Revista Opinión

Las herederas del confucianismo

Publicado el 14 junio 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

China es un país cuya población está siempre al tanto de la última novedad. Aunque a primera vista parezca que las mujeres han logrado grandes avances en el mercado laboral, la sociedad sigue enfrentándose a una cultura esencialmente machista que necesita fuertes cambios estructurales para avanzar hacia la igualdad efectiva.

En este peculiar país socialista, si hay algo que caracteriza a sus habitantes es la creciente tendencia al consumismo de última generación. Solo hay que ver el deslumbrante éxito de Ali Baba, la gran distribuidora china dedicada al comercio online. Curiosamente, esta vorágine consumista ha llegado incluso a permear las relaciones sentimentales. Si analizamos esta tendencia en las parejas entre hombre y mujer, vemos que hoy en día echarse una novia en China cuesta caro, ya que pervive una costumbre social por la cual siempre es el hombre quien paga las actividades que se realizan en pareja. Además, como técnica infalible de cortejo, debe asumir los caprichos que se le antojen a ella, siempre que su economía lo permita.

Entre esta mezcla de tradiciones anquilosadas y capitalismo moderno, destacan las mujeres con fuertes ambiciones laborales e intelectuales que anteponen sus intereses profesionales a la presión social que sufren —sobre todo desde sus círculos más cercanos— de tener que seguir el rito inexcusable de buscarse una pareja y fundar una familia. En cambio, una mujer china casada y con descendencia puede constatar que su modelo de vida no es el único camino que puede llevar a la felicidad, tal y como le prometieron sus padres.

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Lo que esconden las palabras

Al ser el chino mandarín un idioma cuya escritura está basada en ideogramas que evolucionaron a partir de sencillos dibujos que representaban objetos, en él encontramos una rica fuente para desmenuzar lo que hay detrás de esta cultura milenaria. Un idioma aparentemente neutral y sin género en los sustantivos como el chino es, paradójicamente, sexista. Por ejemplo, la palabra ‘mujer’, 女, se contrapone gráfica y conceptualmente a ‘persona’, 人: mientras que en el pronombre masculino 他 se aplica el radical ‘humano’ (亻), en el femenino 她 se emplea el referido a ‘mujer’ (女).

Las herederas del confucianismo

Otra muestra ilustrativa de la filosofía tradicional la encontramos en las expresiones relativas al matrimonio y la familia. El acto de casarse se puede expresar de formas diferentes dependiendo del sexo de quien se casa. Si se trata de una mujer, uno de los verbos empleados es 嫁, un ideograma compuesto por ‘mujer’ (女) y ‘hogar’ (家). Otros verbos utilizados para las mujeres que se casan son 嫁人 —‘mujer’ y ‘persona’, referido al marido— y 出嫁 —donde el primer ideograma, ‘salir’, recuerda que la mujer, una vez se casaba, abandonaba su familia—.

Para el hombre puede emplearse la expresión 娶老婆, cuyo primer ideograma es una combinación de ‘conseguir’ (取) y ‘mujer’. Así, es frecuente ver en películas y series románticas chinas que, cuando un hombre pide matrimonio a una mujer, le dice “嫁给我吧”, lo que traducido literalmente al español significaría “Cásate para mí”. No obstante, hoy en día también se usa el verbo 结婚, aplicable a ambos sexos y con un tono mucho más neutral.

En lo relativo a la familia, existe una clara diferencia en la forma de designar a los parientes dependiendo de si provienen genealógicamente del padre o de la madre. Los nietos llaman a sus abuelos paternos 爷爷 y a las abuelas 奶奶, mientras que estos llaman al nieto 孙子 y a la nieta 孙女; en estos casos, el radical 子 indica que forman parte de su descendencia. En cambio, ‘abuelo materno’ se escribe 外公 y ‘abuela materna’, 外婆; a diferencia de los anteriores, llaman a sus nietos y nietas 外孙 y 外孙女, respectivamente, donde 外 se refiere a algo externo, lo que manifiesta la lejanía que mantenían la mujer casada y su familia de origen.

