Revista Cultura y Ocio

Las gafas de no verte – @reinaamora

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Se giró y la vio. Pensó que la había encontrado y ese hecho hizo que se perdiera a sí mismo, a su razón. Entonces, contempló la imagen de la mujer que quizá era, la mujer que el mundo veía. A partir de aquel instante, comprendió que lo había atravesado el puñal del amor…

¿Qué será el amor? Igual es un contrabando de sensaciones, un chantaje emocional que hace de lo más pequeño un misterio y vuelve sencillo lo sagrado. Llega sin ser invitado y desbarajusta todo. Hace que te pierdas incluso en los puntos cardinales, pero no pierdes sólo el Norte, pierdes hasta el Sur pasando de Este y el Oeste, y, como un virus, se extiende por la piel y te desmonta cualquier certeza que creyeras tener.
Él se convirtió en mi única realidad.  Decidí que ya no iba a dejarme chantajear más. Ya no iba a permitirle ese chantaje emocional al que me sometía. Ahora llevaba “las gafas de no verte” y ya no podría distorsionarme más la realidad… Pero, ¿a quién quería engañar? Mis bajos instintos siempre me volvían a llevar a él. Ilusa y estúpida es lo que era, pero sabía que nunca iba a encontrar un vino que me quitara la sed de la misma manera. El rojo de esa boca que incitaba al pecado, esa boca que me engañaba incluso cuando decía la verdad. Para librarme de esa atracción, de esa condena, sólo me quedaba marcharme y no regresar. Pero allí seguía yo, dibujando fantasías con la imaginación.
No llegué a saber cuánto lo amaba porque era un sentimiento que aumentaba con el paso de los días. Me desconcertaba con nuevas formas de jugar, de acariciar, de acostarnos cuando le viniera en gana, con esa facilidad que tenía para pedirme lo que yo ya sabía que le iba a dar. Me hacía el amor y me follaba al mismo tiempo, y lo concentraba todo en un abrazo que sólo era para mí.
Aún hoy me nacen dudas. Lo que fue ley bajo mi alma se destapa en cualquier locura que se me ocurra. Pintar las paredes con su nombre, escribirle una canción, tocar bajo una luna solitaria, esa misma luna que seguro él también mira cuando se siente solo. Ojalá la mire pensando en mí.
Perdí la capacidad de distinguir lo correcto de lo mucho que me daba, sin remite, sin poder negarme. ¿Por qué le sigo esperando todavía? Creo que lo hago sólo porque en silencio me lo pidió o, al menos, eso es lo que siempre quise creer yo.
Me hubiera dado igual a qué profundidad se hubiera hundido en su locura, me habría tirado de cabeza con un solo “ven” suyo, me hubiera hundido con él. Esa fuerza tenía.
Y, como una tonta, sigo esperando que vuelva… Porque volverá. Y si no vuelve, iré yo a buscarlo. No lo podré evitarlo ni querré.
“Una noche cualquiera. Una calle cualquiera. Un reservado en la eternidad de un recuerdo y yo, esculpida en cenizas, viendo el huracán que desataba, volviéndome cantera del mineral que él deseaba”.
Trataba de seducirle siempre con mis palabras. No sé si la ingenua era yo o era él el masoquista. Le encantaba sentir el dolor que le producía al deshilachar sus nervios con mi provocador verbo. Deseaba que explotara algo dentro de él cuando le hablaba y el atento me escuchaba. Quería, deseaba, que lo llenara de promesas y que no cumpliera ninguna.

