Dicen que la virtud está en el término medio. Casi todo el mundo está de acuerdo con esta frase desde que Aristóteles la formulara en la antigüedad. Un extraño consenso se ha suscitado en torno a esta idea, convencidos todos de que es necesario hallar un punto intermedio entre los extremos para estar más cerca de la verdad, la virtud o la justicia. Sin embargo, la Historia demuestra que, en ocasiones, lo más sensato es precisamente elegir uno de los extremos opuestos que se nos presentan, pues justo en ese término medio que todos dicen desear se encuentra el error más fatal.
Un buen ejemplo de lo que decimos lo tenemos en el episodio que hoy narramos. La duda que se le presentó al comandante de un ejército samnita ante dos consejos totalmente contradictorios le llevó a tomar una solución intermedia que, a la larga, resultó fatal para su pueblo. Teniéndolo todo para ganar, terminó perdiendo. Algo que le ha ocurrido a muchos grandes jefes militares, que sabían cómo conseguir la victoria pero no cómo sacarle provecho. El ejemplo más palmario es, sin duda, Aníbal tras la batalla de Cannas, pero el episodio de las Horcas Caudinos también nos ilustra muy bien. Esta es la historia.
Los samnitas y sus guerras contra los romanos
Los samnitas eran una de las duras tribus de montañeses que habitaban los Apeninos en la antigüedad. Estas endurecidas tribus habían ido expandiéndose hacia el sur y hacia el Mar Tirreno, chocando en ocasiones contra romanos, etruscos y las colonias griegas del sur (la llamada Magna Grecia). Entre los años 343 a.C. y 341 a.C. se produjo una primera confrontación armada entre Roma y sus aliados contra los samnitas, motivada por la coincidencia de intereses entre ambas. Tanto unos como otros pretendían expandir sus intereses comerciales, en el caso de los romanos para paliar su excesiva dependencia de la agricultura, y en el caso de los samnitas para tener salidas comerciales al Mar Tirreno.
No le fue demasiado bien en esta Primera Guerra Samnita a la joven República romana. A pesar de obtener algunas victorias, la guerra era impopular entre algunos sectores de la sociedad de Roma, llegando a rebelarse algunas guarniciones romanas en la Campania. Estas rebeliones fueron sofocadas finalmente, pero Roma no tuvo más remedio que poner fin a la guerra sólo dos años después de iniciada. El balance fue de empate técnico, pues si bien Roma obtuvo ciertas concesiones comerciales y territoriales, tuvo que ceder territorios a los samnitas. Además, tuvo que afrontar una rebelión de sus aliados italianos contra ella, que habían sido obligados a luchar sin consultarles y que poco menos que se sintieron traicionados por el acuerdo. Esta rebelión fue conocida como la Segunda Guerra Latina. Curiosamente, en esta guerra Roma se alió con los samnitas para derrotar a la llamada Liga Latina, sus antiguos aliados.
Sin embargo, y a pesar de su reciente alianza, las fricciones entre samnitas y romanos continuaron. Roma seguía ambicionando las tierras samnitas y construía fortalezas para prepararse para una guerra que consideraba inevitable. Una de estas fortalezas fue la de Fregelas, erigida en el año 328 a.C. La peculiaridad de esta fortificación es que estaba situada en el margen opuesto del río Liris (considerado la frontera entre Roma y el Samnio, y por tanto en pleno territorio enemigo). Esto, unido al apoyo que Roma dio a la ciudad de Nápoles (cercada por las tropas samnitas), provocó que en el año 327 a.C. el Samnio declarara nuevamente la guerra. Y es en esta Segunda Guerra Samnita donde ocurre el episodio de las Horcas Caudinas.
La Segunda Guerra Samnita empezó con los romanos intentando cercar en su territorio a los samnitas. Sin embargo, la empresa no era fácil. El Samnio era una región demasiado montañosa para invadirla con facilidad y además, los samnitas poseían una eficaz red de fortificaciones que obstaculizaba el avance romano. Si a eso añadimos que contaban con una buena red de comunicaciones (a través, sobre todo, de sus arrieros) y que conocían profundamente el terreno, hacía que la estrategia romana no diera los frutos deseados. Esta situación se mantuvo hasta el año 321 a.C., en que la guerra dio un brusco giro. El episodio que provocó dicho giro es el conocido como Las Horcas Caudinas.
