Revista Cultura y Ocio

Las huellas de Verdi

Publicado el 05 diciembre 2010 por Diegomorales
Las huellas de Verdi
La parábola que describe la obra de Verdi lleva desde la consumación del belcantismo hasta la prefiguración del verismo. De este último se tratara en capítulo aparte, dentro de la llamada Nuova Scuola Italiana. En medio de ambos extremos se sitúa la madurez verdiana, cuya influencia directa se verá enseguida. Por su parte, la despedida que hace el maestro de los escenarios con su comedia Falstaff deja un modelo para la moderna comedia operística italiana, con vigencia durante la primera mitad del siglo XX. Su huella excede la cronología, pues se advierte en partituras como Gianni Schicchi (la única opera comica escrita por Puccini), cierta parte de la obra de Ernano Wolf-Ferrari (1876-1948: Le donne curiose, I quattro rusteghi, Il segreto di Susanna, La vedova scaltra), el Gian Carlo Menotti, comediante (Il teléfono, Amelia al ballo) y el Nino Rota, operista, con Il capello di paglia di Firenze.
Las huellas de VerdiAmilcare Ponchielli (834-1886) comenzó su formación con su padre, que era organista, para continuarla en el Conservatorio de Milán, donde recibió lecciones de composición de Felice Frasi y Alberto Mazzucato. Se concentro en la dirección orquestal de operas y su presentación en l genero ocurrió en Cremona, en 1856, con I promessi sposi (Los novios), basada en la novela de Alesandro Manzoni. La obra tuvo buena acogida pero no paso las fronteras locales.Fue alternando el podio operístico con tareas varias, como organista de catedral y director de banda. Conjunto para el que ha dejado algunas curiosas partituras. Su deriva como operista siguió con desigualdades: Bertrando dal Bornio no llego a estrenarse; en cambio, consiguió que en 1872 la Scala aceptara, por fin, un trabajo suyo, la revisión de I promessi sposi, con buen éxito. Lo mismo ocurrió con su ballet Le due gemelle, que se incorporo al repertorio de teatro. I lituani  le fue encargada por el citado coliseo milanés y su estreno en 1874 resulto un pleno suceso, con lo que empezó a circular por otras ciudades italianas.En 1876 el público de la Scala conoció la que sería su obra más importante y popular, y la que, aun sin obtener un rápido predicamento, le abrió las puertas de la consideración entre aficionados, instituciones y críticos: La Gioconda. El libreto estaba firmado por Tobia Gorrio, anagrama de Arrigo Boito, y es una libre adaptación del drama de Víctor Hugo, Angelo tirano di Padua. La fama internacional lo llevo a viajar y a partir de 1880, enseño composición en Milán, un  puesto que había pretendido sin resultado desde tiempo atrás. Entre sus alumnos figuran Giacomo Puccini y Pietro Mascagni.El catalogo Ponchieliano, se completa con dos obras posteriores, que no alcanzaron la repercusión de su trabajo magistral: Il figliuol prodigo (1880) y Marion Delorme (1885), que se vale de otro drama de Hugo.Ponchieli puede ser considerado un compositor ecléctico, fuertemente marcado por el modelo del Verdi maduro. El propio maestro, al escuchar La Gioconda, opino que había oído demasiada música. Examinando algunas de sus obras, se comprueba que ha tenido en cuenta el melodrama belcantista, sobre todo a Donizetti, del que conserva el culto por el aria bien perfilada , y baste volver a su felicísima “Cielo e mar”, sugerida según dice, por el tenor Gayarre, que aspiraba a tener un aria, en su papel de Enzo Grimaldo, para confirmarlo. Pero también acepto Ponchieli el gusto francés por el color local, el vago eslavismo de I lituani o el leve orientalismo de, Il fligliuo prodigo, debido a su asunto bíblico, así como su acercamiento a la opera comique parisina en su titulo final. Pero es Verdi el que da empuje a los mejores momentos de I promessi sposi y a la enjundia dramática de La Gioconda.Esta obra se desliza sobre un hábil libreto, que manipula el drama de Hugo, y lo lleva hacia escenas de gran efecto, propias de la opera de aparato francés, también inspirada en el ballet de la escuela francesa, es la celerísima Danza de las horas, de variopinto y eficaz colorido. Pero el melodismo que fluye sin descanso y las exigencias de lucimiento extremo para los cinco roles principales son italianos. En este orden es un culmen del género, especialmente por el agotador y comprometido papel de la Gioconda, una soprano dramática que ha de poseer el lirismo de una enamorada, la furia de una vengadora y el frígido patetismo de una suicida.Aparte de esta ópera, el resto del catalogo Ponchieliano, solo aparece esporádicamente con, I promessi sposi, I lituani y Marion Delorme, en algunos teatros especializados en exhumación y revisiones históricas.
