Revista Historia

Las larvas de Lucanus cervus, el sorprendente manjar de los antiguos romanos

Por Ireneu @ireneuc

Al ser humano, si hay algo que le caracterice es el hambre pantagruélica que demuestra cada vez que se pone a la mesa. O parafraseando a José María García cuando describía durante los 80 las juergas que se corrían los "abrazafarolas" de la Federación Española de Fútbol: " Se comen el Niño Jesús y se beben el Ebro". Y tal vez no le faltase razón. El caso es que en una sociedad en expansión, con disposición de calorías a cascoporro, los problemas derivados de comer todo tipo de guarrerías se multiplican hasta no caber por la puerta ( ver La infalible dieta portuguesa de La Puerta de los Gordos). Ahora... eso sí, en el momento en que sale un gusanito en la manzana, la manzana va automáticamente a la basura como si fuera veneno de víbora. No obstante, y a pesar de nuestros escrúpulos (que nos impiden comer bichejos, pero que nos permiten tragar los aditivos "E" como si fueran agua) comer insectos ha sido durante la historia algo más que una anécdota. ¿Sabía que los romanos se pirraban por unos gusanos de 10 cm de largo? Pues por raro y asqueroso que le parezca, así era: las larvas de Lucanus cervus, más conocidos como Ciervos Voladores.

Más conocidos por el público urbanita con el nombre genérico de "escarabajos peloteros" (aunque no lo sean ni de lejos) los ciervos voladores son una familia de coleópteros poco conocidos en nuestras ciudades, si bien son bastante habituales en las zonas campestres de Centroeuropa y la mitad norte de la península Ibérica. Este desconocimiento hace que, cuando llega el verano y los urbanitas llenan los pueblos en busca del paradisiaco asueto "puebleril", se peguen unos sustos de órdago cuando les cae cerca uno de estos "bichitos". Y es que una cosa es que te sobrevuele una mosca y otra muy diferente que te caiga encima un escarabajo acorazado de hasta 9 cm de largo que, con sus alas desplegadas, puede hacer los 15 cm de envergadura. Pese al ruido tremendo que hacen al volar -son muy malos voladores- y la cara de pocos amigos que tienen, estos escarabajos -los más grandes de Europa- son totalmente inofensivos y, al menos a mi particular (por no decir friki) punto de vista, uno de los insectos más simpáticos de nuestras latitudes.

De hábitos nocturnos y más duros que el pedernal -los he visto caer en medio de un partido de fútbol-sala, hacer botar el balón al pasarles por encima, abrir las alas y salir volando- los ciervos voladores (Lucanus cervus) pasan la mayor parte de su tiempo vital lejos de la vista de los vulgares mortales. Ello es debido a que pasan más de 6 años en estado de larva comiendo la madera podrida de árboles muertos (preferiblemente de árboles caducifolios) emergiendo tras este tiempo en forma adulta con un marcado dimorfismo sexual -los machos tienen unas prominentes mandíbulas que recuerdan las de los ciervos, de ahí su nombre- haciéndolo exclusivamente para reproducirse. De hecho, duran muy poco -unos 15 días- hasta el punto que, desde que salen, no se alimentan más allá de chupar la savia de heridas abiertas de árboles... y no siempre. Ello hace que, los vuelos sean escasos debido al gasto de energía que supone al pobre animalejo y que guarden su energía para buscar pareja, momento en el que los machos utilizan sus "cuernos" para luchar contra otros machos por los favores de las hembras. ¡Ah! y no se asuste... aunque sirvan para la lucha, sus aparatosas mandíbulas no tienen fuerza para hacer daño a nadie. Una vez hallada su "partenaire" pueden estar copulando durante días ( ver Juan de Aragón, el príncipe español muerto a polvos), pasados los cuales, la hembra pone los huevos en maderos muertos y muriendo a continuación.

No obstante esta curiosa vida, a los romanos les interesaban los ciervos voladores por otras cualidades, digamos que un poco más sabrosas...

Cuenta Plinio el Viejo que una de las viandas que más gustaban a los romanos eran las llamadas " cossus", larvas que recolectaban en los maderos de robles muertos -por lo que se ha identificado como de Lucanus cervus- y que se dedicaban a engordar alimentándolas con harina y vino. Un curioso e incalificable manjar que haría las delicias de los responsables de la ONU, que más de una vez han recomendado el consumo de insectos para la alimentación humana ( ver ¿Le apetece una hamburguesa de mosquitos?) si no fuera porque, estos pequeños tanques voladores, están protegidos por su peligrosa disminución en los últimos años debido a la pérdida progresiva de bosques viejos y por la retirada de madera muerta para evitar incendios.

Así que, ya lo sabe, si durante los meses estivales tiene la inmensa suerte de ver un ciervo volador, no se asuste, ni le pegue un pisotón, déjelo en un rincón que él (o ella) ya se alejará de usted a poco que pueda. Y es que, a parte de que le puede caer un multazo si alguien le denuncia a los forestales, los ciervos voladores son uno de los insectos más beneficiosos para nuestro medio ambiente... y sabrosos para nuestros antepasados romanos.

Un medio ambiente que, por desgracia, nos estamos cargando a pasos agigantados.


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