Las gafas

A mis 40 años me han descubierto un ojo miope y otro astigmático. No me preguntes cuál. Tampoco me preguntes si hay algún otro ojo afectado. Lo consulté en la óptica, y por los modos de la encargada deduzco que no van a poder ni querer contestarme. Total, que me han puesto gafas. Pero me las han puesto poco, solo para unos ratos. Y para unos ratos poco importantes: algunos del trabajo.

Aun así ando preocupado. No me adapto. Cuando me pongo las gafas empiezo a ver peor. A ver, en realidad veo mejor: las letras se hacen nítidas, ganan independencia unas de otras, se separan bien y se ordenan. Pero todo lo que pasa alrededor desaparece. La montura se convierte en frontera y mi visión periférica pasa a ser, como Canarias, ultraperiférica.

Y luego pasa como en todo, que cuando Dios, o el óptico, o el universo conspirando fuerte para que se cumplan tus deseos te pone gafas y te agobias y no te adaptas, no hay mal que por bien no venga. Porque te das cuenta de que es muy complicado verlo todo claro siempre. Resumiendo mucho: o intentas verlo todo regular o intentas ver algo bien.

O sea que, con esta metafórica patada de la fisiología ocular, para mí se han acabado los zascas, los vídeos que te lo explican todo en 30 segundos, las soluciones milagrosas, los "esto te lo arreglo yo en un momento", los curalotodos, los discursos cuñados, los "aquí lo que pasa es que", los "si yo mandara", los Illuminati, las conspiraciones de mercadillo, la homeopatía, el "si esto es superfácil", el "quítate tú que ya lo hago yo", los "si yo mandara". Señores, o el detalle a la perfección o todo de aquella manera. O sabes mucho de algo o un poquito (muy poquito) de todo.

Por unas gafas. Qué montaña rusa de emociones: veo mal, luego veo mejor pero sigo viendo mal, entonces aprendo algo, pero me vuelvo a agobiar; qué responsabilidad esta la de darse cuenta de cosas. Me voy a abrir regalos. Sólo faltaría que los Reyes me hubieran traído lentillas.