Revista Opinión

Las izquierdas en un mundo 'sin perdón', 3

Publicado el 17 septiembre 2010 por Manuhermon @manuhermon
Mas madera, decía sin palabras Buster Keaton para echar a la caldera de la máquina, y la prota le daba una astillita. Me voy a apoyar en un texto de José M. Roca en el que define el concepto de ciudadanos, que ya ampliaremos en otros momentos.
Seguiremos con el tema, porque me parece que se confunden los conceptos para definir colectivos, con las políticas concretas realizadas por los gobiernos, amen de considerar la pertenencia de clase basada en el dinero que se gana, lo cual al margen de que sea o no erróneo, nos conduciría a situaciones cuanto menos un poco pintorescas de cara a continuar analizando la sociedad basados exclusivamente en esos conceptos.
Los obreros industriales salarialmente están por encima de muchos otros sectores, así que serían no se sabe qué, comparados con los millones de mileuristas trabajadores en el sector servicios, camareros, repartidores, reponedores, o con los parados de larga duración o con las cientos de miles de personas que realizan trabajo doméstico, con el personal sanitario y con muchos autónomos, o con los miles de trabajadores situados en la economía sumergida, con la mayoría de los jubilados y viudas, o con los dependientes, muchos emigrantes legales, trabajadores de limpieza, etc. Escribe Roca:
‘’La noción de ciudadano es muy moderna, y desde el punto de vista político representa una vinculación abstracta con los otros, con los cuales no tenemos lazos de parentesco o una fidelidad de tipo emocional. El ciudadano surge de y contra el régimen estamental del Antiguo Régimen, que ata de por vida a un estrato social y profesional, marcando unas distancias casi insalvables entre estamentos.
El ciudadano es el sujeto dotado de derechos, es soberano para decidir sobre su profesión y sobre su vida (en teoría, claro, pero el principio es ese); vive en sociedad, no en la comunidad, lo cual le permite participar en lo general a través de la actividad política y moverse y orientar su vida en función de aspiraciones e intereses con posibilidad de realizarse.
En este aspecto, el ciudadano es la figura opuesta al siervo, pero también al miembro del clan, de la tribu, de la secta, de la iglesia o de la nación racial (comunidades más o menos estrictas con sujetos sujetados por la sangre, la fe o la etnia); por ello, es una figura muy difícil de asumir, no sólo por los obstáculos provenientes de las clases o estratos privilegiados de la sociedad moderna -que conciben una ciudadanía pasiva, sumisa, que trabaja, paga y calla-, sino por la dificultad de asumir esa vinculación abstracta en fines y medios políticos y jurídicos, que reemplace las fidelidades familiares, personales (reyes o líderes carismáticos) o religiosas, que, aún en sociedades modernas como la nuestra, siguen siendo muy fuertes.
Por eso creo que el papel o la función de los ciudadanos no sólo no se ha perdido, sino peor: había que construirla -las dictaduras no educan en eso- y no se ha hecho; o se ha hecho mal, a ratos, creyendo que eso caía del cielo, como un anexo del régimen democrático.
Gobernar ciudadanos (con frecuencia molestos porque exigen) supone un esfuerzo pedagógico en ese sentido y eso no se ha hecho (a la derecha no le interesa y la izquierda, en gran parte, ha olvidado esa labor, pero ese es otro tema), lo cual tiene que ver con la falta de preocupación actual por lo público y aquí meto desde los intereses más altos (democráticos o económicos) hasta lo público como espacios temporales y territoriales compartidos cada día. En eso hemos avanzado poco, o mejor, hemos retrocedido: la llamada desafección de los votantes tiene que ver con eso (y en cómo se ha conducido la llamada clase política).
Otra vertiente tiene que ver con la izquierda, en particular con la izquierda más radical o revolucionaria, pues señala una contradicción que expreso en pocas palabras (con el riesgo que conlleva). La izquierda revolucionaria lo es porque es muy crítica con el orden presente, que aspira a transformar de manera drástica y urgente y a implantar otro. Está volcada al futuro, no se ata al presente, que le asquea, porque piensa en un orden social mejor (a veces perfecto e inmutable). Vive de cara al futuro o ya en el futuro (el caso de los abertzales es paradigmático), por lo tanto el presente no es más que una plataforma, que, como en las rampas de lanzamiento, sirve para despegar pero luego se destruye porque lo que importa es la trayectoria del cohete.
El ciudadano, al contrario, se compromete con el tiempo presente; interesado con la sociedad que le ha tocado vivir, comprometido con su marcha y su gestión; interesado en mejorarla, no en sustituirla, al menos de golpe. Y no sé muy bien cómo se conjugan las presiones procedentes de estos dos polos -el esfuerzo con el presente o dirigido hacia el futuro-, teniendo en cuenta que la sociedad presente es manifiestamente mejorable, y por supuesto empeorable (hay quien trabaja desde hace años para que así sea), y que los intentos de la izquierda de implantar sociedades perfectas, o casi perfectas, se han saldado con notorios fracasos, matizables, por supuesto, pero han ofrecido modelos altamente cuestionables precisamente desde el punto de vista de los derechos de los ciudadanos. ‘’

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