No me gusta que nos llamen familia desestructurada. Me parece un término estúpido que te etiqueta y te marca con un deje de desgracia futura. Con ánimo de traumas y fracasos. No me gusta. Lo odio, y te pediría que en adelante no lo utilices.
Todos cuando rompemos un nucleo familiar nos convertimos en otra cosa. Sufrimos, lo pasamos fatal, tenemos que reencontrarnos con nosotros y cada miembro. Algunos eligen seguir su camino con sus hijos, otros acompañarse a tiempo parcial y a otros el destino nos lleva a convertirnos en una “familia mecano”.
El término otro día leí el otro día en el muro de Lucía Etxebarria. Como muchos sabéis paso mucho por allí y por el blog, ya que llevo toda la parte técnica. El término me enamoró, y la verdad, estaba deseando usarlo. Como me pasó con el término “agendar”, que desde que lo escuché no puedo evitar responder a la gente con “ok, te agendo para el viernes” y expresiones similares.
Me he enamorado de término porque es mucho más acogedor y tiene muchísimas menos acepciones negativas. No parecemos destinados al fracaso y a pasar a nuestros retoños por el psicólogo.
Yo soy por partida doble de una familia mecano. Mis padres se separaron apenas tenía yo unos catorce o quice años. Contaba con mi hermana Ana, con la que me llevaba unos pocos años. Que no es que sea una experiencia agradable. Las separaciones de los padres es una experiencia de mierda, que ya de adulto comprendes. Una vez creces más y te haces más consciente te das cuenta que quizás te haya aportado más de lo que creías.
Obviamente yo no quería haber sido parte de una familia mecano sino una tradicional. Y por supuesto aún hoy hubiera preferido tener una familia tradicional. Pero quizás porque tengo esas familias idolatradas. Porque muchas son tan dañinas o más que las mecano. Hay agresividad, odio entre los hermanos y los padres, las madres y las hijas y un larguísimo ecétera.
Tenemos ese espacio privado completamente idealizado. Y queremos llevar esa utopía a nuestras vidas. Y la mayoría lo intentamos. Pero a muchos no nos sale.
España es uno de los países con mayor tasa de divorcios. La tasa de matrimonios que se resiste a dejarlo cada vez es menor. Habrá múltiples factores, pero cuando es localizado adivino que tiene mucho que ver con la educación y la crianza. Y un mucho, enorme, con la falta de valores morales afianzados. Y no hablo de valores de “aguantar por aguantar”. Hablo de respeto, de libertad y de lealtad, por ejemplo. Valores que se van perdiendo en la sociedad de consumo e inmediata.
Tras mi separación mi familia empieza a encajar como las piezas de mecano. Al poco de separarme inicié una relación y él aportó a una hija a mi entramado familiar. Yo ya provengo de una familia mecano, donde mis padres se separaron y mi padre inició la convivencia con una nueva pareja y sus hijos, a lo que añadieron una hija más.
Después de la experiencia tengo claro que los valores tienen que ser fuertes para una familia mecano, tanto como para la tradicional. No sólo para que funcione, sino para que lo haga en condiciones. Para que los miembros de ésta sean felices y encajen.
La principal es el respeto. Entender la individualidad de cada uno. El respeto a la libertad individual, a la familia de origen y a la que formarán después.
Entender que esa también es tu familia, y entrar en la dimensión de la lealtad. Ser leal a la familia de origen, la nueva y la futura.
Y por supuesto aprender a querer desde lo más profundo, donde los lazos de sangre existen, pero también los de cercanía.
Sí, es un puzzle difícil de encajar, donde a menudo surgen conflictos que te obligan de nuevo a repensar todo. Por eso, cuanto más a mano estén los principios morales con los que regirte, cuanto más claros estén los valores, más sencillo resulta, de nuevo encajar las piezas.
Y amor, por supuesto, se necesitan enorme dosis de amor para que la familia funcione. Todo es mucho más fácil cuanto más se quiere. Dicen que donde se quiere, se puede.