Después de Kafka, la ficción se plantea la exigencia de la plena presencia: qué diferente es esto del llamado «compromiso» de Sartre y otros. El escritor que «mora los destinos desde arriba», o sea, el escritor mentiroso, el escritor moralizante, el escritor tendencioso. La voz creíble, en cambio, sólo puede provenir de las profundidades del destino, del hombre golpeado por el destino, y no del hombre que elige entre diversos destinos.
Un apunte entre paréntesis en los Diarios: (Ich finde die K. hässlich—«Las “K” me parecen feas»—sie widern mich fast an—«casi me repugnan»—und ich schreibe sie doch—«y, sin embargo, las escribo:»—sie müssen für mich sehr charakteristisch sein:—«deben ser muy características de mi persona»). Trabaja contra sí mismo, como todo verdadero artista. En la objetivación —que no es más que la forma artística evidente, esto es, la libertad que se manifiesta en la creación— el artista se ve a sí mismo como una necesidad sustancial, como la esencia destilada del momento histórico universal: éstas son las «K» de El castillo y de El proceso, que repugnan a Kafka, que él destiló de sí mismo, pero que al plasmarse ya no contienen nada personal, por así decirlo, sino sólo lo general, convertido en algo extraño y, al mismo tiempo, válido. Kafka es el modelo que sirve para todo arte radical: recorrer asqueado el camino hasta el final. Este asco significa rechazar el autoengaño (y la belleza) y condenar el conformismo, el embellecimiento de la conciencia a la manera pequeñoburguesa (el elogio de la propiedad y el mito de la profundidad del alma).
Imre Kertész
Diario de la galera
Editorial: Acantilado
Traductor: Adan Kovacsics
Foto: Franz Kafka en Praga, alrededor de 1920
Créditos: picture alliance /dpa
Previamente en Calle del Orco:
Una especie de transparencia anticipada del ser, W.G. Sebald
Hay algo que Kafka tiene en común con Proust, Walter Benjamin