Revista Cultura y Ocio
Las luces del Real Sitio en el virreinato de la Nueva España
Publicado el 03 agosto 2019 por ElhijodelherradorCuando éramos pequeños, a los de La Granja nos llevaban a ver los palacios de otros Reales Sitios: Aranjuez, El Escorial, El Palacio Real... No pagábamos. Era un ancestral (y hoy extinto) privilegio que teníamos los habitantes de los Reales Sitios de España. Allí aprendimos que aquello que colgaba del techo y daba una luz tan bonita no se llamaban lámparas. Se llamaban arañas. Cuando los guías nos preguntaban: -...y ¿alguno sabríais decirme dónde hicieron estas arañas? Nosotros respondíamos a coro con indisimulado orgullo: ¡¡¡EN LA GRANJAAAAA!!
En esas pretéritas e inolvidables visitas, aquellos niños empezamos a aprender que teníamos algo que nos unía, nos diferenciaba y nos hacía sentirnos orgullosos. En nuestro pequeño pueblo de Segovia, de Castilla, además de un palacio, unas fuentes, unos jardines, los ríos donde nos bañábamos, las montañas, los pinares y bosques donde comenzábamos a vivir nuestras aventuras, había algo más que nos hacía sentirnos únicos. Nuestros antepasados conocían y dominaban el arte del vidrio, un arte que llenaba los palacios, iglesias y catedrales allende nuestras montañas. ¡Qué orgullosos nos sentíamos! de encontrar y reconocer a nuestro pueblo "tan lejos de él", en aquellas lámparas... digoooo, arañas. Arañas, con su marcado estilo granjeño.
Media vida después, he vuelto a recordar con inusitada dicha aquellos días. Los he revivido, como si hubieran sido ayer mismo. Aquel niño que sigue habitando en mí, con sus 47 añitos casi recién cumplidos, paseaba con la misma curiosidad, con el mismo apetito insaciable por conocer, por descubrir, por aprender... esta vez, allende nuestras fronteras, allende nuestros mares incluso. En una preciosa tierra, que durante casi 300 años fue España (que no "de España" leve, pero importante matiz) caminaba como digo, en una preciosa ciudad de nombre Santiago de Querétaro, a poco más de 200 Km de la megalópolis de México DF. En ese momento entro en el exconvento de la Santa Cruz, levanto mi vista... y... sí. Ahí estaban. Hermosas, enormes, inconfundibles. Dando luz, ayer con velas en aquel remoto lugar del casi inabarcable Virreinato de la nueva España, hoy con bombillas LED en esa ciudad de los Estados Unidos Mexicanos. Casi se me sale el corazón del pecho al reconocerlas. El niño gritó de nuevo que esas arañas estaban hechas en La Granja, a unos 10.000 km de allí... el escritor comenzó a construir, a divagar... a soñar.
En algún momento del pasado, llegó un pedido a la Real Fábrica de Cristales.Venía desde la otra punta de España, de uno de los miles y miles de lugares fundados y levantados por nuestros antepasados en las infinitas Indias: Santiago de Querétaro. Los maestros vidrieros hicieron lo que sabían hacer como nadie. Elaborar esas joyas de vidrio, hierro y bronce. Entonces me surgió la duda. Habían hecho lo fácil, ahora quedaba que sus delicadas obras de arte llegasen al otro hemisferio, a unos 10.000 km de La Granja. Y que llegasen enteras. ¿Cómo lo harían? Las frágiles arañas tenían que transitar por los duros caminos de la época hasta Cádiz, ser embarcadas en la flota de la Nueva España, realizar la dificilísima Carrera de Indias a través del impredecible Atlántico, ser desembarcadas cuidadosamente en Veracruz (por cierto, primera ciudad fundada en territorio continental americano hace 500 años) y transportadas por el Camino Real hasta México y de allí por otro camino más pequeño hasta Querétaro. Y vuelvo a preguntarme... ¿Pero cómo lo harían? ¿las llevarían montadas dentro de una caja de madera y apelmazadas con arena de sílice para que no se moviesen? ¿Con serrín? ¿Con paja? o... ¿las llevarían desmontadas? En ese caso tendría que viajar un artesano de La Granja para luego montarlas allí... y si fuera así, ¿se quedaría allí a vivir, o volvería a jugársela embarcando de vuelta en los galeones de la Carrera de Indias? con tales ideas en mente, salimos del templo y llegamos a otro de los puntos estratégicos de Querétaro, el palacio de la Marquesa... y... ...El corazón me brincó de nuevo en un pecho que aún no se había deshinchado. Allí estaba de nuevo una de esas soberbias arañas nuestras. Las luces del Real Sitio, en el Virreinato de la Nueva España. Sonreí.¡Qué grande fuimos! Y qué gran argumento para una novela, ¡vive Dios! Quizá algún día... ¿Quién sabe si recorrimos los mismos lugares que un día un granjeño montador de arañas? ¿Quién sabe si algún día esas arañas se expondrán en las salas del MUCAIN, el museo de la Carrera de Indias de Cádiz? Yo, por mi parte, haré todo lo posible para que eso ocurra. Para que la titánica y tan desconocida labor de nuestros ancestros se reconozca. Y no se olvide.