Esta mañana, tras el paseo matutino, he comprado ABC. Necesitaba, se lo decía a los míos, una inyección de lectura proveniente de la prensa conservadora. Más allá de las críticas a Sánchez, por su gestión al frente del Covid-19, he leído la opinión acerca de la figura de Anguita. Una figura que desde mis años de instituto siempre me llamó la atención. Y me llamó, queridísimos amigos, por su inteligencia, coherencia y sabiduría. Me gustaba su estilo de liderazgo. Un liderazgo - alejado del populismo y el postureo - pausado, y crítico; tanto con la izquierda como con la derecha. Me llamó la atención su forma de vida. Una vida austera, sin grandes lujos, y entregada a los estudios. De todos los políticos del momento, Julio era un ideólogo. Un hombre que estaba ahí porque amaba la política. Porque tenía claro, clarísimo, que la política era un viaje de ida y vuelta. Un viaje con ticket de llegada, sin desvíos ni paradas innecesarias.
Julio era un comunista convencido, un creyente en la utopía. Un nostálgico del marxismo leninista. Y alguien que creía en la libertad pero siempre desde la igualdad. En el rotatorio de Rubido, observo como sus escribas subrayan la amistad que el "califa" tenía con Aznar. Una amistad que contrastaba con la antipatía que existía con Felipe González. Tanto es así que el PSOE e Izquierda Unida nunca salió del bucle amor y odio que los caracterizaba. Y no salieron de ese círculo vicioso porque Julio siempre llevó en su mochila las piedras del comunismo. De un comunismo bolchevique y fracasado que amenazaba con instaurarse en España. En una España que miraba con recelo todo lo que oliese a uniformes y coqueteos con el pasado. Y en una España que nunca aprendió las lecciones de Carrillo. La "pinza", que tanto daño hizo a Izquierda Unida, sirvió tanto a Aznar como a Felipe, para sembrar de veneno el espacio que separaba las dos orillas. Dos orillas que permitieron el navío del bipartidismo durante más de tres décadas de democracia.
El fallecimiento de Julio sirve de metáfora a la muerte del sueño comunista. Julio representaba la crítica al capitalismo. La crítica, como les digo, al consumo exacerbado y al precariado laboral. Un consumo que se nutre de un sistema basado en una estructura social de clases. Una estructura al servicio de los de arriba. Julio comulgaba, sin darse cuenta, con la filosofía elitista de Nietzsche o Gasset. Su discurso intelectual encajaba más con una revolución desde arriba - desde los despachos del Congreso - que la rebelión desde abajo - desde el calor del asfalto -. A Anguita le sobraron, y valga el atrevimiento, sus años en la política. Y le sobraron porque el comunismo y el capitalismo son como el perro y el gato. Siempre vislumbré en Julio a un ideólogo. Siempre pensé que su rol estaba en el análisis político. Su liderazgo se consagró cuando colgó la toga de la política. Ahí fue cuando Julio ejerció una crítica desde fuera. Una crítica en forma de libros y conferencias. Un legado, de romanticismo y pedagogía, que el juicio histórico sabrá reconocer. Sit tibi terra levis.
Por Abel Ros, el 17 mayo 2020
https://elrincondelacritica.com/2020/05/17/las-lecciones-de-anguita/