Por Narciso Amador Fernández Ramírez
¡El futuro de nuestra patria será un eterno Baraguá!
Fidel Castro Ruz, discurso por el 137 aniversario del natalicio de José Martí.
Cada 15 de marzo en las escuelas cubanas los niños escenifican la famosa Protesta de Baraguá, protagonizada por Antonio Maceo en 1878. Un hecho considerado de lo más glorioso de nuestra historia, y en el que la mayoría de los varones se disputan escenificar al Titán de Bronce cuando le dice al general español Martínez Campos: “Guarde usted ese documento, no queremos saber nada de él”.
Y mientras eso suceda, lo ocurrido en los Mangos de Baraguá no quedará olvidado, pues significó protestar ante una paz sin independencia ni abolición de la esclavitud y ratificar, con ello, la voluntad férrea de un grupo de cubanos de oponerse al Pacto del Zanjón y continuar la lucha.
Allí, además de la intransigencia revolucionaria, hubo otras lecciones de ética y civismo que no debemos pasar por alto, pues bajo los frondosos mangos, Maceo fue un militar de honra y pundonor, tal y como prueba este fragmento de una carta que le enviara al entonces coronel Flor Crombet, al enterarse que se planeaba aprovechar la entrevista para asesinar a Martínez Campos.
“(…) llegó a mi conocimiento que pretendían que trancase al general Campos el día de la conferencia; llenóme de indignación cuando lo supe, y le dije que el hombre que expone el pecho a las balas y que puede en el campo de batalla matar a su contrario, no apela a la traición y la infamia asesinándole, y que aquellos que quisiesen proceder mal con ese señor, tendrían que pisotear mi cadáver: no quiero libertad, si unida a ello va la deshonra”.
Tampoco de la Protesta de Baraguá -el hecho histórico que cerró el ciclo de los terratenientes burgueses al frente de la Revolución y abrió el de la dirección en manos de los sectores humildes de la sociedad cubana-, puede desestimarse que dio origen a la segunda de las constituciones mambisas: la de Baraguá, de tan solo cinco artículos, pero continuidad de la tradición democrática mambisa que ha llegado hasta nuestros días.
Sobresalía el artículo 3, que prohibía cualquier acuerdo con España que no estuviera condicionado con la independencia de Cuba: “El gobierno queda facultado para hacer la paz bajo las bases de independencia. No podrá hacer la paz con el gobierno español bajo otras bases sin el conocimiento y consentimiento del pueblo”.
Y otro aspecto casi desconocido de lo sucedido aquel 15 de marzo de 1878 fue que Vicente García, el León Tunero, tan valiente como indisciplinado, estaba acampado cerca del lugar de la famosa entrevista con un grupo de soldados por si hacía falta proteger a Maceo, quien, al igual que Martínez Campos, solo se presentó con un puñado pequeño de oficiales: “Por si vienen con traición”, utilizando las propias palabras del general García.
El historiador Leopoldo Zarragoitía Ledesma, en su libro Maceo, al valorar la actuación del general Antonio en Baraguá, afirmó: “Su actitud de patriotismo llena, es la más pura conquista de la Revolución; la natural postura de su hijo más legítimo. Y este triunfo del valor y de la fe sobre la claudicación y el desánimo, (…) hacen de él, si no la más virtuosa, si la más grande figura de Cuba en 1878”.
Y así, virtuoso y grande ha llegado Maceo y su Protesta de Baraguá hasta nuestros días, Como así de enorme, ha sido el legado ético heredado del Titán de Bronce, ese que nos impide ser zanjoneros y doblegarnos al enemigo y que nos hace hombres y mujeres de la estirpe heroica del hijo de Marcos y Mariana, de Martí, Fidel y Raúl.
El mismo espíritu demostrado este domingo 11 de marzo, al votar unidos por Cuba y por la continuidad de la Revolución. Esa única Revolución, iniciada por Carlos Manuel de Céspedes, hace 150 años, cuya honra mancillada en el Zanjón fue limpiada en Baraguá por el general Antonio.