Estas diosas menores de agua dulce son de pequeña estatura, de ojos verdes que miran embrujadoramente. Hermosas en extremo exhiben una larga cabellera rubia y van vestidas con túnicas plateadas o blancas, aunque en ocasiones lucen trajes típicos de la región. A veces viven solas y en otros casos se juntan varias hermanas.
Sus principales aficiones son peinar sus largos cabellos con peines de oro, lavar sus delicadas ropas a la luz de la luna y sobre todo cantar melodiosas canciones o danzar incansablemente. Todo su ajuar es de oro (tijeras, ruecas, husos…) y hay quien dice que cuidan gallinas doradas que ponen huevos de oro. Así describe su morada Garcilaso de la Vega:
Hermosas ninfas que, en el río metidas
contentas habitáis en las moradas
de relucientes piedras fabricadas
y en columnas de vidrio sostenidas
Hay janas que, víctimas de encantamientos buscan desesperadamente alguien que las libere. La noche más apropiada para este ceremonial mágico es, cómo no, la noche de San Juan. Los ritos que se pueden oficiar en caso de encontrarse afortunadamente en esta situación son: llegar hasta ellas tirando del hilo de oro de su madeja, pronunciar conjuros, arrebatarle la gallina de oro o algunos de sus pollines o bien tocarle con alguna tela que haya servido de ornamento en la iglesia. El desencantador que las desencantare será premiado con algún objeto de oro de los que componen su inmenso tesoro.
Son irresistiblemente seductoras abusando de los embrujos de su rubia cabellera, de su mirada peligrosamente insinuante o de sus cánticos con la complicidad de la congénita debilidad de los hombres. No hay soltero, casado, divorciado o viudo que se pueda resistir a sus encantos. Dícelo así la copla asturiana:
To madre te espera,
to padre te llama,
los ñeños tan solos
y tú con la xana.
Pueden estas diosas tener amoríos con humanos que en ocasiones dan sus frutos. L@s janinxs, de padre desconocido por mor de la promiscuidad, nacen frágiles y enfermiz@s. Por eso las madres janas practican las artimañas del cuco: aprovechando un descuido de una humana que amamante le intercambian la criatura. Meses después la diosa volverá para poner las cosas en su sitio. Ante el riesgo de que alguna jana quiera volver a repetir el truco hay un antídoto seguro: colgar en la cuna de la criatura una rama de muérdago. L@s janinxs (xanines) dicen en los Ancares que entran en las casas por las noches para comer patatas: les es igual que sean asadas, cocidas o fritas porque todas les encantan y les dan vida.
Son las janas divinidades ambiguas. A veces actúan con benevolencia. Conceden deseos a quienes las veneran teniendo en cuenta que su especialidad es propiciar enamoramientos y garantizar fertilidad. Pero también pueden tener el carácter maligno de una bruja tal como recoge el romance:
¡Ay, que una xana hechicera
lavando está en Fuentenoble,
lavando cadejos de oro,
vestida de mil primores
Las janas comparten el control de la naturaleza con otros espíritus masculinos como son los renuberos, genios que controlan las nubes y tienen el poder de provocar la lluvia para bien o para mal. Al igual que Júpiter manifiestan su furia con el flagelo de rayos y truenos. Tan sólo se aplacan con el sonido de las campanas cuando repican a “tente nube”.
Carissia (Carucedo) y las sirenas de Valdetuéjar son las janas leonesas de más fama y renombre. Pero no debemos olvidar otras de mucho reconocimiento como son las que habitan en el puerto de Pandebre entre las aguas del arroyo de Mostagal; a veces suben, montadas sobre las alas del viento, a peinarse los cabellos en el hayedo vecino. Conocidas son también las de Caminayo, que son de las encantadas: se esconden en las cuevas donde ocultan un gran tesoro depositado en dos escudillas de oro. Otra hay que expía sus amores en la fuente de la Vallina cerca de Gete: allí espera a que un mozo montañés la libere de su encantamiento al darle a beber agua de la fuente en el cuenco de la mano. Esto sólo puede ocurrir una vez al año: adivina adivinanza, ¿cuál es la noche de la esperanza? Bien lo sabía el tío Gabriel que decidió probar suerte. Subió a la fuente la noche sanjuanera tras un duro día de siega. Vencido por el cansancio se durmió mucho antes de la media noche. Cuando abrió los ojos al clarear el día contempló apenado que a su lado había un peine de hueso de castrón: la jana decepcionada le recriminaba de este modo su flojera. Cuentan las gentes de allí que un día bajaba del monte la tía Periquita. Se paró a beber agua de la fuente y aunque no era temporada se le apareció la jana que le entregó un puñado de canicas.
-Guárdalas en el mandil-le dijo- pero no las mires hasta que hayas entrado en casa.
Al llegar a las Vegas del Barrero la curiosona Periquita no pudo aguantarse las ganas de descubrir el misterio. Así que desplegó el mandil y vio para su desgracia que entre los pliegues tan sólo había cuatro carbones de roble. Maldijo su curiosidad malsana pero no se resignó: volvió a doblar el delantal y siguió camino del pueblo. Entró en casa, puso el mandil encima de la mesa y poco a poco lo fue desplegando: entre las cintas apareció… ¡una onza de oro!
Las divinas janas han bendecido generosamente nuestras tierras montañesas. Tal es así que bien podemos decir que gozamos de un paisaje fabuloso. Han tocado nuestras serranías de lagos embrujadores donde podemos ver los ecos del cielo y de los picachos. Nos han regalado fuentes generosas como las que tejen la cuna del río Gordo o misteriosas como las que dan a luz las cuevas de Valporquero. Nos han visitado juguetonas y rumorosas regateando las peñas de las hoces (Vegacervera y Valdeteja). Lucen sus mejores galas en la pasarela de nuestros ríos cristalinos. Veneremos a nuestras diosas acuíferas y acuosas y sobre todo, sobre todo, no nos olvidemos de “coger el trévole la noche de San Juan” .
EL CAMINO OLVIDADO
Una serie para Curiosón de Jacinto Prada