La RAE define inundación como " la acción por la que se llena o cubre un lugar de agua u otro líquido". Y en efecto, cuando evocamos esa palabra nos imaginamos un terreno anegado del que sobresalen algunos árboles y el tejado de algún que otro edificio donde algunas personas piden ayuda, y además suponemos que la causa de la catástrofe ha estado en las incesantes y fuertes lluvias, en la crecida de algún río o en la rotura de una presa. En resumen, siempre que evocamos una inundación, nos imaginamos que ha sido de agua. Pero la clave de la definición está en las palabras " u otro líquido ".
Porque no siempre las inundaciones han sido de agua. En 1814 se produjo en Londres una inundación de cerveza causada por la rotura de una inmensa barrica, y en 1919 un barrio de Boston quedó anegado de melaza tras la rotura de un tanque. En principio podría parecer que la primera habría sido el sueño de cualquier borracho y la segunda la fantasía de un goloso, pero los 9 ahogados de Londres y las 21 víctimas mortales de Boston quizá no habrían estado de acuerdo. Esta es la historia de estas extrañas inundaciones.
La inundación de cerveza de Londres
La fábrica de cerveza Meux, fundada en 1764, había ido creciendo a lo largo del tiempo adquiriendo otras pequeñas cervecerías, de forma que a comienzos del siglo XIX era una de las más importantes de Londres. Una de las cervecerías que había adquirido era la Horse Shoe Brewery, situada en la confluencia de las calles Oxford y Tottenham Court Road. Este lugar se encontraba en un barrio llamado St. Giles in the Fields, en esa época uno de los más pobres de la capital británica. El lugar estaba lleno de casas donde las familias vivían hacinadas en una sola habitación, en sótanos y en desvanes.
La parte superior de la fábrica la ocupaban varias cubas enormes, donde la cerveza se dejaba fermentar. Una de esas cubas era realmente gigantesca. Medía 6,6 metros de altura y su diámetro era de unos 20 metros, por lo que podía almacenar hasta 610.000 litros de cerveza (el equivalente a 3.555 barriles normales). La cuba era tan descomunal que, cuando se inauguró en 1795, el periódico The Times la había calificado como un " barril de dimensiones casi increíbles". Y en efecto, dicho barril era tan grande que en ocasiones se habían dado en su interior fiestas en las que cabían holgadamente 200 personas.
En el mes de octubre de 1814, la cerveza llevaba ya varios meses dentro de los barriles fermentándose. El 17 de octubre, uno de los operarios se dio cuenta de que uno de los 29 grandes aros metálicos del gran barril se había soltado. Sin embargo, no le dio importancia, ya que en otras ocasiones había sucedido algo similar y no había pasado nada, arreglándose el desperfecto cuando se sacaba la cerveza y el barril quedaba vacío. No obstante, esta vez la cosa sería distinta. La madera del inmenso tonel empezaba a dar signos de fatiga con los años, y la rotura del aro iba a ser el golpe de gracia. A eso de las 6 de la tarde, la cuba explotó derramando todo su contenido en un torrente imparable.
La explosión se oyó a 8 kilómetros de distancia. Además, la violencia con la que salieron el más de medio millón de litros de cerveza hizo que otros barriles adyacentes también cedieran y derramaran su contenido. Más de un millón y medio de litros de cerveza salieron a la calle, formándose una ola de casi 5 metros de altura que arrasó todo a su paso. La cerveza inundó los sótanos y derribó dos casas en su camino. La fuerza de la ola fue tal que echó abajo la pared de una taberna a varias calles de distancia sepultando a una persona. La gente corría despavorida intentando trepar a un sitio alto: tejados, pisos superiores de las casas, árboles...
George Crick, el oficial de guardia en aquel momento, ofreció esta declaración para un periódico de la época: " Me encontraba en una plataforma a aproximadamente diez metros del tonel que explotó. Escuché un estruendo y corrí inmediatamente al almacén. El accidente causó una devastación terrible en el lugar. Entre 8 y 9 grandes barriles de cerveza fueron perdidos ". En un principio se calculó que entre 20 y 30 personas habían perdido la vida por la riada de cerveza, aunque luego el número de víctimas se redujo a 8 (eso sin contar los muchos que perdieron lo poco que tenían). Y aún hubo suerte, porque si el desastre hubiera pasado una hora más tarde, cuando los obreros salían de las fábricas y se iban a las tabernas, estaríamos quizá hablando de una catástrofe sin precedentes.
