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Las horas contadas.

Publicado el 29 octubre 2025 por Bypils @bypils

7:00 a. m.

Camino hacia la panadería que hay a cinco manzanas de mi casa. El pan es artesano, hecho en horno de leña… Parece pan de verdad, de esos que no adquieren la consistencia de goma a las tres horas de haberlo comprado…

El paseo es relajante. Lo necesito. No hay forma de que se calle.

Últimamente no duermo bien. Doy tantas vueltas, surcando todos los rincones de la cama, que acabo levantándome… Veo la tele, escribo, leo, me preparo una infusión relajante… Transito en la noche…

Por lo menos, lo que me cuenta en el paseo es agradable y me hace olvidar que me estoy volviendo loco…

La calle, tan bella, engalanada con farolillos y árboles frondosos. Los bancos de madera, envejecidos por el uso… Las hojas, desmayadas en el suelo. A veces, danzando con el viento, arremolinándose… Al caminar, un delicioso crujido anuncia que el otoño ya está aquí y, a lo lejos, casi intuyéndose, ese bendito olor a pan calentito, recién hecho…

Las horas contadas.

7:30 a. m.

La puerta de la panadería se abre al compás de un tintineo delicioso. Hay unas campanitas colgadas en la parte superior que avisan de la entrada de la clientela. Tras el suave repiqueo, llega el aroma. No sólo hay pan. Se abre una puerta y, por el aire, se esparce el azúcar. Huele a dorado, a mantequilla y a nata…

El pan está ordenado por tipos, en unas preciosas cestas de mimbre. Hay pan con nueces y pipas, rústico, integral… Y ciabatta: suave, ligera, con mucho poro y corteza crujiente.

La chica que atiende en la panadería es muy agradable, aunque no para de hablar. Desde que han sonado las campanitas hasta este mismo momento, no he podido decir más que “Buenos días”. Mientras pone mi ciabatta en una bolsa de papel kraft, me explica que un vecino, conocido común, está muy enfermo. Y entonces me dice: “Tiene las horas contadas”.

Y yo pienso —que no digo porque no puedo—: “Yo también tengo las horas contadas”.

Camino ya de vuelta. Escojo otra ruta. Por lo menos, lo que me cuente será diferente. Variado.

Tomo el camino más largo, el que atraviesa la pequeña plaza donde montan el mercado semanal.

Las horas contadas.

8:00 a. m.

Hoy es día de mercado.

Los tenderetes están perfectamente situados en cinco líneas rectas y paralelas. Cada uno tiene una forma diferente. Los colores de las verduras, las frutas y las hortalizas dibujan un estampado espectacular. Perfectas pirámides de tomates y manzanas. Apilamiento simétrico de lechugas y espinacas. Ristras de naranjas y limones. Cestas llenas de setas. Precioso.

Pronto serán las ocho. Ya se acaba esta hora y… vendrá otra. Y otra, y otra. Y todas, cada una de ellas, me serán contadas por esa voz que oigo en mi cabeza, volviéndome más loco.

He intentado lo de las horas muertas, a ver si así se calla, pero… me cuenta esa hora muerta de no hacer nada con todo tipo de detalles: “Estirado en el sofá, mientras el aire se desliza por la ventana entreabierta. Se oyen las risas de los niños que juegan. Más allá, una alarma insistente. Una mosca vuela bajo, buscando alimento para su prole. Se detiene en un vaso con restos de Coca-Cola… bla, bla, bla…”

No hay forma de acallar a ese narrador que sólo oigo yo. Siempre. Hasta los sueños me cuenta…

Será por horas… Horas bajas…

Y cuando oigo eso de “tenerlas contadas”, pienso que sí, que las tengo contadas. Todas. Minuto a minuto. Y que quizá, gracias a eso, veo cosas que los demás no ven.

Porque, mientras me las cuenta, no sólo camino: siento el aire frío en la cara, el peso tibio de la bolsa de pan en la mano, el crujido de las hojas que se rompen bajo la suela. Huelo la mantequilla antes de probarla. Distingo el brillo distinto entre un tomate muy maduro y uno que aún está duro. Escucho cómo suenan las campanitas de la panadería…

Si se callara del todo, quizá también se apagarían esas cosas pequeñas. No sé.

Tal vez no deje nunca de hablarme. Tal vez me siga narrando cada hora como si fuera la última. Pero, mientras lo hace, me regala detalles que, de otra forma, pasarían de largo.

Y eso, hoy, me basta. Me lo repito constantemente, para no volverme loco…

Camino con mi pan caliente y pienso: vale. Que me cuente esta hora.

A ver si mañana, deja de contármelas…


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