Revista Diario
Recuerdo cuando iba al colegio que las niñas que tenían madres que trabajaban (fuera de casa) eran una extraña minoría. Casi todas teníamos el lujo de ver a mamá cuando nos despertábamos, a la hora de comer y toda la tarde hasta el momento de dormir. Cuando estábamos malitas recibíamos el calor y el cuidado de mamá en todo momento. En la sociedad actual los porcentajes han dado la vuelta. Somos muchas las madres (por no decir una aplastante mayoría, al menos según mi entorno cercano y no tan cercano) que trabajamos fuera de casa. La incorporación de la mujer al trabajo ha supuesto una revolución a nivel social y también personal. Las leyes han ido modelando un corpus legal que intenta proteger los derechos de las mujeres y de los niños y, aunque a pasos pequeños, se van incrementando dichos derechos. Pero hay veces en las que con leyes, ayudas y aparente aceptación social de las mujeres-madres-profesionales, sufrimos una suerte de culpa constante que no nos deja ni a sol ni a sombra.Y hablo por experiencia propia y por confesiones de otras madres que se atreven a reconocer que no siempre esto de la conciliación es un camino de rosas. Dejar a un bebé, aunque sea unas horas, para ir a trabajar; sufrir cuando están malitos; que te llamen del colegio en medio de una reunión porque tu hijo se ha abierto la ceja; que tengas que repetir una y mil veces que estar de excedencia no es estar de vacaciones; que tengas que dar mil explicaciones de por qué crees que debes amamantar a tu hijo y estar siempre que puedes con él, y un largo etc. de situaciones estresantes que hacen que a menudo llegar a todo no sea nada más que una falacia y un deseo incumplido. Es curioso que a menudo, cuando consigues ganar la confianza de una mujer que trabaja como tu, y te confiesa que a veces se siente mala madre por no poder dar un beso de buenas noches a su hijo, sientas que no eres la única que tienes esa sensación. Un sentimiento que estoy convencida que tienen muchas mujeres que por miedo a dar una imagen de débiles o sensiblonas, esconden dichos miedos tras frases como , "los niños se adaptan a todo", "no se enteran" o "es lo que toca".Las mujeres deberíamos defender con más fuerza nuestro papel de madres, defendiendo la importancia que tiene para construir una sociedad mentalmente sana, feliz y que haya crecido con el amor y no con el desapego y la frialdad.