Revista Cocina

Las galletas de Ben

Por Misafueras
Acabo de pasearme por el centro de Oxford. Google Maps, con todo el mundo plegado en su impresionante colección de planos y herramientas visuales, me ha prestado un vuelo instantáneo y los zapatos con que patear por uno de los cascos históricos más hermosos que conozco.
Las galletas de BenHacía ya tiempo que no volvía por allí y la sensación ha sido especial. Las mismas piedras, el mismo césped, alguna línea nueva en la calzada y algunos rótulos diferentes sobre ciertas fachadas. Pero el mismo cielo. High Street, el Asmolean Museum, St Mary's Church, el Balliol College, Carfax Tower y, por su puesto, pegado a Turl Street, el Covered Market:  más de doscientos años abierto desde que alguien decidiera reunir muchos puestos callejeros en un recinto cerrado, a salvo de la suciedad y el desorden.
Cuando algo nos gusta solemos hablar de ello y recomendarlo entre amigos y conocidos. Pues bien, no es ningún secreto que en ese mercado se venden unas galletas excepcionales. Las elaboran al estilo americano y las dispensan recién hechas, todavía calientes. Si algún día tuviera que hacer promoción de algo, creo que sería de las Ben's Cookies. De hecho -saliendo del subjuntivo- ya he sido su apóstol decenas de ocasiones desde que las probé por primera vez hace once años.
A menudo, aprovechando un receso en el trabajo, salíamos a comprarlas mis compañeros y yo. Nos las comíamos despacio, oh sí, alargándolas, como cuando uno quiere que algo nunca se acabe y mientras lo está disfrutando está sufriendo lo indecible porque sabe que va a terminarse.
Las galletas de BenOxford ya no es el único lugar del mundo en el que pueden encontrarse estas delicias. La empresa ha ido abriendo tiendas en muchos otros lugares de Inglaterra, Arabia Saudí, Dubai e, incluso, Corea del Sur. En fin, debo de parecer tonto al sentirme parcialmente dueño de un goce gastronómico que ya casi se ha globalizado.
Ahora, mientras he caminado por el viejo Oxon me ha saltado a la mente multitud de imágenes y el estómago se me ha llenado de esa especie de rara inquietud que acaba agarrada a la garganta como las grandes emociones, mezclada inevitablemente con el olor de las galletas de Ben.

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