Revista Cultura y Ocio

Las hijas de la Oscuridad | Relato

Publicado el 03 mayo 2015 por Judith
Marta y Lucía estaban solas en el bosque y el frío les llegaba hasta los huesos. Querían volver a casa, pero no sabían, aunque tampoco podían. Chillaron, o al menos lo intentaron. Algo se movía. Algo las acechaba. Lucía, que era la menor, no aguantó y rompió a llorar. Sus verdes ojos estaban inundados de lágrimas, que caían por sus sonrojadas mejillas. Marta, la mayor, aguantó e intentó consolarla. Se retiró su negro cabello de la cara y miró a la niña con sus ojos azules. Lucía le devolvió la mirada, aunque ésta reflejaba un miedo mortal. Al ver que la pequeña seguía llorando, Marta le acarició sus dorados cabellos, susurrándole una nana al oído. Poco a poco Lucía fue calmándose.Las hijas de la Oscuridad | Relato
Empezaron a caminar, indecisas y atemorizadas. ¿Adónde ir? «Maldito perro» pensó Marta, asustada. «Si no hubiera salido corriendo, no estaríamos ni aquí, ni así... ».
Las dos muchachas iban agarradas de la mano con fuerza y corrían más que caminaban. Entonces Lucía tropezó con la gruesa raíz de un viejo árbol y dio una fuerte sacudida al brazo de Marta. Ésta soltó de repente la mano de la niña y se agarró fuertemente el hombro.—¡Perdona! ¿Te he… hecho daño? —le preguntó Lucía, frotándose la rodilla y tiritando de frío.—No, tranquila, estoy bien —mintió Marta—, pero al parecer tú te has hecho un poco de daño, ¿no?Marta se agachó y le subió un poco el vestido a Lucía para así poder ver la herida que se había hecho en la rodilla. La sangre se le había mezclado con la piel muerta y la tierra sucia del suelo. La mayor frunció la frente y, ayudándose de la manga de su ahajada chaqueta fue limpiándole la herida a Lucía, mientras que ésta soltaba leves chillidos de dolor. Cuando la herida estuvo aceptablemente limpia, las dos chicas se pusieron en marcha; Lucía cojeando y Marta intentado no mover el hombro derecho.Un extraño y monstruoso rugido hizo que se les acelerara el pulso. Consiguieron llegar a un claro en el que la luz de la luna podía iluminar vagamente cuanto les rodeaba. Al darse la vuelta, lo vieron.Una extraña criatura se encontraba frente a ellas. Tenía el pelaje negro y brillante, en su horrorosa cara brillaban unos brillantes y pequeños ojos rojos, unas grandes fauces se abrían para mostrarles unos afilados dientes. Marta empujó a Lucía tras de sí, y ésta se agarró a ella con todas sus fuerzas. Se quedaron quietas, muy quietas… Poco a poco, la extraña criatura fue acercándose a ellas. Las dos muchachas escuchaban atemorizadas el sonido de las grandes pezuñas de aquella monstruosidad acercándose, vacilantes, a ellas.Entonces, llegó junto a las chicas. Marta podía sentir el desagradable aliento del monstruo en su cara… tenían mucho miedo. De repente, la criatura agarró a Lucía por la espalda. Ésta intentó agarrarse a Marta, pero la fiera era más fuerte y consiguió llevársela.—¡MARTA! —gritó Lucía a través de sus rizos dorados. Sus pupilas estaban dilatadas del miedo y gritaba con todas sus fuerzas.—¡No te la lleves! —chilló Marta a la criatura. Ésta miró fijamente a la muchacha y, con voz ronca y monstruosa, gruñó:—¿Qué piensas hacer para detenerme? Da igual, pues no lo lograrás —confirmó la fiera—. Soy un espíritu de la Oscuridad; un misterio sin resolver, una pregunta sin respuesta y una pesadilla sin final. —¿Qué… qué vas a hacer con ella? —gimoteó Marta.