—Me encanta cuando me hablas así.
—Será porque agazapo tras mis sílabas lo que quiero y no acepto.
Sonríe. Me quiere, sé que me quiere. Me desea, y yo a él, como a nadie he deseado. Hemos cruzado océanos de tiempo, mientras escribía con tinta de luz en mi alma. De un tiempo a esta parte he aprendido a rimar llanto con amor.
—¿Por qué? ¿Por qué yo?
—Cualquiera en su sano juicio se habría vuelto loco por ti —le digo.
La terraza está cada vez más vacía. Sólo he ido a tomar una cerveza con él. No terminaremos pronto, ni tarde, sino cuando él quiera.
—Tengo que cerrar ya. Mañana madrugo. Se le nota cara de cansado.
—Si quieres te ayudo.
—Lo que quiero es que vengas a la parte de atrás en diez minutos.
Se levanta y me abraza. No lo esperaba, no esperaba que me dijera nada. No me hago ilusiones.
Este amor delictivo es carne de condena en cualquier país. Es un delito, pero jamás un pecado.
No. Ya no me dejaré llevar. No puede. Ya son muchos “no puedo” los que me ha dicho y muchos “tú no debes” que ha tratado de decidir por mí. Quiere decirme algo. Nada más. No aceptaré nada más.
La gente se ha marchado y reina el silencio. Me dirijo a la parte de atrás mientras oigo la puerta cerrarse. Pasos. Se acerca.
Se abre la puerta trasera y entro. El chasquido del pasador me indica que no piensa darse mucha prisa.
—Escucha, amor, yo…
—Cállate.
Mi penúltima confesión se ahoga en su boca mientras se bebe mi aliento. Su lengua me busca con rabia. ¡Joder! No debo.
Me lo digo todos los días. No debo.
Sale de entre mis besos y me mira fijamente. Sé que quiere recordarme tal como me ve. Nunca me deja contarle mis problemas. No porque no le importen, sino porque quiere borrármelos. No los acepta. No puede asumirlos.
Esa fe que tiene en mí choca con su carácter tempestuoso. Con la rabia que vuelca sobre mí cuando el amor cede el turno a la pasión animal que le consume.
Sus ojos, inmensos, profundos. Rediseñan el misterio en torno a unas pupilas, me incitan a perderme. Sonríe y me coge de la mano, justo igual que aquella vez, el día que nos conocimos. Cuando me llevó también a la parte de atrás de un hotel en el que trabajaba. Quería que le deseara, que pensara qué podía encontrarme cuando los pasos se silenciaran y sus jadeos se encendieran.
Aquella noche…
Cómo nos besamos, cómo nos quisimos. Cómo follamos.
Me apoya en la pared y me rodea con sus brazos. No voy a decir nada, ni a protestar. ¿Para qué? Me besa. Es lo único en lo que he pensado desde que le he visto recogiendo los últimos vasos.
Me arrastra a sus pasiones desperezadas. Noto su hambre abriéndose paso entre mis muslos. Me agarra por la espalda y me atrae hacia él. Gime. Se confunde, es incapaz de decidir entre devorarme o respirar.   Hace un momento me ha dado a entender que no podía ser, y ahora sólo le falta desnudarse.
Muerdo sus labios sin compasión. No pude discernir si el dolor que quería transmitirle era por castigarle o por puro placer.
Me aparta y me mira, muy serio.
—Sólo vas a tenerlo. Sólo si me quieres a mí —hunde su lengua entre mis dientes—. Sólo vas a quererme a mí.
Si no fuera por lo excitada que estoy rompería a reír. Hace mucho que sólo le quiero a él. Estoy segura de que lo sabe, pero me chantajea de nuevo. ¿Es que quiere convencerse de que tiene el control?
Caigo sobre su cuello. Busco excitarme con su perfume. Aspiro con fuerza. Se aparta con unos ojos de rabia, llenos de ansia. Veo sus dientes, creo que quiere devorarme. Y yo necesito que me devore. Se lanza a por mi lengua. La muerde como si no hubiera un mañana.
Me excita mucho más, a pesar de la cólera que se desvela en mis brazos. No le basta. Muerde con codicia su labio inferior. Joder, cómo me excita, así que le aparto y le quito la camiseta.
Me tapo la boca con ella, como si fuera una mordaza. Cierro los ojos. Me dejo hacer. Estoy mordiéndola impaciente.
Me atrae hacia él. Vuelve a estar firme, sereno. Me mira fijamente.
Esa puta mirada
—Eres mía.
Sabe lo mucho que me jode los imperativos me mata la necesidad que me ha creado por escucharlo.
Es todo lo que dice cuando me aparta mi ropa interior y empieza a frotarse conmigo. Sólo está jugando ¿verdad? Nada más ¿verdad? Le noto poseido. Ardiente. Está tan excitado como yo.
Como por un espasmo me llama dentro de el. No debo seguir. Me llama.
Me llama.
—Lo siento —me susurra.
Es lo único que puede decir.
Empuja con fuerza, hasta el fondo. Cierro los ojos ante lo repentino y a la vez esperado. Vuelve a entrar con más fuerza.
Jadeo. Sus brazos en mi espalda reclaman más por mi parte. Veo sus ojos egoístas.
—Eres mía —parecen decirme.
Joder!
¡Cómo si no lo supiera! No quiero que hable. Ahoga mis gritos besándome y empujando con más fuerza. Mis jadeos aumentan al compás de mi vaivén. Hasta que me aparta con violencia. Hay odio en su mirada. ¿Pero qué le pasa? Reconozco que me alarmó.
Todo queda en silencio.
Lo siento, pero no va a suceder.
Aprieta con fuerza sin más. No puedo moverme. Es otro de sus chantajes. Mezcla el placer con el dolor, el castigo que merezco por hacerle caso y desaparecer cuando me lo pide. No puede soportar que me vaya aunque es el quién lo dice. No sé cómo explicarle que nunca me he ido del todo. Que siempre he estado allí, para él. Con una sonrisa, una palabra, una frase. Una mirada, un beso, un café.
Quiere ser todo para mí y sólo puedo darle pequeñas cosas, detalles, momentos.
Lucho, me revuelvo, nota mi enfado. Está a punto de llegar. Mi espalda se arquea.
Me echo a un lado, soltándole. Miro su gesto de animal salvaje. Me desafía con la mirada.
Noto su aliento en mi pelo y en mi nuca. Me estremezco cuando pellizca mis pezones, al mismo tiempo que vuelve a entrar en mí.
Gira mi cara, quiere verme, que no me olvide de él.
—Te quiero —dice entre gemidos—. Te quiero. ¡Joder! ¡Te quiero!
—Te querré siempre. Siempre, siempre, siempre.
—No pares ahora. No pares. ¡No pares!
Mis gritos llenan las paredes mientras noto su sexo llenarse de excitación.
—No puedes venir más. No puedes.
Me rompe el alma, no por lo que siente, sino por la forma. Espero que no piense que es el único que sufre. No tiene el monopolio del dolor que nos producimos ni del miedo que pintamos a diario.
Tanto hemos influido el uno en el otro, tanto nos hemos cambiado mutuamente. Ambos estamos asustados al ver cómo evolucionamos. No sólo por notar pasión como hiedra creciente envolviendo nuestros actos. Sino porque nos vemos como en realidad queremos vernos, como somos sin máscaras, sin prismas multicolor. Somos el espejo del otro, el velo ardiendo que ha dado paso a algo que desconocíamos.
Tal vez no nos hayamos cambiado. Tal vez nos hemos encontrado en un mundo donde sólo se puede vivir desorientado. Ninguno lo pedimos y aquí estamos. Sufriendo los chantajes que pueda inventarse para que ni me vaya ni me quede.
Me gustaría que partiésemos cada uno en una dirección opuesta. Y nada cambiaría, porque este mundo es redondo. Es inevitable. Acabaré encontrándole, con chantaje o sin él.

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