Britania e Hibernia, c. 410 d. C.
Los habitantes de las ciudades de se dirigieron al emperador Flavius Honorius Augustus (384-423), para suplicarle que los asistiera frente a los ataques de los bárbaros que asolaban sus tierras.
Sin embargo, en el rescripto que les envió en respuesta, Honorio les dijo que lo único que podía hacer era conminarlos a «defenderse por ellos mismos».
El emperador Honorio admitía así que no tenía capacidad para despachar tropas a un territorio tan alejado y que, por tanto, no podía ejercer una autoridad real sobre su antigua provincia.
Era el reconocimiento de que el dominio de Roma sobre Britania había llegado a su fin.
Ese dominio romano en la isla había comenzado cuatro siglos antes. Tras los intentos de conquista de César en 55 y 54 a. C., fue el emperador Claudio quien, en el año 43 d. C., culminó la expansión de Roma más allá del canal de la Mancha.
La conquista de Britania no resultó fácil, y en cuatro años las fuerzas romanas sólo habían conquistado el centro de la isla, sin llegar a dominar totalmente a las belicosas tribus que lo ocupaban.
Ni siquiera el establecimiento de tres legiones en Lincoln, Exeter y Gloucester, conectadas por calzadas que atravesaban la isla, consiguió doblegar la voluntad de los nativos, que se opusieron con firmeza a los invasores.
En los años siguientes se produjo una sucesión de rebeliones de los distintos pueblos celtas, desde la insurrección de la reina Boudica, en el año 60, a la de los habitantes de York en el año 115.
Fuente:
- "La defensa de Britania. Legiones romanas".
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