—La Oscuridad lo decidirá —dijo el espíritu tras soltar una desagradable carcajada. Entonces el viento empezó a golpear con fuerza. La tierra de alrededor del espíritu se levantó y empezó a girar en torno a él formando un pequeño huracán. El horrible sonido del viento se mezclaba con las sonoras carcajadas de la fiera y los sollozos atemorizados de su presa.Marta cayó al suelo y se tapó la cara con el brazo para protegerse del viento. Parpadeó un momento y la fiera ya no estaba. Tampoco estaba Lucía ahí. Marta se puso nerviosa. Intentó ponerse en pie pero sus piernas, temblando,no eran capaces de sostener su peso. Soltó un chillido de histeria y empezó a sentir que todo a su alrededor se movía a una velocidad vertiginosa. Cerró los ojos con fuerza, intentado que todo parara. Le entraron unas náuseas terribles. Vomitó en el suelo, salpicándose los zapatos. Todo estaba borroso, todo se movía… finalmente, se desmayó.Cuando Marta volvió a abrir los ojos, se encontraba en un lugar blanco y brillante. Las sábanas de la cama en la que se encontraba tendida eran blancas y suaves; su camisón de hospital también era blanco, aunque áspero; las paredes de la pequeña habitación eran blancas, al igual que el techo, que se encontraba adornado por una pequeña lámpara que despedía un molesto brillo blanco. Poco a poco, la muchacha empezó a recordar lo sucedido. Empezó a respirar con dificultad, notando cómo volvía el ataque de ansiedad. Se puso a dar patadas en el colchón, nerviosa y a punto del colapso. Fue entonces cuando una señora con una bata a juego con la habitación y un cabello negro que contrastaba a su alrededor, se acercó a Marta con una aguja. Con mano profesional, la enfermera inyectó el líquido transparente a la bolsa a la que la chica estaba conectada. Los párpados cada vez le pesaban más y más hasta que, al final, se cerraron y Marta volvió a desmayarse.Aunque tardó, Marta acabó de recuperarse físicamente y al fin pudieron darle el alta. Pero ya no era la misma. Esquivaba a la gente, buscaba el rostro de Lucía en cualquier parte, vivía atemorizada por la Oscuridad y sus espíritus… Un día, empezó a investigar sobre la Oscuridad. Leyendo viejos libros y extrañas páginas web, descubrió que la Oscuridad era una fuerza maligna que acechaba tanto a jóvenes como adultos, aunque a unos más que a otros. A veces eran simples pesadillas, otras extraños sucesos que quedaban olvidados en la memoria de las personas. Esta extraña y maligna fuerza poseía unas horribles criaturas llamadas espíritus, que vendrían a ser los siervos de la Oscuridad. Además de espíritus, la Oscuridad era poseedora de hijos, que eran seres humanos que, o bien habían sucumbido a sus fuerzas y habían decidido unirse a la Oscuridad, o bien habían sido obligados por ésta y sus espíritus. «¿Se habrá convertido Lucía en una hija de la Oscuridad? ¿O tal vez en un espíritu?», se preguntó Marta, nerviosa.Al final la policía dejó de buscar a la niña desaparecida. Marta les contó que fueron en busca de su perro, pero que jamás lo encontraron y acabaron perdiéndose. Por supuesto, no contó toda la historia. ¿Qué habrían pensado de ella? Seguramente la habrían encerrado en un psiquiatra. Tan sólo les dijo que se separaron un momento y que, más tarde, Marta se desmayó.Pasaron los años y la muchacha que Marta fue un día se convirtió en una mujer. Una mujer esquiva, asustadiza y hostil que vivía en su mundo, con sus miedos. Todavía pensaba a menudo en Lucía. Se compadecía de ella y le pedía perdón en silencio por no haber podido salvarla. Jamás crecería, jamás se convertiría en una mujer, ni tendría una familia… su vida acabó justo cuando aquel espíritu se la llevó a la Oscuridad.En todos los aniversarios de la desaparición de Lucía, Marta se encontraba peor de lo normal. Más cansada y vencida, y sentía una fuerza poderosa acechándole… El día del décimo aniversario fue un día frío y oscuro, igual que 10 años atrás.Marta se echó en la cama