Los fenicios y romanos conocieron el archipiélago canario desde la antigüedad, cuando navegaban por las costas africanas en búsqueda de tesoros y recursos naturales, y a pesar de intentar colonizarlo, su propósito debió frustrarse al tener otras batallas que librar, porque tras este primer intento, las islas, permanecieron siglos en el olvido.
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En el año 1402, unos nobles franceses, Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle, oyeron hablar de las islas afortunadas a navegantes, piratas y corsarios, fue entonces cuando por el afán de buscar fortuna y un refugio en dónde Béthencourt pudiera permanecer a salvo del Reino de Francia, debido a unos conflictos personales con el rey, decidieron emprender la primera expedición conquistadora canaria.
Las islas afortunadas, del olvido a la conquista
Cuando los navegantes llegaron a las islas no encontraron a nadie, ya que los aborígenes al ver atracar sus barcos se habían escondido en las montañas, huyendo de los colonos. Los franceses después de muchas horas caminando encontraron a unos pocos indígenas que por temor a ser atacados se defendieron con palos y piedras pero al poco tiempo los colonos y los indígenas se entendieron.
Los habitantes de las islas poseían un carácter alegre y vivían en condiciones precarias, casi neolíticas: Eran de raza blanca y se cubrían de cintura para abajo con esterillas de palmas o capas de pellejos de cabras. Los hombres, la mayoría, tenían el cabello largo y lo recogían en una trenza que caía por la espalda adornando sus rostros con unas barbas peinadas en punta, otros tenían la cabeza rapada y la cara rasurada. Sus cuerpos eran atléticos, y demostraron ser grandes nadadores y corredores. Sus ojos eran grandes y las narices pequeñas.
Los aborígenes se comunicaban con un lenguaje propio, tan particular que más que hablar parecía que balbuceaban, porque apenas abrían los labios, era como si no tuvieran lengua. Se organizaban en grupos reducidos y cada tribu tenía un rey. De las muchas costumbres que tenían los aborígenes hubo una de ellas que sorprendió a los conquistadores más que las demás y esa fue “el traspaso de maridos” porque consistía en tener tres maridos, uno por mes, que convivían entre ellos sin celos y en armonía.
Jean de Béthencourt, decidido a instalarse en las islas, partió a Sevilla y solicitó la ayuda del Rey de Castilla, Enrique III, que tras escuchar del francés la descripción de la belleza de las islas y de los recursos naturales con las que contaban , lo nombró Señor de Canarias y envió a las islas hombres castellano-andaluces proporcionados gracias a la ayuda inestimable del Duque de Medina Sidonia, con la intención de repoblar el archipiélago y comenzar la conquista.
La repoblación que comenzó con franceses, castellano-andaluces y portugueses fue lenta y costosa, duró todo el siglo XV, y hubo un tiempo que coincidió en fechas con la conquista de las Indias, dificultando de esta manera, el progreso de la repoblación ya que muchas gentes prefirieron emigrar a la “Nueva España”, no obstante, esto no impidió que siguieran llegando gentes italianas, judías y africanas, que al mezclarse con los indígenas crearon una sociedad nueva. Las primeras islas conquistadas fueron Lanzarote, Fuerteventura y La Gomera, y terminaron con Gran Canaria y Tenerife. En el año 1496 los Reyes Católicos finalizaron la conquista castellana de Canarias, y desde entonces, hasta nuestros días las islas no han dejado de sorprender.
Autor: Kira Bernadás Fernández para revistadehistoria.es
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Bibliografía:
-Historia de las siete islas de canaria; Historia de la conquista de las siete islas de canaria por Tomás Arias Marín de Cubas ( Real Sociedad de amigos del Pais -Las Palmas de Gran Canaria 1986)– Le Canarien: crónicas francesas de la conquista de canarias ( 1959-1964)Archivo de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria ( ULPGC)Parte de la foto de portada: De Koppchen – Trabajo propio, CC BY 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=20386583La entrada Las Islas Afortunadas, del olvido a la conquista se publicó primero en Revista de Historia.