El comandante samnita era Cayo Poncio, que ocupaba el cargo de meddix tuticus (similar a los cónsules romanos, aunque con menos poder efectivo al estar la población samnita más dispersa). Había infringido ya varias derrotas a los romanos, aunque parece ser que no había sabido sacarles provecho. Su ejército utilizaba como unidad básica el manípulo, algo que fue adoptado por Roma después de esta guerra. En el 321 a.C. se hallaba acampado cerca de la ciudad de Caudio, y allí tuvo conocimiento de que un importante ejército romano, al mando de los cónsules Espurio Postumio Albino y Tito Veturio Calvino se hallaba cerca de Calacia, al otro extremo del valle. Ideó un ardid para atraer a los romanos a una trampa: mandó a diez de sus soldados disfrazados de pastores al campamento romano para que hicieran correr el rumor de que los samnitas estaban asediando la ciudad de Lucera, una colonia romana situada en la retaguardia del Samnio.
El ardid tuvo éxito. Los cónsules creyeron los rumores y decidieron ponerse en marcha con varias legiones (Apiano habla de 50.000 hombres) para auxiliar a la ciudad y coger al ejército samnita por la retaguardia. El camino más rápido para llegar allí pasaba a través del desfiladero conocido como "Las Horcas Caudinas", un angosto paso entre escarpadas montañas en pleno corazón de los Apeninos. Cuando llegaron al final del paso, se encontraron una enorme barricada de piedras y troncos que les impedía el avance. Los cónsules, temiéndose ya una trampa, dieron la orden inmediata de volver sobre sus pasos. Sin embargo, se encontraron con que el ejército samnita les estaba esperando, y que las alturas estaban cuajadas de arqueros enemigos. El ejército romano había caído en la trampa perfecta: estaban encerrados y a merced de los samnitas.
Los romanos intentaron abrirse paso escalando, pero los samnitas mataron a todos los que lo intentaron. Los cónsules decidieron entonces levantar una empalizada y cavar fosos, en previsión de que los samnitas atacaran. Sin embargo, éstos no tenían intención alguna de hacerlo, pues les bastaba esperar a que los romanos murieran de hambre. Y así quedó la situación, con los romanos cercados y con el comandante samnita Cayo Poncio no sabiendo muy bien cómo aprovechar esta circunstancia. Y ante la duda, mandó un mensaje a su padre Herenio (considerado entre los samnitas uno de los hombres más sabios) para que le aconsejara qué hacer.
El mensajero explicó la situación a Herenio, y éste respondió que los romanos deberían ser liberados inmediatamente después de desarmarlos. Ante este consejo, Poncio pensó que su anciano padre no había entendido bien la situación, así que mandó un nuevo mensajero, mejor instruido, para que volviera a pedir el consejo de Herenio. La nueva respuesta no se hizo esperar, y esta vez decía que los romanos debían morir hasta el último hombre. Si Poncio se había sorprendido con la primera respuesta, esta segunda le dejó estupefacto. Dos consejos tan dispares hechos por el mismo hombre le dejaron aún más dudoso de lo que ya estaba. Así que decidió hacer venir a Herenio para que le explicara qué era lo que quería decir exactamente.
Herenio llegó hasta el desfiladero y explicó a Poncio que si dejaban en libertad a los romanos después de haberlos desarmado, obtendrían su respeto y puede que incluso su amistad, dando fin a la guerra de forma honorable. Por otra parte, si mataban a todo el ejército, Roma quedaría tan débil que durante muchos años dejaría de ser una amenaza para los samnitas.
"Es necesario o ganar la amistad de los romanos mediante un beneficio insigne como es no aniquilar sus ejércitos o acobardarlos por completo con la pérdida irreparable de sus mejores legiones, asesinándolos a todos"
Poncio preguntó si no habría una opción intermedia entre sus dos consejos, y Herenio respondió que la había, pero que sería una completa locura, puesto que los romanos quedarían sedientos de venganza sin haber sido debilitados seriamente. A pesar de las palabras de su padre, Poncio decidió que debía liberar a los romanos después de desarmarles, pero en condiciones humillantes. Estas condiciones fueron aceptadas por los cónsules romanos, que ya empezaban a ver como los estragos del hambre pasaban factura a sus tropas. El juramento de rendición fue llevado a cabo por Poncio por el lado samnita y por los dos cónsules, cuatro legados de las legiones y doce tribunos militares por parte romana (toda la oficialidad que había sobrevivido al desastre).
