Ha pasado casi un cuarto de siglo desde que J. I. López Vigil escribió el libro y ahí siguen las mil y una historias de la Radio Venceremos, en los estantes de las librerías, en las bibliotecas, en las escuelas, en las mochilas y bolsones, pasando de mano en mano, las más de las veces con las pastas rotas, desgastadas, con hojas perdidas, con manchas de tinta, con anotaciones y subrayados, con flores resecas entre sus páginas; pero continúan dando guerra, como los viejos roqueros, ilustrando a los más jóvenes, haciendo recordar a los que vivieron y sufrieron el conflicto, rescatando las historias de la radio clandestina, de Santiago y sus compañeros, de las interferencias del Estado Mayor, de la inútil y fatídica búsqueda del coronel Monterrosa, de la mujer que hacía las tortillas, del miliciano que daba la seguridad, de los éxitos de la Braz, de amores y desamores, de comandantes que ya no lo son… de un tiempo, en fin, pasado pero presente y de una historia que conviene recordar. Y eso he hecho yo, he rescatado el libro del estante donde dormía y he pasado unos buenos ratos perdiéndome entre sus páginas sabrosas y trepidantes, históricas ya e historiadas y, como reza en la portada, salvadoreñas y cachimbonas. Y a quienes lo tienen olvidado entre una pila de otros libros, abajo del todo, en el rincón más desordenado, en el cuarto del fondo, fungiendo de refugio de arañas y otros bichitos, los animo a recuperarlo, pasarle por encima la mopa para quitarle el polvo de varios lustros, abrirlo al azar, por cualquier página, y leer, leer, y recordar cómo éramos cuando por primera vez lo leímos.