La humilde flor de loto

Bien decía el sociólogo estadounidense Wright Mills que, muchas veces, los problemas del ser humano transcienden su ambiente local y tienen que ver con la estructura más amplia de la vida social e histórica. En China, la milenaria ideología confuciana legitimaba la posición social inferior de la mujer como algo justo y necesario para preservar el orden social, la premisa más importante para que la humanidad fluyera. En este sentido, la familia conformaba la institución esencial para el funcionamiento de la sociedad y poseía una estructura jerárquica basada en parámetros como la edad y el sexo. Por lo tanto, la obediencia hacia los mayores en edad y los superiores en posición constituía el principio inviolable de todo miembro de la comunidad. Esto se instrumentaliza en la piedad filial, que consiste en que un hijo no vaya en contra de los deseos de sus mayores y se sacrifique por el bien de la familia. Curiosamente, esta norma social sigue prevaleciendo de forma tan fuerte en China que todavía se cree que una persona con espíritu servicial hacia sus padres será indudablemente tan buena y empática con los demás que nunca será capaz de hacerle daño a nadie.

Las herederas del confucianismoFuente: Wikicommons

Al igual que la piedad filial resume la relación ideal entre padre e hijo, nacer mujer en la sociedad tradicional china implicaba, independientemente de su clase social, estar al servicio de los hombres de la familia y de una sociedad dirigida principalmente por ellos. La principal función de la mujer era, aparte de las tareas domésticas, crear descendencia, preferiblemente varones para perpetuar el linaje patrilineal. El matrimonio constituía el procedimiento legal socialmente aceptado para la adquisición de las mujeres. Tradicionalmente, eran los padres quienes pactaban los matrimonios de sus hijos a través de una medianera. Si bien en el pasado se trataba de una profesión bien valorada socialmente —ejercida principalmente por mujeres—, esta figura sigue existiendo en la actualidad, aunque ya no tanto como una profesión sino como una mediación que puede ser llevada a cabo por cualquier familiar, amigo o vecino para que dos jóvenes se emparejen. La vida de una mujer giraba en torno a este gran acontecimiento y existe todo un complejo de reliquias que la preparan para ser bienvenida en el mercado conyugal tras sus primeros años de su vida. Una práctica ilustrativa de esta preparación exhaustiva la encontramos en el vendaje de los pies, símbolo de la riqueza y obediencia por antonomasia.

Para ampliar: Utopía y género. Las mujeres chinas en el siglo XX, Amelia Sainz López, 2001

Esta costumbre tiene su origen en el siglo X con las bailarinas de la corte imperial durante la dinastía Tang. En un inicio era un hábito exclusivamente para la élite, pero se fue extendiendo paulatinamente por toda la sociedad hasta el punto de convertirse en un requerimiento ineludible para lograr un buen matrimonio. Lo que solían buscar los padres de la niña era lograr cierta movilidad social ascendente vendándole los pies cuanto antes a su hija para demostrar un buen estatus de la familia. Aunque se podían vendar los pies desde los nueve años, cuanto antes lo hicieran, más pequeños quedarían y más cerca estarían de cumplir con el ideal de la flor de loto. El diminuto tamaño de los pies de una mujer no solo revestía un fuerte componente erótico; también se convertía en el mejor argumento de la medianera para convencer a la familia del marido de que la mujer provenía de una buena familia, ya que solamente estas se podían permitir vendarle los pies a su hija a la edad más temprana posible al no necesitar su ayuda en tareas que requieren facultades físicas, algo imposible para una mujer que ni siquiera podría mantenerse en equilibrio.

Para ampliar: “Unbound: China’s last ‘lotus feet’”, The Guardian, 2015

Esta costumbre fue abolida formalmente en 1912 con la proclamación de la República china. Fue uno de los primeros pasos que se dieron para disminuir las prácticas incoherentes que llevaban a cabo las mujeres para ser mejor aceptadas socialmente.

La liberación de la mujer, al servicio de la ideología

“Las mujeres sostienen la mitad del cielo, y todo lo que pueda hacer un hombre también lo puede hacer una mujer”

Mao Zedong

Con la proclamación de la República Popular el 1 de octubre de 1949, China comenzó una nueva andadura como país comunista en sus intentos de rematar los últimos coletazos del feudalismo y los resquicios de los señores de la guerra, así como superar las humillaciones e injusticias cometidas por las potencias coloniales en su pasado reciente.

Fue precisamente en este ambiente revolucionario donde florecieron las primeras políticas para fomentar la igualdad entre mujer y hombre, como la Ley de Matrimonio de 1950, en la que se prohibían el concubinato o los matrimonios pactados y también se daba por primera vez a las mujeres acceso a la propiedad y derecho al divorcio. Con esta ley se pretendía terminar con la estructura de la familia feudal tradicional por encima de otras lealtades, como por ejemplo a la nación, lo que facilitaba la creación de nuevos grupos sociales y de poder en la naciente república. Pero, sobre todo, la clave estaba en liberar a las mujeres de su reducido espacio en la sociedad como esposas y madres. Solo de esta manera podían dar un paso adelante y formar parte de la fuerza de trabajo imprescindible en el desarrollo económico del país.

