Publicado por Álvaro Saval
Cuando estaba en Bolivia coincidía con el final de curso. Los chicos del internado que estaban en los últimos años de colegio hacían un viaje. Aquellos chicos y chicas vivían en el altiplano, en casitas de adobe y paja. El año siguiente empezarían la universidad (con bastante mal pronóstico para la mayoría) o volverían a su pueblo a compartir su vida con los habitantes (no más de 100) de ese lugar en una vida dedicada a una subsistencia bastante elemental. Seguramente feliz. Aquel viaje era, por tanto, la única posibilidad que esas personas tendrían de salir de allí durante unos días y visitar otros lugares del país. Un país precioso, por cierto. La desgracia fue que antes de hacer el viaje, volviendo a casa para preparar las maletas, un chico tuvo un accidente de tráfico y falleció. El viaje quedó suspendido. En uno de los trayectos en coche (largos) hablando con el sacerdote él me preguntó si pensaba que tenían que hacerlo igualmente, yo le dije que sí. Él me respondió que nadie pensaba esa opción, salvo él. Citó aquel fragmento de la Biblia: "que los muertos entierren a sus muertos" y dijo que siendo aquello un momento duro para sus compañeros y compañeras se estaba dejando pasar la única posibilidad que tendrían de hacer aquel viaje.
Entiendo que las emociones son una reacción a algo que sucede. No es tanto algo que te puedas inducir en plan: "ahora estaré triste", "mañana a las 5 tengo que tener miedo" o "este fin de semana todo me dará asco". Todas negativas en mis ejemplos o tóxicas, o peligrosas, o penosas, o lastimosas. Que no. Que son respuestas y como tales deben ser aceptadas y asumidas como normales, como parte de nuestra manera de entender el mundo y las cosas que suceden. Que ante la muerte la respuesta que se ha aprendido es la tristeza, que ante un coche que viene en contra dirección es miedo. Hablo evidentemente de una primera reacción. Que no se debe considerar negativa. Que luego esos estados se cronifiquen (todo me da pena y no tengo ganas de hacer nada) o se magnifiquen (no puedo estar en la misma habitación que un perro) son otro tipo de cuestiones (depresiones, fobias...) que se deben tratar en consulta normalmente con buen pronóstico.
Algo que tiene un buen fin como puede ser la gestión, el conocimiento de las emociones, saber interpretarlas y poder con ello llevar una vida mejor se convierten en un producto comercial más. Evidentemente cuando eso se convierte en tema principal del mundo y en base de la educación (adoctrinamiento) futura ya no es algo bueno e inocente. Pasa a ser algo intencionado y controlado que pretende hacer creer a la gente que tiene todo el control sobre su vida y que, por tanto, si algo sale mal es culpa suya y nada más que suya. Como estos jueguecitos de estar un día sin quejarse. Es decir que si a usted le despiden, le estafan o le pegan una paliza no debe reaccionar mal porque eso le hará sentirse peor. Más bien al contrario debe agradecer a la vida y al universo ese despido, paliza o estafa porque hay un plan más grande para usted que le hará ser feliz. O algo parecido.