Si normalmente para la mayoría de niños las matemáticas son complicadas, en mi caso no solo fue difícil sino tormentoso, angustia pura, ansiedad sin límites. No solo fue un momento, fue mi infancia y pubertad. Una constante de malos ratos que esa maldita ciencia me hizo pasar.
Ya en media, mi frustración al no entender la explicación de la profesora generaba en mí gran ansiedad. Ante ello buscaba escapes. ¿Tirarme la hora, tirarme la pera?
Tirarme la pera era fácil, simplemente faltaba al colegio y nadie se enteraba, ni en casa ni en el cole ya que a esas alturas venía firmando mi diario de asistencia mucho tiempo atrás. Sí bien faltar al cole era simple, no era una solución del todo buena ya que perdía las clases de letras, a las que sí quería asistir y en las cuales no solo me divertía sino que las asimilaba muy bien.
Entonces, como no me convenía faltar todo el día por dos horas de mates solo me quedaba tirarme la hora o mejor dicho las dos horas que duraba la bendita ciencia, aunque ello fuera aún más complicado.
En un colegio como el mío, de hijos de militares en que la disciplina se imponía sobre otros principios, tirarse la hora era muy difícil. Era lo más parecido a un escape de prisión, con todos los riesgos que ello implica. Significaba salir a hurtadillas del salón y correr con dirección a un lugar seguro, donde nadie pudiera encontrarme, el sobresalto se apoderaba de mí durante las dos horas que duraba la odisea, pensando en el momento que me descubriesen.
Las horas de clases son eso “de clases” no de webeo, por lo tanto las únicas personas a las que encontraba en esos momentos caminando por los pasillos y patios eran compañeros yendo al baño u otros que tenían el encargo del profesor de traer tizas o el mapamundi de la dirección.
Caminaba agazapado, con trotes rápidos hasta llegar a las escaleras posteriores del pabellón donde permanecía sentado esperando alguna señal que me obligará buscar otro sitio de menor riesgo.
Siempre existía la posibilidad que un brigadier o policía escolar me vea y delate o peor aún que algún auxiliar me descubra y me lleve de las patillas a la dirección, situación embarazosa ya que sería el punto de mis compañeros cuando salieran al recreo y me viesen con mi cara de autogol sentado en la dirección.
Identificando que ya era hora de mover el esqueleto me dirigía hacia el campo deportivo. Pero ello era más riesgoso. Pasar desapercibido allí era casi imposible, la mancha color plomo de mi uniforme destacaría a distancia de las manchas azul con blanco del uniforme de educación física.
Pasar por los pabellones de primaria era peor, ¿que haría un secundario en un pabellón de pequeños agazapado y escondiéndose?, se prestaba a otro tipo de especulaciones más serias a las que no hubiese querido exponerme.
Otra alternativa era ir al tópico y pasarme por enfermo, pero lo usé tanto que la monja aburrida me veía y automáticamente me daba una manzanilla diciéndome que regrese a clases.
Dos horas de mates, tiempo en que si bien tenía el lapicero en la mano y lo presionaba sobre el cuaderno no intentaba siquiera escribir la ecuación que la profesora copiaba en la pizarra. Era momento de dibujar variopintas figuras, logotipos, flechas, dragones y demás que solo alguien con el menor sentido de la existencia podría tener.
Que terrible son las creencias, pienso ahora. Realmente, lo que uno cree que es, es, más nada. Pensaba estar negado para comprender la naturaleza de los números. Cuantos años tuvieron que pasar para dejar de pensar que los números eran una limitante en mi vida.
Al terminar de estudiar mi carrera técnica de marketing decidí estudiar economía, una carrera en la que más de la mitad son números. Al culminarla constate que los números no son difíciles, y que como todo en la vida es entendible siempre que se esté dispuesto a aprender.
Tantos años después veo con agrado a mi hija agarrar los colores y pintar libremente sobre el papel con un autentico sentido de la armonía que conjuga líneas y colores, trazos firmes y dibujos bien definidos que impresiona para sus cortos cinco años.
Es pequeña aún pero creo que su destino no se relaciona con las matemáticas sino más bien con las artes.
No lo sé, puedo equivocarme, en todo caso sino le gustarán los números allí estaré para enseñarle que las dificultades se afrontan y que siempre serán los retos y el conseguir vencerlos lo que más satisfacciones nos causen en la vida. Go ahead.