Revista Psicología

Las mentiras infantiles

Por Psicoanalistalauralopez

LAS MENTIRAS INFANTILES
ES explicable que los niños mientan, cuando no hacen sino imitar las mentiras delos adultos. Pero cierto número de mentiras de los niños de excelente educación tienenun significado especial y debían hacer reflexionar a los padres, en lugar de indignarlos.Dependen de intensos motivos eróticos y pueden acarrear fatales consecuencias cuandoprovocan una mala inteligencia entre el infantil sujeto y la persona por él amada.
Una niña de siete años, en su segundo año de escuela primaria, pide dinero a supadre para comprar pinturas con que teñir los huevos de Pascua. El padre rehúsa,alegando no tener dinero. Poco después renueva la niña su demanda, pero justificándolacon la obligación de contribuir a una colecta escolar destinada a adquirir una corona paralos funerales de una persona real. Cada uno de los colegiales debe aportar cincuentacéntimos. El padre le da diez marcos. Paga la niña su aportación, deja nueve marcossobre la mesa del despacho paterno y con los cincuenta céntimos restantes compra laspinturas deseadas, que esconde en el cajón de sus juguetes. Durante la comida, el padrele pregunta qué ha hecho con el dinero que falta y si no lo ha empleado en las pinturas.Ella lo niega; pero su hermano, dos años mayor, la delata. Las pinturas son encontradasentre los juguetes. El padre, muy enfadado, abandona a la pequeña delincuente en manosde la madre, que le administra un severo correctivo. Luego, conmovida ante la intensadesesperación de la niña, la acaricia y sale con ella de paseo, para consolarla. 
Pero los efectos de este suceso, considerados por la paciente misma como «punto crítico» de suniñez, resultan ya inevitables. La sujeto, que hasta aquel día era una niña traviesa yvoluntariosa, se hace tímida y hosca. Durante los preparativos de su boda es presa deincomprensibles arrebatos de cólera cada vez que su madre efectúa alguna compra parasu nuevo hogar. Piensa que el dinero a tal efecto destinado es de su exclusiva propiedad,sin que nadie, fuera de ella, tenga derecho a administrarlo. De recién casada le repugnapedir a su marido dinero para sus gastos personales y establece una cuidadosaseparación innecesaria, entre el dinero de su marido y el «suyo». Durante el tratamientosucede alguna vez que los envíos monetarios de su marido sufren retraso, dejándola sindinero en una ciudad desconocida. Al darme una vez cuenta de ello le hago prometerque si volvía a encontrarse en tales circunstancias, aceptaría en mí el pequeño préstamonecesario para esperar sin apuros la llegada del giro. Me lo promete, pero al repetirse elhecho no mantiene la promesa y prefiere empeñar una joya. A mis reproches contestaque le es imposible aceptar de mí dinero alguno. La infantil apropiación de los cincuentacéntimos tenía un significado que el padre no podía sospechar. Algún tiempo antes de suingreso en la escuela primaria había realizado la niña un acto singular, en el que tambiénhabía intervenido dinero. Una vecina la había entregado una corta cantidad para queacompañara a un hijo suyo, más pequeño aún, a efectuar una compra. Realizada ésta,volvía a casa con el dinero sobrante; pero al ver en la calle a la criada de la vecina,arrojó al suelo las monedas. En el análisis de este acto incomprensible para ella misma,surgió, como asociación espontánea, la idea de Judas, que arrojó los dineros recibidospor su traición. Declara tener la seguridad de haber oído relatar la historia de la Pasiónantes de ir a la escuela. Pero ¿hasta qué punto está justificada su identificación conJudas?
     A la edad de tres años y medio tuvo una niñera, a la que tomó inmenso cariño.Esta niñera entabló relaciones eróticas con un médico, a cuya consulta acudíaacompañando a la niña, la cual debió de ser testigo de distintos actos sexuales. No esseguro que viera al médico dar dinero a la muchacha; pero sí que esta última seaseguraba el silencio regalándole algunas monedas con las que adquirir golosinas alretornar a casa. También es posible que el mismo médico diera alguna vez dinero a laniña. Impulsada ésta por un sentimiento de celos, delató, sin embargo, un día losmanejos de su guardadora. Al llegar a casa se puso a jugar con una moneda de cincocéntimos, tan ostensiblemente, que su madre hubo de interrogarla sobre la procedenciade aquel dinero. La niñera fue despedida.
    El acto de tomar dinero de alguien adquirió para ella, desde muy temprano, lasignificación de la entrega física de las relaciones eróticas. Tomar dinero del padreequivalía a hacerle objeto de una declaración de amor. La fantasía de tener al padre pornovio resulta tan seductora, que el deseo infantil de comprar pinturas con las que teñirlos huevos de Pascua se sobrepuso fácilmente, con su ayuda, a la prohibición. Pero le eraimposible confesar la apropiación del dinero. Tenía que negarla, porque el motivo delacto, inconsciente para ella misma, era inconfesable. El castigo impuesto por el padreconstituía así una repulsa del cariño ofrecido, un doloroso desprecio, y quebrantó elánimo de la niña. Durante el tratamiento surgió una intensa depresión, cuyo análisiscondujo al recuerdo de lo anteriormente relatado al verme yo obligado a copiar eldesprecio paterno, rogándole que no me trajese más flores.Para el psicoanalista no es casi necesario acentuar que el pequeño suceso infantilintegra uno de los frecuentes casos de persistencia del primitivo erotismo anal en la vidaerótica ulterior. También el deseo de teñir de colores los huevos procede de la mismafuente.
Sigmund Freud, Dos Mentiras infantiles (1913)
Laura López, Psicoanalsita Grupo Cero Telf.: 610 86 53 55www.psicoanalistaenmalaga.com

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