* Escrito por Nodedim
Nota para el lector: el presente texto está basado en su totalidad en mi opinión personal. Ni soy ni pretendo ser oráculo ni juez de la actualidad, pensamientos y/o ideologías que cada cual pueda tener. Tampoco pretendo entrar a debatir cada punto de vista o reflexión individual que se puedan sentir atacadas por mi visión subjetiva. Esta opinión aquí expuesta es susceptible de cambios desde el momento mismo en que sea publicada.
Es innegable que está pasando “algo” en España. Y con algo no quiero decir la tan trillada crisis económica. Con algo me refiero a un cambio sustancial en los votantes españoles que se ha visto materializado en las últimas elecciones europeas, con la aparición de nuevos partidos (Podemos, Equo, Ciudadanos, VOX) y el triunfo de unos cuantos (IU, Podemos, UPyD). Sin embargo, este vuelco de los españoles hacia los partidos minoritarios no ha conllevado más que el cambio de papeleta, no de mentalidad.
Me he referido a Podemos, VOX, UPyD y demás partidos para dar paso a otra reflexión, pues no es mi objetivo dar mi opinión aquí de forma directa, si bien quizá colateralmente, de estos partidos. El punto clave de todo esto es la incoherencia.
Y es que la incoherencia es algo de lo que los españoles vamos sobrados y que ondeamos cual bandera. Disfrutamos dividiendo, segregando, y sobre todo, sacando conclusiones precipitadas. Nos encanta. Nos regodeamos. Parece que el mayor orgasmo mental de un español es (tómese una de estas dos situaciones):
- Antiabortista: “Facha de mierda, heredero de Franco”.
- Republicano: “Rojo asqueroso, al paredón”.
En ese mismo instante en el que un español se encuentra con otro paisano que expone una opinión característica de cierta ideología, al primero lo recorre una corriente de placer por el simple hecho de poder “encasillarle”. Con sus correspondientes dosis de odio o compañerismo subsiguientes, según casos.
Pues parece que en España en determinado momento se dividieron las ideologías. No me voy a parar a analizar ni a desenterrar sucesos históricos que aún hoy escuecen y son blanco de críticas y pullas, dejémoslo en un momento determinado. En ese momento determinado se procedió a la división de los signos de identidad de cada corriente ideológica (para más señas y a grandes rasgos, en este nuestro país, dos desde hace siglos). Se trazó una raya en el suelo, a modo de frontera: en un lado estaba la izquierda y al otro la derecha. Luego, con grandes dosis de tradicionalismo y estrechez de mente, se repartió todo: colores, símbolos, posición antes ciertos temas (aborto, República, economía, feminismo, clases sociales…), modus operandi (huelgas, manifestaciones, elecciones…), incluso se asignó un arquetipo de individuo a cada lado.
Y así hemos continuado hasta hoy, día 2 de junio de 2014, en el que el tema candente es la abdicación del Rey Juan Carlos. Y es que no hay mejor momento para contemplar la flor y nata de España.
Desde el momento en el que la abdicación era conocida, se han alzado voces pidiendo un referéndum. Hecho que, por lo que a mí respecta, me parece completamente normal, ya que nuestra monarquía se restauró en situaciones “anómalas” y la Constitución vigente se sometió a referéndum con la aprobación de una población que hoy tiene, como mínimo, 54 años.
Ahora bien, que yo apruebe o no personalmente la República no está reñido con el hecho de someterla a un referéndum vinculante. Tampoco significa, contradiciendo la división arbitraria en izquierda y derecha, que comulgue con la ideología de izquierdas. Sin embargo, sí implica que, dado que nuestro sistema de gobierno se define como una democracia, deberíamos saber aceptar el resultado de ese referéndum, beneficie a republicanos o a monárquicos.
Los argumentos a favor y en contra de la monarquía vuelan por el panorama español; algunos más incisivos y otros que simplemente no creen que vaya a cambiar nada con el paso de monarquía a república. Sin embargo, como bien hacemos siempre, nos ha faltado tiempo para tirarnos los trastos a la cabeza por un hecho como éste. Acusándonos, la mayor parte de las veces, de manera infundada y sacando conjeturas aceleradas.
Al fin y al cabo, parece que no hayamos aprendido absolutamente nada de un hecho tan traumático como la Guerra Civil, y parece que la sucesión PSOE, PP, votaciones no generales con un inesperado aumento de la votación hacia los grupos de izquierdas y abdicación no nos diga nada. Esto no es una llamada al pánico ni al dramatismo, es simplemente una analogía para hacer referencia a que nuestra mentalidad, casi un siglo después, no ha cambiado en lo más mínimo.
No es cuestión de pasividad ni de dejarse avasallar (faltaría). Comunicar la opinión propia es un derecho, pero quizá sería lógico que lo hiciéramos considerando antes nuestra posición ante todos los puntos de vista. Es muy cómodo depositar una papeleta en una urna y afiliarse a todos los intereses de ese partido sin cuestionarse si estamos de acuerdo en todos y cada uno de ellos y, obviamente, juzgando que el votante del partido X comulgará al cien por cien con su programa. La maquinaria de la mente humana, y de la opinión, es mucho más compleja a mi parecer que el buen hacer del equipo de marketing al elegir color, eslogan o líder mediático. También es cambiante e influenciable.
Parece que los españoles aún sigamos acomplejados por las opiniones ajenas.