La característica fundamental del Racionalismo es un ideal de ciencia deductiva, siguiendo el modelo matemático, es decir, la convicción fundamental de que es posible deducir el sistema de nuestro conocimiento acerca del Universo a partir de ciertas ideas y principios evidentes y primitivos.
La influencia del modelo matemático se muestra además en dos convicciones fundamentales del Racionalismo:
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La convicción de que el ámbito de la Razón, del pensamiento es necesario: los tres ángulos de un triángulo valen necesariamente dos rectos, tal propiedad se deduce necesariamente de la naturaleza del triángulo. No es que sea así, pero pudeira ser de otro modo. el razonamiento matemático se desarrolla como una cadena, donde todo es como tiene que ser y no puede ser de otro modo. Ampliada esta necesidad desde las matemáticas al ámbito de la realidad entera, las ideas de libertad y de contingencia resultan difíciles de mantener (un acto libre es aquel que no es necesario, que es así, pero podría ser de otro modo; igualmente, contingente es aquello que no es necesario, es pero podría no ser). Leibniz pretende hacer un hueco en su sistema para la libertad y la contingencia, distinguiendo entre verdades de razón (necesarias) y verdades de hecho (contingentes), pero esta distinción es difícil de mantener dentro de un sistema racionalista. Espinosa fue más radical y coherente y negó abiertamente que haya nada libre, contingente: todo lo que sucede, sucede necesariamente.
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La convicción de que al ámbito del pensamiento se corresponde exactamente con el ámbito de la realidad. Espinosa decía que “el orden y conexión de las ideas es el mismo que el orden y conexión de las cosas”. En esta convicción se basa, la definición racionalista de la sustancia: lo que se puede concebir por sí mismo, sin necesidad de recurrir a la idea de otra cosa, existe por sí mismo e independientemente de tal cosa. Resultado de esta convicción y de la consiguiente definición de la sustancia son “el ocasionalismo” de Malebranche, la “armonía preestablecida” de Leibniz y el panteísmo de Espinosa.
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Esta última convicción de que la realidad se corresponde con el pensamiento lleva lógicamente a un notable menosprecio de la experiencia: no será necesario recurrir a ésta, ya que el pensamiento por sí mismo es capaz de descubrir la estructura de la realidad.
Este menosprecio de la experiencia se muestra en la tesis típica del Racionalismo, según la cual el pensamiento posee ideas y principios innatos, no extraídos de la experiencia, a partir de los cuales puede construirse el edificio de nuestro conocimiento. Igualmente se muestra en la utilización, por parte de los filósofos racionalistas del argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios.
Existe una última característica común a todos los filósofos racionalistas: su recurso a Dios para garantizar la correspondencia entre el orden del pensamiento y el orden de la realidad. La garantía de esta correspondencia es, en Descartes, el Dios perfecto y veraz que no puede engañarnos: en Leibniz, el Dios que “armoniza” el Universo de forma tal que la correspondencia no falle; en Espinosa Dios es también la garantía última de la correspondencia entre el pensamiento y el mundo corpóreo, ya que Dios es la única sustancia, y el pensamiento y la extensión no son sino dos atributos suyos.
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