-Papá, ¿tú no tienes frío?
-¡No! –sonó con el ímpetu acostumbrado la voz de Pedro, mientras ponía su abrigo sobre los hombros del joven-, hay que encontrar las llaves del coche.
-Sí, estoy muerto de frío –se escuchó casi al unísono la voz de Luís-. La grúa no va a tardar mucho, entrad al coche los dos antes de que pilléis una pulmonía.
Como única contestación recibió un bolazo de nieve en la cara que, entre risas, detonó una intensa batalla a tres bandas.
El muchacho se rindió pronto y trató de templar sus manos en los bolsillos del abrigo. Sonrió. Las llaves estaban secas.