y colocó los brazos detrás de su cabeza. Finalmente, se quedó dormida… o eso le pareció a ella. De repente, el colchón empezó a hundirse y la joven se despertó de golpe, asustada. Intentó sujetarse a algo para evitar hundirse ella también, pero una fuerza invisible succionaba su cuerpo hacia abajo. Chilló, pidiendo ayuda, pero nadie acudió a ella. Parpadeó un momento y, al abrir los ojos, nada había a su alrededor. Hacía frío, tanto que tan siquiera era capaz de parpadear. Notó tierra bajo sus pies y, poco a poco, pudo ver dónde se encontraba. Vio los árboles a su alrededor y notó la tenue luz de la luna en la cara. Reconoció aquel claro de inmediato. Empezó a dar vueltas, asustada y con una horrible sensación de déjà vu. Se dio la vuelta e, increíblemente, la vio. Sus ojos verdes eran ahora más oscuros, su dorado cabello era pajizo y grasiento, su piel era ahora incluso más pálida que antes. Su expresión tampoco era igual. De su boca, torcida en una mueca de burla, caía un reguerillo de sangre. Su mirada era inhumana y salvaje. No llevaba el mismo vestido naranja que llevó aquel día, sino que ahora llevaba un trapo que pretendía ser un camisón sucio y roto. Lucía soltó una horrible carcajada y miró al cielo. Entonces sus ojos se movieron rápidamente hacia los de Marta. Miró al rostro de la asustada chica con odio y rencor.—Veo que todavía… me recuerdas —dijo Lucía con una voz gélida y aguda. Torcía la cabeza de un lado a otro con lentitud, observando detenidamente a Marta.—Lucía… —susurró Marta con lágrimas en los ojos.—Dime, ¿lloras porque predices tu futuro o lloras por… mí?—Yo… oh, cielos, te he echado tanto de menos… —confesó la joven mientras se arrodillaba en el suelo, atemorizada.—Tú… dices que… ¿me has echado de menos? —los ojos de Lucía se abrieron y sus pupilas acabaron convertidas en un punto casi inexistente—. ¡HUÍSTE DE MÍ, ME ABANDONASTE A MI SUERTE!Entonces Marta comprendió cuántas ideas erróneas se arremolinaban en la mente de Lucía.—Eso es mentira… yo jamás quise abandonarte, yo…Dejándole con la palabra en la boca, la hija de la Oscuridad le agarró del cuello.—Ahora me acompañarás en mi penitencia —le susurró al oído.Marta comprendió a lo que se refería.—Lucía, por favor… debes creerme… no me hagas esto, por favor…—¿Me pides clemencia? ¿A mí? ¿A la niña cuyo secuestro presenciaste? ¿Al alma que dejaste que se perdiera? Recibirás de mí el mismo socorro que yo recibí de ti —le culpó Lucía a Marta.—No puedes convertirme en… en algo como tú…—Créeme cuando te digo que ser una hija de la Oscuridad no es tan malo como parece serlo. Tan sólo… horribles pesadillas y sangrientos asesinatos —dijo Lucía antes de soltar una aguda carcajada.La expresión de su rostro cambió entonces. Ya no era Lucía, la hija de la Oscuridad que disfrutaba atemorizando a Marta. Ahora era Lucía, la hija de la Oscuridad que deseaba vengarse.Introdujo la mano que tenía libre en el pecho de Marta. Ésta soltó un gemido de dolor; notaba cómo unas garras heladas perforaban su pecho y llegaban hasta su corazón. Poco a poco Lucía fue extrayendo su mano del pecho de su víctima. Pero ésta no estaba vacía, sino que un latiente corazón se encontraba reposando en ella. Marta notó cómo todo cambiaba a su alrededor. Se sintió morir y revivir. Ya no había calor, ni felicidad… tan sólo frío y horror. Su cuerpo sufrió las mismas transformaciones que el que Lucía sufrió en su día. Su cabello se alborotó, sus ojos se oscurecieron y su piel empalideció. Su expresión no era de un ser humano, y menos de un ser vivo; su expresión era de un monstruo sin corazón y sin alma.Pues su alma la poseía la Oscuridad.
FIN.

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