
Yuliya, que con Dovzhenko aún vivo ya había dirigido un par de films inencontrables, es casi exclusivamente recordada por su icónica imagen cuando encarnó a la Reina de Marte, "Aelita" aquella fantasía extraterrestre comunista a la zaga de "Metropolis" consumada por Protazanov.La herencia en forma de guiones y notas para rodaje y todas las horas compartidas en la realización de las otras cinco películas y documentales en que colaboraron durante años, cristalizan, desaparecido Dovzhenko, en un fascinante híbrido que contiene algunas de esas ideas visuales y de estructura que otorgaron fama al cine del maestro ucraniano, cuales fantasmas juguetones que no quieren marcharse, y un buen número de elementos sorprendentes filtrados de las más insospechadas fuentes.Sólo por lo que decía Godard de una de las hoy día invisibles, "Zacharovannaya Desna" de 1964, ya habría que salir corriendo detrás de cualquier cosa firmada por Solntseva y las pruebas vivientes lo confirman.Esas tres películas, "Poema o more" en 1959, "Povest plamennykh let" del 61 y "Nezabyvayemoye" en 1968 son, perfecta y hasta rotundamente preferibles a cualquiera de las que llevan el nombre de Dovzhenko e independientemente de lo representativas que puedan ser de su cine - y sería mucha coincidencia que fuesen las únicas valiosas - constituyen una suculenta parte del tesoro que tienen enterrados en sus archivos la Mosfilm y la Kievskaya.Es incomprensible realmente. Por muchos problemas legales o de derechos de edición que pueda haber, muy deteriorado que esté el formato Sovscope que las vio nacer (perdió nitidez, pero parece por las copias disponibles que no más que el trucolor y similares; quizá en el sonido es donde haya mayor pérdida) y mucha indiferencia por la recuperación de algo que debe considerarse poco exportable o poco demandado, la belleza y la inventiva de estas películas es universal y será eterna, con lo que privar a tantos aficionados de su visionado no tiene excusa posible.


Está también basada en una historia de Dovzhenko y su nombre sigue presidiendo - diría que más como reclamo o por respeto - los títulos de crédito, pero ya permite establecer una certeza que tampoco era una idea descabellada contemplando "Poema o more": por mucho que alguna de sus imágenes puedan retrotraer la memoria a "Shchors"o incluso a "Arsenal" (ambas lógicamente sobre la Gran Guerra), no pueden quedar muchas dudas acerca del portentoso talento individual de Solntseva.
Ese fulgurante arranque con el parlamento del soldado que reivindica contarnos su historia, mientras desfilan las tropas vencedoras - repletas de derrotados como dice - con la Puerta de Brandeburgo al fondo, cómo a continuación entra el flashback a 1941 cuando fue reclutado, con los campos sembrados de incendios que se asemejan al mismo infierno y el lamento eisensteniano de su madre al mismo filo de un precipicio, pidiendo a Dios que sea él quien se lleve a su hijo y no las bombas, no son más que el inicio de una de las más grandes peliculas bélicas.
"Povest plamennykh let" equidista tanto de Mann o el Sirk de "A time to love and a time to die" como de "Les carabiniers", Masumura y Jancsó, progresando sobre una permanente colisión de imágenes.
Tan pronto se retira a interiores claustrofóbicos que huelen a escombros y pólvora como estalla inesperadamente en algunos de los mejores interludios alucinatorios que en el cine han sido, como ese en que el soldado Ivan Orliuk desfallece en el campo de batalla y brevemente se imagina recorriendo recostado sobre el agua el campo de cerezos que rodeaba su casa, un efecto que de tan mal utilizado tantas veces, haya que verlo para creerlo y sentirlo tan adecuado y emocionante.
Pueden ser esos insertos sumamente breves o inusitadamente largos y conectados con otras subtramas, con lo que, acotando, no cumplen ni una función estructural como en "Between heaven and hell" de Fleischer ni están ahí para contrarrestar la tensión y la sequedad del relato como en el remake que hizo Malick de "The thin red line", antes bien son puntos de fuga por donde desaparece y vuelve a aparecer cualquier parte de la historia transfigurada.
Demuestra Solntseva, puede que hasta sin proponérselo como objetivo, una capacidad asombrosa para la narración histórica, yendo de lo general a lo individual, del frente a la retaguardia, del pasado al presente, sin que parezca que quiera cubrir el terreno a conciencia pero llegando de otra manera - sin plano secuencia, sin concentrar la acción - donde Preminger estaba arribando con sus películas a partir de la suprema "Anatomy of a murder".

Uso magistral y siempre adecuado del color y el blanco y negro (y reforzando esa tradición interrumpida de los tintados de interiores o exteriores, intimidad e intemperie, noche y día en las obras de los grandes maestros silentes y que Godard, Resnais o Makavejev retomaron), un romanticismo reducido a círculos familiares y de una pareja - y no por ello con menos apego a la tierra y los recuerdos, pero individual, no colectivo -, una plasmación aún más certera de la barbarie nazi más centrada en lo que parecen corrientes diálogos y quehaceres rutinarios de su ejército que en los grandes gestos de opresión ni sometimiento e incluso una muy plausible mirada interrogante al panorama que pudo haber quedado de haber vencido el enemigo, como ese momento en que un oficial alemán pasea con su hijo, también militar, por un campo de cebada y recuerda sin acritud 1917 cuando tuvo que huir de esos mismos lugares que ahora ocupan, toma un puñado de cereal y siente que ahora ya es suyo, que Ucrania por fin les pertenece.
Es "Nezabyvayemoye" hija de su tiempo. No es difícil imaginar muchas de sus múltiples bellezas en paralelo con las de films de Agnés Vardá, del Ingmar Bergman de "Skammen", de Kubrick, del mejor Siegel, de Bresson o el olvidado Joshua Logan, de Jean-Pierre Melville o el más elusivo Welles de "The inmortal story", Zurlini o Munk.
Y poco o nada tiene en definitiva que envidiar de las grandes obras que jalonan este decenio que será decisivo para el cine futuro.