En cine no soy laico. En literatira, tampoco. Soy de los que celebran los misterios al modo en que los hacen los creyentes cuando se postran ante sus dioses. Igual que hoy canonizan a dos padres de la iglesia, con pompa y con gran aparato mediático, yo canonizo a diario a mis santidades del celuloide o de la literatura o de la música. Tengo altares ante los que me postro, santuarios que cuido, a los que aplico el esmero que a veces ni me aplico a mí mismo. Los míos, mis santos, no son trascendentes. O lo son tan solo mientras el metraje avanza. Cuando la trama concluye, se retiran. Sé que los tengo. Si no fuese por ellos, mi vida sería infinitamente más triste. Soy el voyeur, soy el espectador perfecto. Me trago todas las historias. Soy crédulo por convicción narrativa. Soy Joe Gillis, escritor de segunda categoría, huyendo de mis acreedores, refugiado en casa de Norman Desmond, la diva del cine venido a menos o venida a nada, que malvive de su esplendor en la compañía de su fiel criado Max y de un viejo proyector que ilumina sus interminables noches. Terminaré muerto en la piscina y cada vez que se abra el telón os contaré mi historia. Será vuestra. Yo solo habré cumplido lo que se me encomendó, la restitución de una trama.
Revista Cultura y Ocio
En cine no soy laico. En literatira, tampoco. Soy de los que celebran los misterios al modo en que los hacen los creyentes cuando se postran ante sus dioses. Igual que hoy canonizan a dos padres de la iglesia, con pompa y con gran aparato mediático, yo canonizo a diario a mis santidades del celuloide o de la literatura o de la música. Tengo altares ante los que me postro, santuarios que cuido, a los que aplico el esmero que a veces ni me aplico a mí mismo. Los míos, mis santos, no son trascendentes. O lo son tan solo mientras el metraje avanza. Cuando la trama concluye, se retiran. Sé que los tengo. Si no fuese por ellos, mi vida sería infinitamente más triste. Soy el voyeur, soy el espectador perfecto. Me trago todas las historias. Soy crédulo por convicción narrativa. Soy Joe Gillis, escritor de segunda categoría, huyendo de mis acreedores, refugiado en casa de Norman Desmond, la diva del cine venido a menos o venida a nada, que malvive de su esplendor en la compañía de su fiel criado Max y de un viejo proyector que ilumina sus interminables noches. Terminaré muerto en la piscina y cada vez que se abra el telón os contaré mi historia. Será vuestra. Yo solo habré cumplido lo que se me encomendó, la restitución de una trama.