Los samnitas desarmaron y desvistieron a los romanos, que quedaron sólo ataviados con una túnica. A continuación, dispusieron una lanza horizontal (otras fuentes hablan de un yugo) apoyada sobre otras dos lanzas verticales, e hicieron pasar a los romanos uno a uno bajo ella. La altura de la lanza era tal, que los romanos tenían que inclinarse para poder pasar por debajo, quedando así humillados frente a los samnitas. Además, el acuerdo incluía la entrega al Samnio por parte de Roma de las poblaciones fronterizas de Fregelas, Terentino y Satrico, la evacuación de todos los colonos romanos de Lucera y el valle del río Liris, la retirada de todos sus ejércitos del Samnio y una tregua de cinco años de duración.
Para garantizar que el Senado romano ratificara el acuerdo, Poncio envió a Roma a los cónsules a la vez que retenía como rehenes a 600 caballeros. La llegada de los legionarios a Roma fue vergonzosa, desarmados y sin sus estandartes. La mayoría regresó de noche para que nadie los viera, escondiéndose en sus casas o sus granjas. Los cónsules llegaron a plena luz del día, obligados por la ley romana que exigía que mostraran la dignidad y autoridad de su cargo. Los historiadores romanos intentaron paliar el desastre difundiendo la leyenda de que los cónsules exhortaron al Senado a continuar la lucha sin importar la suerte de los 600 caballeros retenidos por los samnitas. Sin embargo, lo cierto es que los senadores no tuvieron más remedio que ratificar el acuerdo, y Roma no volvió a desatar hostilidades contra los samnitas hasta el 316 a.C., cinco años después. De hecho, la ratificación del acuerdo constituyó un día nefasto para la ciudad, lo que significó que los senadores se despojaran de sus togas púrpuras, se produjeran escenas de duelo y se prohibieran las fiestas y casamientos durante todo un año.
Los cónsules dejaron su cargo y el Senado nombró a un dictador. Además, los senadores resolvieron que todos los que habían jurado la paz fueran entregadas a los samnitas. Sin embargo, éstos se negaron a aceptarlos, con lo que desaparecieron de la vida pública. Roma reanudó la guerra en el 316 a.C., pero fue derrotada nuevamente por las armas samnitas en la Batalla de Lautulae (315 a.C.), con lo que cambiaron de estrategia. Construyeron la Vía Apia y fundaron colonias a lo largo de ella, para encerrar a los samnitas en su propio territorio. Habían aprendido la lección, y sustituyeron los rígidos cuadros que formaban el ejército romano por los más flexibles manípulos samnitas, más aptos para luchar en terrenos irregulares y que tan buenos resultados les darían en el futuro. En el año 310 a.C. derrotaron a los etruscos (aliados de los samnitas) en la Batalla del Lago Vadimo, y posteriormente tomaron Boviano, la capital samnita.
Esto puso fin a la Segunda Guerra Samnita. Antes, las tropas romanas habían capturado la ciudad de Lucera, recuperando los estandartes que había perdido en las Horcas Caudinas. Se dice que, después de la captura de la capital del Samnio, los romanos obligaron a las tropas samnitas a pasar bajo un yugo, tomándose así cumplida venganza y dando la razón a Herenio, que estaba en lo cierto cuando afirmó que la afrenta quedaría grabada a fuego en el orgullo de Roma. El tratado posterior a la guerra, en el año 304 a.C., supuso que toda la Campania estuviera bajo dominio romano y que los samnitas renunciaran a expandirse.
Hubo una Tercera Guerra Samnita algunos años después (298 a.C.-290 a.C.), y tras la derrota del Samnio sus habitantes fueron progresivamente romanizados y asimilados. En esta guerra murió uno de los protagonistas de nuestra historia, Cayo Poncio, tras ser capturado y ejecutado por las tropas romanas al mando de Fabio Máximo Ruliano. Al igual que otros generales a lo largo de la Historia, obtuvo una gran victoria pero su indecisión le impidió sacar provecho de ella. Teniéndolo todo, acabó sin nada. De todas formas, hay otra razón para recordar a este infortunado general, pues la tradición le considera antepasado directo de Poncio Pilato, el famoso Prefecto de Judea en el Siglo I. Para acabar, indicar que la frase " pasar bajo las Horcas Caudinas" se utiliza actualmente en nuestro idioma para indicar que alguien tiene que pasar una gran humillación, haciendo algo que no quería hacer.