Las huellas de VerdiEl brasileño Carlos Gomes (1836-1896) recibió elecciones elementales de su padre, un músico de banda, siguió sus cursos en el conservatorio entonces Imperial de Rio de Janeiro y debuto como operista en portugués con dos títulos de inmediato suceso: A noite da Castelo (1861) y Joana de Flandres (1863). Al año siguiente fue becado para estudiar en Milán, en cuyo conservatorio siguió las enseñanzas de Lauro Rossi.Se incorporo al operismo italiano con un par de comedietas dialectales, pero su alternativa le llego con Il Guarany, en la Scala (1870), sobre todo por una consagratoria carta de Verdi que lo elevaba a la categoría de genio. La fama internacional y la etiqueta de sumo compositor brasileño le siguieron. No obstante, Fosca (Scala, 1873) resulto un fiasco por la división de los respetables entre wagnerianos y verdianos. Su carrera continuó, imperturbable, con Salvador Rosa (1874) y Maria Tudor (1879). Un viaje al Brasil le inspiro su siguiente opera: Lo schiavo (1889). En su final Condor (1891) se ha querido ver algún matiz verista.
Las huellas de VerdiArrigo Boito (1842-1918) es de esos músicos asociados a un único título (en su caso, la opera Mefistofele), pero que en el resulta ser la práctica totalidad de su obra, su formación musical se dio en l Conservatorio milanés, donde le enseño composición el ya mencionado Mazzucato. Boito estaría vinculado a Verdi, desde ocasional Inno delle nazioni (para la Exposición Internacional de Londres, 1862), en carácter de libretista, y sobremanera en Otello y Falstaff.En rigor, la obra de Boito es más abundante en las letras que en la música. Dejo versos, la fabula Il re Orso, artículos de crítica musical, en especial en torno al wagnerismo, adaptaciones al italiano de libretos en otra lenguas, traducciones de Shakespeare para su amante (la actriz Eleonora Duse). Se hizo amigos de literarios y compositores, recibió encargos oficiales respecto a la enseñanza musical, fue nombrado senador y comenzó a organizar el Museo de la Scala.Prácticamente, su única ópera es Mefistofele, cuyo estreno despertó gran expectación, fue largamente anunciado y acabo en sonoro fiasco (1868). Revisada, el público boloñés la aclamo en 1875 y la Scala imito un triunfo en 1881, quedando desde entonces incorporada al repertorio de todos los teatros del mundo. Luego, Boito trabajo morosamente en Nerone, cuyo libreto se publico en 1901, pero que no se estrenó hasta 1924, con carácter póstumo. No ha perdurado en las temporadas, a pesar de los esfuerzos de algunos directores eminentes, desde el inicial, que fue Toscanini.Mefistofele, se basa en momentos escogidos de los dos Fausto de Goethe. Tal vez, fue la fidelidad literaria, también manifiesta en las adaptaciones de Shakespeare, lo que ahuyentó al público inicialmente. Descargada de literatura y ceñida a una acción de cuadros relativamente breves donde alternan las grandiosidades del oratorio con las escenas amorosas de sensual intimidad y las soluciones claramente operísticas. En esta obra destaca el perfil histórico del Demonio, preciado manjar de los bajos, y de las dramáticas contradicciones del alma fáustica frente a la entereza simple y fuerte de Margarita. Al fondo late el gran tema teológico del perdón divino al ángel caído, lo infinito de la misericordia de Dios ante la criatura.
Las huellas de VerdiAlfredo Catalani (1854-1893), toscano de formación francesa, conoció la obra de Wagner, en el medio vanguardista (la llamada scapigliatura) de Milán y confió a Boito el libreto de su primera ópera, La falce (1875). A ella le siguieron Elda (1880), revisada como Loreley (1890), Dejanice (1883) y Ednea (1886), obras que solo aparecen hoy en temporadas de especialistas. Su titulo más perdurable es La Wally (1892), aupado por la admiración de Toscanini y el apoyo de grandes sopranos: Hariclea Darcleè (quien la estreno), Emmmy Destinn (que la estreno en la Met), Magda Olivero, Raina Kabaivanska, Carol Neblett y, en especial Renata Tebaldi. Estuvo muy alejado de lo que sería el modelo verdiano, como del naciente verismo. Acude al mundo germánico de las leyendas nórdicas, con gran trabajo orquestal (preludios, interludios, ballets), y aun tratamiento cuidadoso del recitado, aunque no se puede que su melodismo es puramente italiano, y en el reside gran parte de su seducción.
Las huellas de VerdiAlberto Franchetti (1860-1942) era, por excepción, hijo de una familia pudiente, los Rothschild, que vieron con malos ojos su vocación musical. Se educo en Alemania, y su familia financio el estreno de su debut, Asrael (1888). Verdi lo recomendó para el centenario colombino, que dio lugar a su Cristoforo Colombo (1892), repuesta cuando el Quinto Centenario y favorita de algunos barítonos eminentes como Titta Ruffo. Del resto de sus obras destacan la epopeya Germania (1902), que circulo en su tiempo y acaba de conocer una exhumación, así como la que se suele ponderar como su mejor trabajo, La figlia di Iorio (1906), sobre el drama de Gabriele D`Annunzio. Tentado por la opera de gran aparato, con vertientes francesas y alemanas, su genio melódico, es decir, su deuda con su nacionalidad, queda por debajo de sus contemporáneos.El germanismo genero en Italia, polémicas e hizo correr paginas de discusión y teoría. En general, fue la bandera de un arte, si se quiere “Europeo”, en oposición a las tradiciones nacionales, de fuerte raigambre e ilustres precedencias, pero tachadas de provincianas y anticuadas. Dio lugar a la necesidad de que Italia, anclada a la opera, se abriera a otras formas musicales, y aceptara las novedades que se producían allende sus fronteras. El publico siguió fiel al teatro cantado, fuera opera u operetta.

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