva y comentada, aritmética, geometría, geografía, historia de España, fisiología e higiene, ciencias físicas y naturales, urbanidad y cortesía, dibujo geométrico, álgebra, dibujo natural, gimnasia sueca, dibujo artístico, incluso francés… y jamás estudió religión, porque aquella era una escuela laica. Aprendió a leer por sílabas con El camarada de José Dalmau Carles y a reflexionar con Corazón de Edmundo de Amicis, en aquella época en la que se creía que los niños también podían, y debían, pensar:

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¿No sabes que ha habido padres que llegaron al fin de su vida desesperados por ver a sus hijos en la miseria, y que muchas mujeres perecieron de pena o se volvieron locas ante la pérdida de un hijo? Piensa hoy en todos esos muertos, Enrique. Piensa en tantas maestras que murieron jóvenes consumidas por el diario quehacer escolar para bien de los niños, de los cuales no quisieron separarse; piensa en los médicos que murieron de enfermedades contagiosas de las que no se precavían por curar a los niños; piensa en todos aquellos que en los naufragios, en los incendios, en las épocas de hambre, en un momento de supremo peligro, cedieron a la infancia el último pedazo de pan, la última tabla de salvación, la última cuerda para librarse de las llamas…

Hasta el mismo día de su muerte, José, que dejó de estudiar para aprender para ebanista, no dejó de ser generoso, solidario y comprensivo. Y arrugaba la cara cuando Nora imponía alguna sanción por leve que fuera, a los nietos, porque en la Escuela Neutra, además, estaban prohibidos los castigos.

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2. El ebanista / El esperantista, anarquista y naturista

Si una suerte tuvo José en su vida, ésa fue la de haber coincidido su juventud con un periodo de expansión de libertades y culturas en Gijón. Al Ateneo Obrero, que tenía sucursal también en el Llano, donde él vivía, se adscribían

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todos los jóvenes y no tan jóvenes con interés en multitud de actividades culturales y sociales desde finales del siglo XIX, época en la que se fundó, y especialmente ahora, a finales de los años 20, los tiempos de mayor esplendor del Ateneo. José, que había estudiado para ebanista y ya trabajaba con bastante esmero en un taller de la calle Sanz Crespo, no fue menos. Allí, en el Ateneo, se interesó por el esperanto, ese idioma que perseguía el sueño de que, en un futuro, todos los seres humanos pudieran entenderse entre sí sin fronteras, sin banderas y sin diferencias. La Astura Esperanto Asocio organizaba, tal y como da cuenta la prensa, cursos de esperanto allá donde se los requirieran: en su propia sede, pero también en el Ateneo Obrero, en clases adaptadas a que los jornaleros como José pudieran asistir después del trabajo, de 9 a 10 de la noche.

Cercano al Ateneo Obrero por las clases esperantistas, es muy probable que formara parte del grupo que, en enero de 1930,

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se fundó para propagar las ideas naturistas en las que él creyó hasta el final de su vida. José creía en el uso de remedios naturales para el mantenimiento de la salud y por eso, incluso ya anciano y ante la estupefacta mirada de sus nietas, se duchaba cada día con agua fría para favorecer la circulación sanguínea, comía fruta constantemente y cada día, al menos, un par de dientes de ajos crudos, hacía remedios con hierbas de lo más variado… no eran rarezas de anciano, sino una creencia que José mantenía desde muy joven y en la que se formó asistiendo a las reuniones del Ateneo Obrero. Tuvo la oportunidad de ver, en mayo de 1929, a Ruiz Ibarra, uno de los principales médicos naturistas de España. Como decía por aquel entonces El Noroeste (16 de mayo, 1929),

El naturismo no es sectarismo. No es una política, ni una religión. No es una charlatanería (…) El naturismo es una orientación científica fundada en un concepto de la posición del hombre en el Universo.

Parece ser que por aquel entonces conoció a Jesús González Malo, un obrero portuario santanderino que coincidió con él en las charlas del Ateneo y en las de CNT. Porque José pertenecía a la CNT por su afiliación al Sindicato Único de la Construcción, que lideraba en Gijón Emilio García (aquí su perfil en FAN Asturies; el retrato es obra de la que suscribe). Por cierto que, cosas de la vida, casualidad o no, Emilio García vivía por aquel entonces en la calle Caridad, justo enfrente del colegio San Vicente de Paúl, el mismo sitio a donde se trasladarían José y Nora en los años 50.

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José alternaba el tiempo entre el trabajo, sus actividades naturistas y esperantistas y las reuniones del sindicato, los amigos como González Malo y una parraguesa de intensa mirada azul que había conocido con su hermano Pancho. Pancho se enamoró de Covadonga, más conocida como Maruja, y él de la hermana de ésta. Aquel amor les duró hasta la muerte, más allá incluso de la de José, porque quien esto escribe nunca vio lágrimas tan sinceras como las derramadas por Nora al visitar la tumba de su marido. Aparentemente, a Nora nunca le gustó demasiado González Malo, o eso parecía cada vez que hablaba, sin referirse jamás directamente, de él muchos años después. El abuelo tenía malos amigos y le metieron en problemas, afirmaba siempre y ahí se cerraba todo, no se hablaba de nada más.

¿Por qué no se volvió a mencionar en casa jamás el nombre de Jesús González Malo?

¿Por qué de la vinculación de José con el Ateneo Obrero y la CNT no se sabe más que por el papel?

¿Por qué José maldecía a la religión entre dientes cada vez que una de sus nietas volvía llorando a casa porque una monja la había castigado?

Todos los porqués para estos por qués estarán en la segunda parte de este artículo.


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