Revista Psicología

Las mentiras del amor.

Por Saval

Entonces… ¿todo era mentira? me pregunta Carlos mientras clava su mirada en la cucharilla con la que da miles de vueltas al café. El amor se acabó hace tiempo. Aunque lo intentaron alargar, al final ella puso las palabras a algo que, de hecho, ya estaba perdido. Un final de los de verdad. Sin espacios, tiempos ni falsas esperanzas. Cuando levanta la cabeza y me mira buscando una respuesta, simplemente le digo que mentira, lo que se dice mentira, no ha habido ninguna.

Igual que no existe “la verdad” como concepto, no existe “la mentira”. Todo está tamizado por nuestras subjetividades y nuestras formas de ver las cosas. Siempre saldrá alguien a decir que “esto es así” y dirá que el resto estamos manipulados. Es curioso que la manipulación solamente afecta a los que no piensan como yo. Los que piensan como yo son mentes objetivas, espíritus libres, creadores de su propio destino y conocedores de la verdad sobre cualquier asunto. Dejando de lado a estos gilipollas, no se puede mentir. Se puede mentir sobre el pasado “Yo hice tal cosa” pero incluso esas mentiras a veces forman parte de nuestro propio autoengaño para hacer más llevadera la vida. Mentir sobre el futuro es imposible.

Mentir en el amor, también. Cuando se dice “te querré siempre”, “nunca te dejaré” y otro tipo de afirmaciones categóricas, seguramente estén expresadas con sinceridad. Lo que se está transmitiendo ahí es una intención. Y la intención es verdad. Lo que pase luego, las vicisitudes de la vida, el “has cambiado”, “ya no siento lo mismo” o, en ausencia de eufemismos absurdos una frase más real como “quiero follarme a otras personas” no son cosas que podamos saber. No podemos mentir sobre lo desconocido. Lo malo y lo bueno de la vida es que cambia y que lo que hoy parece imposible, en unos años es probable.

Carlos entonces escogió creerse esas mentiras o verdades (escoge la palabra que quieras). Y lo escogió porque al final necesitamos creernos cosas que no existen para vivir, para vivir en eso que hemos convenido en llamar felicidad. Aunque tampoco podamos garantizar que la felicidad sea verdad.


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