Tras los tumultos de los años 60 y primera mitad de los 70 con la exaltación de los principios revolucionarios centrados en la lucha de clases, se produjo una reactivación de las organizaciones en masas que pedían una mayor igualdad entre mujeres y hombres. A pesar de los avances que se habían logrado, aún persistían costumbres propias de la filosofía feudal y patriarcal, como la desigualdad salarial, las trabas para la libre elección de pareja o la preferencia de los padres por tener hijos varones. Gracias al clima favorable a la erradicación de todo lo que tuviera que ver con el sistema feudal, se fue extendiendo paulatinamente la libre elección de pareja gracias a los encuentros entre jóvenes organizados por el Partido Comunista. De su mano vino el incremento de puestos de trabajo, acompañado por el aumento de plazas en guarderías o el desarrollo de la idea del “trabajo equiparable en valor”, lo que facilitó la plena incorporación de la mujer en el mercado laboral.

Fuerza laboral por sexos en 2010. China es uno de los países con mayor participación de la mujer en el mercado laboral, incluso por delante de algunos países europeos. Fuente: The Economist

El espejismo de la libertad

En 2017 las mujeres constituían casi el 44% de la fuerza laboral en China, un porcentaje que se sitúa ligeramente por encima de otras potencias regionales, como Corea del Sur o Japón. En el gigante asiático hay incluso un mayor número de mujeres que consiguen romper el techo de cristal en el sector privado y acceder a altos puestos que en los países occidentales. No obstante, las mujeres que ocupan tales cargos reconocen que tienen una vida complicada.

Para ampliar: “El sexismo en la cima: mujeres, liderazgo y poder político”, Sandra Ramos en El Orden Mundial, 2016

Las mujeres que trabajan sin parar para satisfacer sus ambiciones personales apenas pueden sacar un hueco para la crianza de sus hijos, sobre todo aquellas que viajan al extranjero para emprender sus propios negocios. Una vez acabado el plazo de la baja por maternidad, suelen mandar al menor con sus abuelos en China, con los que pasará sus primeros años de vida sin apenas poder estar con su madre. Pero las dificultades de criar un hijo no acaban aquí. Cuando el niño cumple los tres años, hay que buscarle una buena guardería, cuya matrícula puede volverse realmente cara debido a la escasa disponibilidad de plazas. Conforme se hace mayor, si se quiere asegurar un buen porvenir, tiene que conseguir la nota suficiente para entrar en una buena universidad, lo que se traduce en más dinero y sacrificio familiar.

En un país donde la crianza de un hijo supone casi un trabajo a tiempo completo, la mayoría de los hombres suelen esperar que sea su esposa la que se encargue del hogar —que abarca desde el cuidado de los ancianos y las tareas domésticas hasta la supervisión de los deberes del niño—, aunque ya tenga una considerable carga procedente de su propio puesto de trabajo. Por otra parte, las mujeres que suelen tener éxito en su carrera profesional tienen más dificultades para buscar marido, ya que los hombres tienden a pensar que es más difícil encajar bien con ellas. De hecho, hay más mujeres que hombres solteros con altos estudios universitarios, pese a que el número total de hombres solteros entre 28 y 39 años —11,9 millones en 2013— dobla el número de las “mujeres sobrantes” —5,82 millones—.

Desde tiempos ancestrales, la mujer ha sido objeto de discriminación y menosprecio. No debe olvidarse el legado de las mujeres que se vestían de hombre para tener acceso a la educación o aquellas luchadoras que no se quedaron calladas en el hogar para perseguir sus sueños. Hoy en el gigante asiático ya no necesitan disfrazarse de hombre para estudiar o trabajar, pero siguen lidiando a diario con presiones para casarse, tener hijos sanos, inteligentes y bien criados y una larga lista de requisitos para ser una profesional de éxito y buena ama de casa a la vez. El siglo XXI inaugura una nueva etapa llena de esperanzas y retos para avanzar hacia la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Aunque no se pueda decir que en China —ni, en general, en prácticamente ningún lugar del mundo— exista una cultura que la fomente, las nuevas generaciones piden a gritos emprender esta marcha para eliminar de una vez por todas las trabas atávicas que hace tiempo dejaron de ser funcionales al ritmo que avanza la sociedad.  

Las herederas del confucianismo fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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