Cuando la ola pasó, el barrio quedó salpicado de grandes charcas de cerveza (se dice que su hedor duró meses). Como la noticia corrió como la pólvora por todo Londres, pronto una multitud de gente llegó a las calles armada de cacerolas, teteras y hasta macetas para recoger y beber toda la cerveza que pudieran. Los hubo incluso que recogían la cerveza con las manos o se la bebían directamente de los charcos. Esta conducta provocó una muerte más, aunque esta vez la causa fue intoxicación etílica. No obstante, varios historiadores afirman que en realidad no pasó así y que la gente del barrio se volcó en ayudar a los heridos, y los relatos de multitudes recogiendo cuanta cerveza pudieran es una leyenda muy posterior a los hechos.
Sea como sea, y mientras todo esto pasaba en las calles, al hospital iban llegando los primeros heridos. El olor a cerveza que desprendían era tan fuerte que los demás enfermos creyeron que la estaban repartiendo gratis a los recién llegados, organizándose una tremenda trifulca. Pero no acabó la cosa aquí. Días después, los familiares de los ahogados exhibían los cadáveres en las casas, cobrando por verlos y visitar después el sótano aún lleno de cerveza. Los curiosos se agolparon en tal número, que en una de esas casas el suelo se hundió y cayeron todos al sótano inundado. El incidente provocó que la policía clausurara todas estas exposiciones. Los funerales de las víctimas, finalmente, fueron pagados por los habitantes del barrio.
Naturalmente, una catástrofe de esas características provocó que la cervecera Meux fuera llevada a los tribunales. Después de un breve juicio, el juez dictaminó que la inundación había sido un acto fortuito (literalmente, se escribió en la sentencia que había sido un " acto de Dios") y exoneró de toda responsabilidad a la compañía. Se consideró que todo fue un desafortunado accidente que no pudo ser previsto y mucho menos evitado. Sin embargo, el desastre hizo que la cervecera quedara en una difícil situación económica al perder una gran cantidad de su cerveza almacenada (unas 23.000 libras de la época, equivalentes a 1.250.000 libras actuales). Así pues, presentó una solicitud para que se le devolvieran los impuestos que se habían pagado de antemano por la mercancía. El Parlamento accedió a su petición y la compañía pudo seguir con su actividad. Y la continuó hasta el año 1961, en que fue vendida a Friary, Holroy and Healy´s Brewery. No obstante, el antiguo edificio donde todo pasó fue demolido mucho antes, en 1922. Parte del terreno lo ocupa en la actualidad el Dominion Theatre. Sin duda un final de comedia para un hecho que, sin duda, no deja de ser trágico.
La inundación de melaza de Boston
Algo más de un siglo después, el 15 de enero de 1919, una catástrofe parecida ocurrió en Boston, pero esta vez la inundación no fue de cerveza sino de melaza. La melaza es un subproducto de la fabricación y refinado del azúcar, tiene forma de un líquido espeso parecido a la miel (lo que hace que se la conozca también como miel de caña), es de sabor dulce, y aunque en ocasiones se emplea para el consumo humano o animal, su principal utilidad era la obtención de alcohol etílico para la fabricación de licores, municiones y explosivos.
En aquel entonces, una de las principales compañías que destilaba este alcohol era la Purity Distilling Company. Aunque la planta de procesado se encontraba en la vecina localidad de Cambridge, los tanques donde se almacenaba la melaza usada como materia prima se encontraban en Boston, en el barrio conocido como North End (concretamente en una calle llamada Commercial Street). Uno de estos contenedores era gigantesco: medía 15 metros de alto, 27 de diámetro, y tenía una capacidad de más de 8 millones de litros de este edulcorante.
