THOMAS MANN (1875-1955)
Prólogo de Fernando Aramburu
Ensayo de Blas Matamoro
CD
1. Richard Strauss (1864-1949): Till Eulenspiegels lustige Streiche, op. 28
Orchestre National de Bordeaux-Aquitaine. Alain Lombard, director. [Naïve. 1994]
2. Charles Gounod (1818-1893): "O sainte médaille - Avant de quitter" de Faust
Tommi Hakala, barítono. Orquesta Filarmónica de Tampere. Eri Klas, director. [Ondine. 2004]
3. Hans Pfitzner (1869-1949): "Sehr breit und ausdrucksvoll" de la Sonata para violín y piano en mi menor, op. 27
Benjamin Schmid, violín; Claudius Tanski, piano. [MDG. 1999]
4. Arnold Schönberg (1874-1951): "Mondestrunken" - "Colombine" - "Der Dandy" - "Eine blasse Wäscherin" de Pierrot lunaire, op. 21
Salome Kammer, Sprechstimme. Ensemble Avantgarde. Hans Zender, director. [MDG. 1994]
5. Gustav Mahler (1860-1911): "Adagietto. Sehr langsam" de la Sinfonía nº 5 en do sostenido menor.
Orquesta Filarmónica Checa. Václav Neumann, director. [Supraphon. 1980]
6. Benjamin Britten (1913-1976): "Pastoral" de la Serenata para tenor, trompa y orquesta, op. 31
Christoph Prégardien, tenor; Ib Lanzky-Otto, trompa. Tapiola Sinfonietta. Osmo Vänskä, director. [BIS. 1991]
7. Franz Schubert (1797-1828): "Der Lindenbaum" de Winterreise D 911
Hans Jörg Mammel, tenor; Arthur Schoonderwoerd, fortepiano. [Alpha. 2005]
8. Richard Wagner (1813-1883): "Preludio y muerte de Isolda" de Tristan und Isolde
Christa Ludwig, mezzosoprano. NDR Sinfonieorchester. Hans Knappertsbusch, director. [Tahra. 1963]
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EDICIONES SINGULARES ES 1004 (Diverdi) [92 páginas. 71'03'']
Edición: Mayo de 2009
Para los ánimos operáticos de Aída y Radamés no existía la proximidad objetiva. Sus voces vacilaban al unísono en la octava aguda de la dicha, seguras de que el cielo se abría y sus deseos resplandecían en él con la luz de la eternidad. La consoladora fuerza de este embellecimiento producía en el oyente un extraordinario placer y con él colaboraba no poco que este número de su programa llegara tan especialmente al corazón.[Thomas Mann, La montaña mágica]Reconozco que siempre tuve prevención ante la figura de Thomas Mann, ese hombre tan alemán siempre –a pesar de que tuviera que huir de Alemania–, tan consciente de la importancia de su obra, tan preocupado por dejar marca de todo lo que hacía y decía, una especie de Goethe del siglo XX, omnipresente y casi omnisciente. Quizá sea una imagen injusta, porque de los intelectuales alemanes de la época fue de los que supo rectificar a tiempo, de los que entendió que la bicha del nacionalismo pangermanista, agresivo y destructivo que conduciría al Tercer Reich estaba ya incubada en el idealismo irracionalista del siglo XIX (qué bien los desenmascara Juan José Sebreli en El olvido de la razón), incluso en la forma de "ser alemán" del hiperclásico Goethe. Como hiciera ya con Proust, Blas Matamoro vuelve a hacer aquí un análisis excelente, pese a su brevedad, de la realidad social, política e intelectual del tiempo que analiza, que es el del hundimiento del Imperio en la catástrofe de la Gran Guerra, la ilusionante fragilidad de la república de Weimar y el surgimiento y caída del nazismo, y lo hace trazando un dibujo en el que vemos al Mann más bien odioso de su vida familiar, al hombre aupado a la grandeza pública en la Alemania de Weimar y al artista que aspira a la gloria literaria, todo ello con la música en primerísimo plano. Desde luego que no necesita Matamoro hacer un gran esfuerzo para convertir la música en el principal hilo conductor de su relato, pues la música estuvo siempre presente en la vida y la obra de Mann. Sus relaciones con los grandes directores y compositores de la época (Strauss, Schoenberg, Pfitzner, Walter, Furtwängler...), su rechazo al modernismo, su fidelidad a Wagner y, sobre todo, la presencia del arte de los sonidos en sus novelas y relatos es pues el gran fundamento de este ensayo, aunque, como he dicho ya, el trasfondo sociopolítico está admirablemente atrapado.
