Las Flores en las grietas de Richard Ford
Lo primero que leí de Ford fue el libro de cuentos Rock Springs, un conjunto de historias sobre la vida cotidiana, sobre la memoria y sobre la experiencia colectiva que se vive en pequeñas ciudades de la América profunda, del estado de Montana. Las relaciones familiares, el vacío de horizontes de sus protagonistas, la huella de la guerra del Vietnam... todos esos ingredientes se mezclaban para ofrecernos unos relatos intensos y equilibrados a la vez que no sólo hablaban de literatura, sino del pulso de una sociedad como la norteamericana en los años ochenta. El recuerdo de aquella lectura fue el principal acicate para que hace una semana, al encontrarme con el nuevo libro de Ford, lo comprara sin dudarlo. Flores en las grietas es una colección de textos procedentes de conferencias o de encargos periodísticos o editoriales sobre el papel de la literatura y sus vínculos con la vida que se complementan con algunas incursiones en el terreno de la memoria.
Escena ciudadana en un barrio de Jackson, ciudad
donde nació Richard Ford
Ford también recupera, en el libro, el estudio introductorio a la selección de nuevos narradores norteamericanos de Granta 2007, o evoca la figura de un padre inútil en las labores manuales, capaz de fracasar (siempre en momentos decisivos para un niño) en las tareas más irrelevantes: acortar un árbol de navidad, montar un tambor o manejarse con una bicicleta. Y en fin, vuelve a Chejov, siempre Chejov, referente inexcusable de toda su generación, y se interna en los interrogantes que alientan detrás de cada obra literaria, sobre todo ése al que nunca encontraremos una respuesta definitiva: "¿Para qué escribimos?"
"El buen Raymond": su mirada sobre el amigo, maestro y colega Raymond Carver
Carver y Ford, en un encuentro literario
El libro de Ford es, de principio a fin, apasionante. Lleno de enseñanzas y de complicidades, un libro "de escritor para escritores" que nos hace amar aún más la escritura, aventar cualquier duda sobre el sentido de lo literario en una sociedad marcada por el más salvaje mercantilismo. No tiene, sin duda, desperdicio. Sin embargo, hay un texto que tiene tal carga emotiva, nos da tantas claves sobre la vida literaria de los años ochenta y primeros noventa, nos ilumina en tantos aspectos sobre los miedos, las frustraciones, los deseos y los sueños de aquellos escritores, que destaca (a mi juicio , por supuesto) sobre los demás. Se trata del dedicado a su amigo y colega Raymond Carver. Lo publicó en New Yorker, el 5 de octubre de 1998, con el título "El buen Raymond"Richard Ford evoca un Carver en el proceso de tránsito hacia el reconocimiento de crítica y lectores a nivel internacional. Cuando se conocieron, sin embargo, eran escritores en busca de un camino: "Yo tenía treinta y tres años" --escribe Ford-- "y Ray rondaba los treinta y nueve. [...] Ray yo éramos los típicos norteamericanos decididos a tratar de ser escritores y productos de un ambiente que incluía la universidad, , los talleres de escritura, enviar relatos a publicaciones trimestrales, asistir a cursos de postgrado y tener profesores que eran escritores --uno de los míos fue Doctorow--". De otro lado, Ford nos habla de un ser frágil, tímido, modesto, profundamente marcado por su experiencia alcohólica (salió adelante con la ayuda de Alcohólicos Anónimos), descuidado en el vestir, amante de la caza y de la pesca (Ford cuenta que en esas actividades encontraba sus más intensos momentos de felicidad), profundamente culpabilizado por determinados problemas vividos por su hija y muy sensible ante la opinión de amigos y lectores (sobre todo de los amigos, del propio Richard Ford especialmente) sobre la calidad de sus cuentos. Cuenta Ford que nunca se le subió la fama a la cabeza, que antes y después del reconocimiento internacional y de las ventas masivas de sus libros, Carver se comportaba del mismo modo. Y que se sentía especialmente atraído por la vida del autor de El día de la Independencia: pareja estable, casa cómoda en un lugar arbolado y apacible, coche francés.... Carver, que sólo tras conocer a Tess y alcanzar el éxito encontrará cierta estabilidad, tenía una larga historia de dudas, de decepciones, de pequeños fracasos, de inestabilidad emocional y precariedad económica, carecía de una casa a la que llamarla, con todas las consecuencias "mi casa", veía en Ford la representación viva de lo que le hubiera gustado alcanzar en el ámbito más personal.
Ray Carver y Tess Gallagher
Es emocionante recorrer con Ford sus experiencias de lectura, de debate, de taller, dentro y fuera de Estados Unidos, junto a Ray. Como lo es reconstruir sus discusiones acerca de determinado relato y leer anécdotas, descritas con una enorme carga de ternura y de admiración, que vivieron juntos. Es como atravesar el umbral de una inmensa habitación donde nos aguarda todo un tiempo de pasiones culturales y literarias, de encuentros en los que Tobias Wolff (inolvidable mi lectura, en el autobús en que cruzaba Madrid cada mañana, de los cuentos de Cazadores en la nieve), Richard Ford y Ray, la propia Tess Gallagher, junto a otros escritores de la misma hornada generacional debatían sobre Chejov, sobre la narrativa experimental, sobre poesía (Carver reverenciaba la poesía y Ford consideraba que su obra poética era un remedo inacabado de sus cuentos), sobre el alcance, el acierto o las debilidades de la propia obra. Entre las anécdotas que nos cuenta en el libro, sirva, para concluir, esta descripción que realiza Ford de la lectura, por Ray, del cuento "Qué es lo que quiere", de su libro ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?:"Ray leyó el relato casi a oscuras, muy encorvado sobre la lámpara del estrado, sin dejar un momento de juguetear con sus grandes gafas, carraspeando, bebiendo agua a sorbos, avanzando por las páginas de su libro como si nunca hubiera pensado realmente en leer ese relato en voz alta y no le resultara fácil hacerlo. Su voz era muy baja, aparentemente inexperta y vacilante, al punto de resultar irritante. Pero el efecto de su voz y el relato en el oyente era el de una vida real que se desplegaba de una forma tan destilada, tan intensa, tan elegida, tan contagiosa en sus urgencias que, al terminar, el oyente quedaba sin sin aliento, sin fuerzas".