En la mañana del 15 de enero de 1919 los trabajadores del almacén empezaron a oír una serie de extraños sonidos, como de crujidos, procedentes del tanque. Pero la catástrofe sobrevino a eso de las 12,30 del mediodía. Los remaches del depósito empezaron a saltar uno tras otro (produciendo un sonido parecido a una ametralladora), el suelo empezó a temblar y el enorme tanque estalló. Trozos de metal saltaron en todas direcciones (entre ellos un gran pedazo de hierro que impactó en un cuartel de bomberos de las inmediaciones), y el almacén quedó arrasado por la explosión y la metralla. Momentos después, los más de 8 millones de litros de melaza que contenía el depósito se precipitaron por los alrededores.
La melaza formó una inmensa ola de 4 metros de altura que avanzó a 56 kilómetros por hora, anegando y aplastando todo a su paso. Arrastró hombres, animales y vehículos a su paso, dañó edificios e incluso rompió las vigas y levantó las vías de la Boston Elevated Railway, una cercana estación de tren, haciendo que varios vagones descarrilaran. En cuestión de minutos todo el barrio de North End quedó inundado de una capa viscosa de melaza que en algunos puntos alcanzó los 90 centímetros de altura. 21 personas murieron aplastadas o ahogadas por la mortal ola y alrededor de 150 resultaron heridas, además de producirse grandes daños materiales.
Las tareas de rescate comenzaron casi enseguida. Además de bomberos, policías y personal de la Cruz Roja, la tripulación del barco USS Nantucket (un viejo cañonero que había sido reciclado a buque escuela, y que se encontraba fondeado en el puerto) colaboró en los trabajos. Todos ellos se vieron obstaculizados por la pegajosa melaza, de modo que algunos de ellos tuvieron a su vez que ser liberados por sus compañeros. Las tareas se prolongaron durante 4 días hasta que todas las víctimas fueron rescatadas, y las tareas de limpieza, principalmente a base de arena y agua salada, tardaron otros 20 días más. Aun así, las aguas del puerto estuvieron de color pardo hasta el final de la primavera siguiente, y durante años rezumaba melaza de las grietas de los edificios en los días calurosos.
La empresa trató desde el primer momento de eludir sus responsabilidades. Un rumor exagerado afirmaba que los abogados de la compañía llegaron al lugar de la catástrofe casi antes que los equipos de rescate. Uno de estos abogados echó la culpa de lo ocurrido a un atentado de saboteadores anarquistas. Pero lo cierto, tal y como reveló la investigación oficial, es que el tanque tenía numerosas irregularidades. Para empezar, no había pasado las pruebas de presión antes de su entrada en funcionamiento. Empleados del almacén narraron que desde el principio era usual que hubiera fugas, pero la compañía ignoró los avisos y se limitó a pintar el tanque de marrón para que no se notaran. Además, las paredes eran demasiado delgadas y se habían construido con acero de baja calidad.
A todo eso hay que añadir que el tanque se encontraba casi completamente lleno, ya que la empresa estaba aumentando su producción ante la inminencia de la aprobación de la XVIII Enmienda a la Constitución de Estados Unidos (que dio lugar a la conocida como Ley Seca), y que casualmente fue ratificada un día después de la catástrofe. Un inusual aumento de las temperaturas el día anterior (se pasaron de 17 grados bajo cero a 5 sobre cero) favorecieron que se acumularan en el depósito grandes cantidades de gases producto de la fermentación de la melaza. Todas estas causas combinadas dieron lugar al desastre, aunque la empresa insistió durante años en su hipótesis del ataque anarquista.
Los residentes de la ciudad presentaron una demanda colectiva que se prolongó hasta 1925. Finalmente, el jurado falló a favor de las víctimas y la compañía se vio obligada a pagar indemnizaciones por valor de más de un millón de dólares. El almacén donde se originó todo fue abandonado y acabó convertido en un garaje para la compañía municipal de transportes. Acababa así una de los desastres menos conocidos de la historia de Estados Unidos, tal vez porque, como dijo el escritor Stephen Puleo en su libro Marea Oscura: La gran inundación de melaza de 1919: " nadie prominente murió ese día. Los supervivientes no se hicieron famosos. En su mayoría eran inmigrantes y trabajadores de la ciudad que regresaron a sus vidas cotidianas ".