Revista Ciencia
Como una cima «ancha como el mundo entero», «gigantesca, alta e increíblemente blanca bajo el sol», describió Ernest Hemingway al monte Kilimanjaro. Pero desde 1936, cuando el escritor norteamericano escribió su cuento Las nieves del Kilimanjaro, mucho ha llorado esta cumbre. Ya la montaña más alta de África, con 5 895 metros, no ostenta su inmenso velo de nieve que siempre, casi milagrosamente, mantuvo a pesar del calor ecuatorial de esa zona en el continente, y que cautivó al escritor, amante de la exótica naturaleza.
Los presagios son muy pesimistas.
En 2002, la prestigiosa revista norteamericana Science vaticinaba que los glaciares tropicales que cubren el Kilimanjaro desde hace más de 11 000 años pueden desaparecer en menos de dos décadas debido al calentamiento atmosférico y la sequías. El número de Science refería los vaticinios del prestigioso investigador de la Universidad Estatal de Ohio, Lonnie G. Thompson, quien ya desde febrero del año anterior alertaba que el Kilimajaro había perdido el 80 por ciento de su cobertura de hielo descrita en el siglo XX. Noticia que había circulado el New York Times y otros grandes periódicos como prueba irrefutable del cambio climático.
Tres años después los ambientalistas presentaron en Londres por primera vez la imagen más lúgubre de esta cumbre sin su copa de nieve, como muestra irrefutable de las consecuencias del calentamiento global.
Igualmente, en 2007 el astronauta español, Miguel López Alegría, luego de su estancia de siete meses en una estación espacial, testimonió que el color amarillo desplaza al verde de los paisajes africanos; que los lagos como el del Chad a punto de convertirse en pequeñas manchas azules; y que la capa de hielo del Kilimanjaro, que en 1900 tenía una superficie de 12 kilómetros cuadrados, es casi inexistente. Hoy esa porción es de apenas dos kilómetros cuadrados.
Sin embargo, la crisis climática a la que los gobiernos del Norte —principales responsables históricos del cambio climático— no prestan atención, ha sido muy bien aprovechada por la industria turística, que ha convertido a la catástrofe en una fuente de negocios que dejan mucho, pero mucho dinero.
Turismo de fatalidad
Dennis y Stacie Woods, un matrimonio estadounidense de Seatle, han dedicado sus vacaciones a viajar a lugares que ya tienen o pudieran tener su fin anunciado. En su larga lista de itinerarios se destacan las Islas Galápagos, el Amazonas o el Monte Kilimanjaro. En sus planes también estaba un viaje al Ártico.
¿Por qué darse una vueltecita a estos lugares, algunos tan exóticos y otros inhóspitos? Pues, en el caso del paisaje sudamericano, no querían perderse su espesura verde «antes de que sea convertido en un rancho ganadero, o talado o quemado hasta las raíces», y el Kilimanjaro (Tanzania) para deleitar su cima helada antes que se derrita. Según los científicos, los glaciares tropicales que cubren la montaña tanzana desde hace más de 11 000 años pueden desaparecer en menos de dos décadas debido al calentamiento global.
Los Woods son clientes de lo que TravelAge West, una revista de viajes, denomina «turismo de la fatalidad» o «de catástrofe». Muchas de las verdades expuestas por los ambientalistas son usadas por agencias de viaje para ofrecer a sus clientes nuevas rutas de exploración, entre las que se encuentran el Kilimanjaro, el monte Kenya, la Antártida, la cuenca Amazónica y otros lugares amenazados por la irracionalidad.
A la cabeza se encuentra la industria turística norteamericana con sus paquetes turísticos a la majestuosa montaña tanzana. Entre estos están la Internacional Mountain Guides, que debutó con su primera excursión en 1989; Alpine Ascents International, Rainier Mountaineering, Mountain Travel Sobek…
Estas y otras tantas compañías del Primer Mundo defienden sus paquetes turísticos como propuestas medioambientales y ecosensibles. Pero solo se trata de una estrategia mercantilista encaminada a crear en un grupo de clientes, por supuesto, de clase media y alta, la necesidad de visitar un lugar que pudiera desaparecer o que dejaría de tener su encanto dentro de poco.
Organizaciones ambientalistas sostienen que estas visitas a sitios amenazados por los devastadores efectos del cambio climático tienen poco de «verde», y que solo se trata de una artimaña de la industria turística para sacar ganancias de los últimos días que les quedan a determinados parajes. Además, para llegar a muchos de estos rincones recónditos se necesita la construcción de infraestructura, hoteles y viajes en coche que pueden ser nocivos para estos ecosistemas. El agua caliente y el confort tampoco faltan. Incluso, muchas de ellas invitan a saquear la fauna endémica de la región con cacerías. Están depredando más.
«Mucha gente quiere hacer lo que está bien; de manera que cuando algo se vende como lo correcto, tiende a hacerlo», explica John Stetson, vocero de la Fundación Will Steger, una organización educativa ambientalista de Minnesota, quien ejemplifica que invitaciones como las que se hacen a viajar en jet para ver los icebergs en peligro, contribuye a que estos se derritan más rápido.
Además, el número de clientes interesados en comprar estas ofertas está en alza. Por ejemplo, cada año unos 10 000 turistas visitan el Kilimajaro. Para ascender la montaña tanzana se usa preferiblemente la ruta Marangu, tan popular que se ha ganado el nombre de ruta Coca Cola, debido a que los viajeros pueden comprar esa bebida en tiendas desplegadas a lo largo del camino.
En tanto, Quark Expeditions, empresa líder en viajes al Ártico, duplicó la capacidad para la temporada de 2008 en viajes a los puntos más extremos del norte y del sur del planeta, mientras los operarios informan que sus clientes piden muchos más viajes a los glaciares que se derriten en la Patagonia y a los corales erosionados en arrecifes y atolones (islotes de coral) de las Maldivas, según TravelAge West.
Hasta el momento los países del Norte, principales responsables de la crisis ambiental, no concretan sus cifras de emisión de gases contaminantes, cuando apenas faltan días para la cumbre de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que tendrá lugar en Copenhague (Dinamarca), cuyas mesas de negociaciones previas han fracasado.
Pero ciertas compañías turísticas se apresuran a sacarle ganancias a los últimos días que le puedan quedar a algunos parajes de este mundo.
*Foto: Monte Kilimanjaro