Tal vez, al leer el título de esta entrada, si tiene ya una edad, haya recordado las clases de alguna de las escuelas de osteopatía a las que muchos de los fisioterapeutas ibéricos acudíamos fielmente hace ya algunos años.
Lo decimos porque la formación posgrado pasaba para un porcentaje importante de aquellos jóvenes ávidos de conocimiento por estudiar osteopatía. Y de lo primero que nos contaban eran las leyes de la misma, dogma que no se cuestionaba como si fueran tablas de la ley. Con el tiempo aprendimos a ser críticos y abandonar afirmaciones de una calidad científica acorde con finales del siglo XIX.
Sin embargo, a remedo de aquella formulación, algo a lo que atenerse como guía doctrinal, nos hemos atrevido a publicar afirmaciones, con cierta ironía, pero que aplicamos a pies juntillas en nuestra práctica clínica. En ese esquema irónico, a veces desafiante, con petulancia infundada e impostada, escribimos algunas veces nuestras leyes. Vamos con algunas de ellas, sin importar el orden.
Todo lo que pueda hacer el paciente que lo haga el paciente. Si puede hacer la transferencia sin ayuda, superviemos sin echar mano, solo vista.
En esa línea, la mínima intervención necesaria, incluso la no intervención, es lo mejor que podemos hacer. Hay procesos que evolucionan, con altibajos, casi igual o igual con la participación del fisioterapeuta, manual o no. De ser así, mejor permanecer al margen, nuestra intervención puede ser superflua, prescindible o innecesaria, y si supone un coste para el paciente o una dilación en listas de espera, peor.
Como se puede imaginar el lector, devolver mancuernas y demás material a su sitio forma parte del tratamiento. Eso sí que es participación activa del paciente.
Muy importante, la recuperación no termina con la fisioterapia. Por sorprendente que parezca, los pacientes mejoran solos, los procesos, patologías, enfermedades, tienen una evolución natural, predecible, esperable, con lógicas y habituales diferencias o desviaciones. Llega un momento en el que el paciente ya no nos necesita, ha de hacerse responsable en mayor grado, continuará mejorando en nuestra ausencia. Seamos humildes.
Fragmentación, tolerabilidad, adaptación, flexibilidad, adecuación (a preferencias del paciente) son las claves del ejercicio, no la meticulosidad teórica. Se cuestiona por algunos, y algunas, que el fisioterapeuta no aplique conocimientos sesudos cuando propone ejercicio terapéutico a los pacientes. En una UCI, por ejemplo, con un paciente quebrantado por un fallo multiorgánico, o con un paciente convaleciente de una sesión de quimio o radioterapia les querríamos ver con sus propuestas cientificísimas.
El conocimiento de la patología y del paciente más que el preciosismo metodológico. Ciencias básicas, anatomía, fisiología; habilidades de entrevista y comunicación efectiva y afectiva. Tienen más valor que el rigor documentado en estudios en ambientes y situaciones controladas o en los manuales de cursos y cursillos, a veces nada equiparables a los ambientes naturales y habituales de nuestros pacientes.
Nada más, por ahora. Véase que no hemos hablado del «primun non nocere». Demasiado obvio.
LEER MÁS FISIOTERAPIA.
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