Un novicio estaba en la cocina, lavando las hojas de lechuga para el almuerzo, cuando un viejo monje –conocido por su rigidez excesiva, que obedecía más al deseo de autoridad que a la verdadera búsqueda espiritual– se aproximó.
– ¿Puedes repetirme lo que el superior del convento ha dicho hoy en el sermón?
– No consigo acordarme. Sólo sé que me gustó mucho.El monje se quedó estupefacto.– ¿Justamente tú, que tanto deseas servir a Dios, eres incapaz de prestar atención a las palabras y los consejos de aquellos que conocen mejor el camino? Es por eso que las generaciones actuales están tan corrompidas, ya no respetan las enseñanzas de sus mayores.– Mira bien lo que estoy haciendo –respondió el novicio–. Estoy lavando las hojas de lechuga, pero el agua que las deja limpias no queda prisionera de ellas, sino que termina siendo eliminada por la cañería del fregadero. Del mismo modo, las palabras que purifican son capaces de lavar mi alma, pero no siempre permanecen en la memoria. No voy a estar recordando todo lo que me dicen sólo para probar que soy culto y superior a los demás. Todo aquello que me aligera, como la música o las palabras, termina guardado en un rincón secreto de mi corazón. Y allí permanece para siempre, saliendo a la superficie solamente cuando necesito ayuda, alegría o consuelo. Paulo Coelho