Llevo varios días intentando escribir esto, pero no puedo por falta de tiempo, que no por falta de ganas. Todas las mañanas, todas sin falta, me pasa lo mismo.
Trabajo en un hospital. En una zona de consultas, donde cada día, pasan niños a los que tenemos que hacerles pruebas y/analítica. Niños que vienen asustados, que no saben que les van a hacer y a los que se les realizan procedimientos más o menos invasivos. Todos, absolutamente todos, lloran. Normal ¿ verdad?
Porque lo que me remueve por dentro cada día, es que parece que NO es normal. Mis compañeras de profesión, la gran mayoría de ellas, regañan a los niños por llorar, por portarse “mal”, por revolverse. Pero ahí no acaba todo. Los propios padres, les regañan hasta la saciedad, les amenazan con quitarles cosas e incluso he llegado a ver algún cachete a niños que rato después de la prueba seguían llorando desconsoladamente.
No puedo con estas escenas. Ni con los comentarios injustos que se les hacen a los niños. He visto a personal sanitario regañar a los niños por gritar o llorar, llamarles maleducados, amenazarles con echar a sus padres de la sala por no dejarse hacer una prueba. Y al final, se lo hacen a la fuerza, con más miedo y dolor por parte del niño.
La otra parte que no consigo entender, es la de muchos padres. Llevan a sus hijos al médico, les sacan sangre o les hacen unas pruebas bastante dolorosas y molestas, ¿qué es lo que esperan? “¿que sean niños buenos?” Los niños están asustados y necesitan el apoyo de las personas en las que más confían. Pero, si después de todo, sus padres les regañan y castigan, ¿cómo van a calmarse esos pequeños? Por favor, ¿tan difícil es ponerse a su altura? Agacharse, abrazarlos, explicarles en la medida de lo posible, calmarlos. Entender que simplemente, son niños, que están asustados, que les han hecho daño y que necesitan consuelo, no unos padres que les regañen por llorar.
¿A cuántos adultos no les gusta que les saquen sangre, por ejemplo? A muchos. Y nos dejamos hacer los análisis porque entendemos que es una necesidad. Pero, un niño pequeño, no entiende ese concepto, no entiende que por su bien, que en la sangre hay un montón de compuestos que una máquina analiza en el laboratorio y con eso saben si está enfermo o no…. Y como no lo entienden, somos nosotros los que tenemos que entender su miedo, su dolor, y calmarlos y tranquilizarlos. Si andando por la calle, nuestro hijo se cae y se hace una herida, corremos a socorrerle. Entonces, si en el hospital le hacen una prueba dolorosa, ¿por qué no hacemos lo mismo?
Yo he probado una técnica diferente. Hablar, dialogar, explicarles, adaptándonos a la edad de cada uno, dejarles que se relajen, darles un tiempo para que salgan de la consulta y fuera se queden más tranquilos antes de volver a entrar. Y explicarles el cómo y el porqué de las cosas. Hacerles saber que es normal tener miedo y dejarles expresar sus sentimientos. La mayoría de las veces, funciona, desde luego, mejor que las amenazas y las fuerzas. Y si no me entienden, siempre lo hago con una sonrisa, a ser posible, que estén sentados y abrazados a sus padres. Los padres también tienen un papel importante en todo esto, más que nosotras, evidentemente. Antes de llegar a la consulta, en casa, tienen que contarles lo que les van a hacer, sin darle importancia, tomarlo como algo natural y necesario. No sirve de nada que los padres lleguen asustadísimos por lo que se les va a hacer a sus hijos, porque transmiten ese miedo a los pequeños.
El otro día, mi amiga Lorena me comentaba una escena parecida. Llevó a la niña, de apenas 14 meses, a hacerse una analítica. La niña iba asustada, a esa edad, casi todos los bebés temen las batas blancas, porque las relacionan con las vacunas y las revisiones periódicas. Al llegar a la sala de extracciones, una persona le sujetó el brazo a la fuerza para que la enfermera pudiera pincharla. El susto de la pequeña era aún mayor, y, evidentemente, su instinto le hacía retirar el brazo. La niña lloraba, chillaba y se revolvía y una de las personas que estaba en la sala, empezó a decir que la niña era una soberbia, que vaya genio tenía. Se lo decía a la madre, directamente. La madre, en ese momento, se quedó tan cortada que no supo que responder. Y además, estaba más pendiente de atender a su hija. Pues ahora aprovecho yo para decirle a esa persona, en primer lugar, que si trata con niños, debería tener más paciencia y sobre todo, más empatía. Y en segundo lugar, que se informe antes de soltar palabras por su boca, porque, según la RAE, Soberbia, en su cuarta acepción significa “Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas”. Y esta niña no sentía ira, lo que sentía era miedo, y no se expresaba con acciones descompuestas ni palabras altivas, lloraba e intentaba zafarse porque es lo que le pedía su instinto de supervivencia.
Todos los días, veo estas escenas. Todos los días, salgo con mal cuerpo, viendo como no se respeta el miedo de los pequeños, escuchando comentarios que no deberían hacerse. Todos los días, me acerco a algún pequeño y le llevo un dibujo y unos lápices, para que coloreen y olviden el mal rato, y todos los días, un gesto tan simple como este, funciona. Todos los días, quiero agacharme y abrazar a todos esos niños asustados a los que sus padres regañan. Todos los días…