El taller del arquero
León Molina
La Garúa, Barcelona, 2014
La cosecha lírica de León Molina (San José de las Lajas, Habana, Cuba, 1959) integra desde su epifanía cuatro entregas: Señales en los puentes, Breviario variable, El son acordado y Llegar. A este itinerario creativo se incorpora El taller del arquero, volumen que visita las librerías con el sello editorial La Garúa.
Cada autor se define por unas líneas maestras en las que se dan las claves de una sensibilidad diferenciada. En León Molina son señas de identidad el intimismo, la persistencia en los meandros de un viaje reflexivo interior, el paisaje como asunto central y reflejo de quien lo habita y el devenir temporalista del personaje verbal. Son pautas que se repiten en cada entrega, como anecdóticos materiales de uso común, y que de forma orbital sobrevuelan en los argumentos poemáticos.
El taller del arquero agrupa once secciones hilvanadas en una estructura lineal cuyo sumario acoge un punto de partida, un desarrollo diverso y el final abierto a la pautada interpretación del lector. El arranque es un soliloquio introspectivo en el que la conciencia percibe los efectos del tiempo; un yo mudable da fe de otra manera de percibir las cualidades del entorno. En cada soledad resuena el mundo y sus ecos despiertan el tímpano alerta del haiku, una estrofa capaz de hacerse crónica de lo estacional. Su esquema resalta impresiones y retiene el paso fugaz por los sentidos.
La sección “El taller del arquero”, que da título al libro se formula con verbo didáctico. Son las palabras de un hablante lírico impregnado del pensamiento cultural de Oriente: Basho, Buson, Isa… y tantos maestros del Japón eterno. Las resonancias de una larga galería de autores fortalecen la contemplación de colores y tonalidades, dan calma a la aplicada tarea interminable de definir lo sencillo oculto que enriquece cada existencia con su humildad y grandeza.
Ya he comentado el fluido diálogo que mantienen en esta poesía la naturaleza y el sujeto. La naturaleza es una panorámica expandida, rica en matices, diversa y vitalista, cuyos elementos constituyen un generoso don para el asombro. Un claro ejemplo de esta aportación a la mirada del yo es “Tratado de ornitología”, donde cabe también el poema en prosa, casi un apunte reflexivo sobre el paisaje natural; del mismo modo ocurre en “El aroma de la lluvia”, otra celebratoria fe de vida.
León Molina tiene predilección por las formas escriturales breves que amalgaman carga lírica y estratos meditativos; de ahí que no sorprenda al lector encontrar en un libro de poemas una muestra de aforismos. El destello del pensamiento supone un intento racional de hacer legible lo diario.
En los breves poemas de León Molina dos verbos se conjugan de modo hacendoso; comprender y existir. La palabra poética incide siempre en la condición temporal del yo y en sus puentes cotidianos ante parajes que rebasan lo descriptivo y se convierten en razón de vida. El arco dispuesto y la flecha a punto no son sino simbologías reflexivas, metáforas de una celebración que enmarca el mundo tras la ventana abierta del taller.