En La montaña mágica no sólo aparecen innumerables citas musicales (hasta ese final con El tilo de Schubert), sino que la novela está concebida casi como una gran partitura sinfónica, pero la gran obra musical de Mann es la última, Doktor Faustus, especie de gran recapitulación de sus preocupaciones literarias, que protagoniza un compositor, Adrian Leverkühn, al que el escritor hace responsable de obras por completo imaginarias (lo que ha dado para soluciones en general poco lucidas cuando se ha querido trasladar al cine), pero por supuesto también es puramente musical Muerte en Venecia, y de la música se alimentan relatos como El niño prodigio (en el que la bisexualidad que muchos adjudican a Mann está muy presente) o De la estirpe de Odín, deliciosa pieza sobre el incesto de los welsungos (de hecho en España se ha traducido más habitualmente como Sangre de Welsas). Prometo meterle mano algún día a Los Buddenbrook.
Wagner: "Preludio y muerte de Isolda" de Tristán e Isolda. [17'00''[ Christa Ludwig. Orquesata Sinfónica de la NDR. Knappertsbusch.
Mild und leise
wie er lächelt,
wie das Auge
hold er öffnet
seht ihr's Freunde?
Seht ihr's nicht?
Immer lichter
wie er leuchtet,
stern-umstrahlet
hoch sich hebt?
Seht ihr's nicht?
Wie das Herz ihm
mutig schwillt,
voll und hehr
im Busen ihm quillt?
Wie den Lippen,
wonnig mild,
süßer Atem
sanft entweht
Freunde! Seht!
Fühlt und seht ihr's nicht?
Hör ich nur
diese Weise,
die so wunder-
voll und leise,
Wonne klagend,
alles sagend,
mild versöhnend
aus ihm tönend,
in mich dringet,
auf sich schwinget,
hold erhallend
um mich klinget?
Heller schallend,
mich umwallend,
sind es Wellen
sanfter Lüfte?
Sind es Wogen
wonniger Düfte?
Wie sie schwellen,
mich umrauschen,
soll ich atmen,
soll ich lauschen?
Soll ich schlürfen,
untertauchen?
Süß in Düften
mich verhauchen?
In dem wogenden Schwall,
in dem tönenden Schall,
in des Welt-Atems
wehendem All
ertrinken,
versinken
unbewußt
höchste Lust!
(Isolde sinkt, wie verklärt, in Brangänes Armen sanft auf Tristans Leiche. Rührung und Entrücktheit unter den Umstehenden. Marke segnet die Leichen. Der Vorhang fällt langsam)
[Delicioso y callado,/ cómo sonríe,/ cómo los ojos/ abre propicio,/ ¿Lo veis amigos?/ ¿No lo veis?/ ¿Cada vez más luminoso/ cómo resplandece,/ astro bañado en luz,/ cómo se eleva a lo alto?/ ¿No lo veis?/ ¿Cómo el corazón/ se le dilata, valeroso,/ cómo pleno y noble/ se le hincha en el pecho?/ ¿Cómo en los labios,/ deliciosamente,/ el dulce aliento/ suavemente se exhala?/ ¡Amigos!/ ¡Ved!/ ¿No lo veis ni lo sentís?/ ¿Sólo yo oigo/ esta melodía,/ que tan maravillosa/ y suave,/ lamentándose gozosa,/ diciéndolo todo,/ dulcemente conciliadora,/ resonando desde él,/ penetra en mí,/ se eleva sobre sí,/ sonando propicia,/ rodeándome de sonido?/ Vibrando más claras,/ envolviéndome ondulantes,/ ¿son ondas de brisas deliciosas?,/ ¿son nubes de aromas dulcísimos?/ Cómo crecen,/ cómo me rodean de murmullos,/ ¿debo respirarlas,/ debo escucharlas?/ ¿Debo beberlas a sorbos,/ sumergirme en ellas?/ ¿Respirarme en dulces fragancias?/ En la crecida ondulante,/ en el sonido resonante,/ en el universo suspirante/ de la respiración del mundo,/ anegarse,/ abismarse,/ inconsciente,/ supremo/ deleite.
(Isolda se desploma suavemente, como transfigurada, en brazos de Brangäne, sobre el cadáver de Tristán. Gran emoción y arrobo entre los presentes. Marke bendice los cadáveres).]
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