El PSOE cree que con su propio dogma falaz podrá controlar las ideas de un pueblo harto y cansado, pero con sus malas artes, tarde o temprano lo que controlará será el gallinero de la Cámara Baja.
Una mala gestión, es lo que los políticos nos están demostrando, se supone que deberían trabajar en la búsqueda del interés común y con una especial dedicación en base al bienestar general, Pero a la incompetencia manifiesta se suman también los graves problemas morales derivados de un sistema partidista que rechaza programas diferentes sin sentarse siquiera a trabajarlos para encontrar puntos de confluencia. En estas condiciones, es muy difícil pactar un programa de gobierno que estimule la confianza necesaria y ejecute la voluntad de un pueblo que ya cumplió su papel democrático el 28-A con su asistencia a las urnas. Y ahora escuchamos al Presidente en funciones, un holgazán y un inepto, que más por sus propios principios particulares e ideológicos que por las necesidades reales de una sociedad que merecía algo más de implicación y responsabilidad, decide que él no es el máximo responsable. En este personaje todo son contradicciones que contrastan abiertamente con esos objetivos que marcaba en campaña.
El compromiso nace de síntesis sencillas y realistas, nunca de la pasividad y la displicencia, ni de las acusaciones a grupos teóricamente afines, mucho menos de pedir ayuda a las derechas, el compromiso real nace de un lugar que la izquierda más bien liberal del PSOE desconoce, o no asume, porque ellos ya no realizan trabajo de masas en las organizaciones y menos aquello de mezclarse con la clase obrera, y eso ya no es susceptible de ser considerado socialismo, y mucho menos obrero.
Por eso, Sánchez debería tratar de hacer menos críticas destructivas a aquellos que bien o mal podían desequilibrar el tablero político actual, y no velar por los intereses del enemigo principal de la clase obrera y el pueblo, al que hay que unir en su pluralidad. Se necesita más humildad, máxime cuando no ha sido capaz de construir nada alternativo.
La retahila de imbecilidades que nos está regalando Pedro Sánchez y las mentiras vacías de contenido que dice haber ofrecido en las negociaciones con Unidas Podemos es pavorosa. Luego está el discurso de que si la derecha no tiene altura de Estado porque no apoya, que si la izquierda es egoísta porque no quiere un acuerdo de medidas y sí una coalición de Gobierno, que si ahora sobra Iglesias, que si Rivera no coge el teléfono, que si a ellos les corresponde gobernar por ser la lista más votada, y así hasta el hartazgo. Pero ni una palabra sobre lo que España necesita mientras tanto, ni un sólo gesto que revele servicio público, generosidad, verdadero interés social. El PSOE es una asamblea de miserables, y el resto de dirigentes de los otros partidos un grupo de imbéciles, egoístas, arrogantes y patanes. Esta es nuestra clase política.
Y mientras tanto, los españoles sufrimos una batalla irracional, incoherente y disparatada permanente entre la necesidad auténtica de prosperar como sociedad, y la nulidad de unos pocos para desaprovechar esas instituciones que les permitirían hacerlo. Los peores enemigos de la nación no son los separatismos, ni tampoco la emergente ultraderecha, los peores enemigos para este pueblo estancado son aquellos que ejercen permanentemente la torpe labor de gobierno, y en algunos casos también la de oposición.
Por suerte o por desgracia, de esta situación saldremos de nuevo tras una nueva convocatoria electoral, pero lo haremos sin un vencedor claro. Lástima que nuestro derecho se limite sólo a meter una papeleta en una urna, una pena que no tengamos la munición necesaria para mandar a freír espárragos a esta panda de desarraigados, y que esta campaña con su proceder típico no fuera la nuestra, la de un pueblo harto y cansado de tanta mentira y tanta decepción. España necesita políticos más cualificados, fiables e implicados. Y menos parásitos, chupones y chinches cebándose con nuestra sangre.