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Corría el año 1545 cuando un pastor quechua acampó con sus llamas al pie de un cerro y encendió una hoguera para calentarse. A la mañana siguiente descubrió que hilos de plata brillaban entre las brasas. La noticia se expandió como la pólvora, y los españoles no tardaron en hacerse eco de la noticia y establecieron allí un poblado denominado Potosí, que en quechua significa poderosa explosión. A esa colina la denominaron Cerro Rico, y es que era tan rica en plata que esta se encontraba a flor de tierra.
Desde entonces, se ha estado extrayendo mineral hasta nuestros días (de ahí viene la expresión de que algo vale un Potosí) alcanzando su punto álgido en el siglo XVI y cayendo en un lento declive hasta nuestro días, en las que la explotación de plata y estaño sigue vigente.
La ciudad de Potosí con el Cerro Rico al fondo
Hoy en día, pese a sus 4000 metros de altura, Potosí es una parada en todo viaje a Bolivia. Siempre y cuando el mal de altura te dé un respiro, podrás disfrutar del patrimonio de la ciudad, de gran riqueza artística y cultural, ya que durante los siglos XVI y XVII fue una de las ciudades más prósperas del mundo, y aún se conservan las fachadas barrocas en muchos de los palacetes de la ciudad, destacando La Casa de la Moneda, donde se acuñaban las monedas de la Corona española.
La Casa de la Moneda de Potosí
Aunque sin duda, uno de los mayores atractivos de la visita a Potosí, es adentrarte en su mina y recorrer alguno de las 5000 galerías que, como si de un hormiguero se tratara, recorren las entrañas de Cerro Rico.
No es una actividad para todos los públicos, ya que no se trata de una visita guiada por el interior de la mina, sino que es, de mano de un minero, explorar las entrañas de este entramado de galerías. Puede resultar claustrofóbico y algunas galerías pueden resultar más sencillas de explorar (andar por un túnel) y otras pueden resultar más complejas, teniendo que arrastrarte o destrepar para bajar a otro nivel. Pero si no te preocupa estar a varios metros bajo tierra, no eres claustrofóbico y el mal de altura no te juega una mala pasada, es una experiencia que no olvidarás.
Dinamita y alcohol. Listos para entrar a las minas
Lo primero de todo, es comprar hoja de coca, alcohol puro y dinamita. Te vas a alguna de las pequeñas tiendas que hay en las callejuelas de Potosí y le pides: ¿me da por favor 4 cartuchos de dinamita? Así, tranquilamente… ¿se lo envuelvo o se la lleva puesto? Y es que conviene hacer regalos a los mineros que trabajan en la mina para que no se sientan molestos con estos paseos turísticos. La hoja de coca la usan como un ligero narcotizante que les ayuda a sobrevenir las largas jornadas bajo tierra, y el alcohol, para darse unos buenos tragos de un brebaje que te quema el gaznate con solo una gota (¡atención al probarlo!)
Mineros descargando una carretilla
Ataviado con casco, linterna y botas te adentras en la mina. La oscuridad es total, sobrecogedora, más si cabe cuando a lo lejos se escuchan los sordos ecos de las explosiones. El aire enrarecido a más no poder. Nuestro guía cada cierto tiempo nos grita que nos peguemos a la pared, y tenemos unos breves segundos para hacerle caso y no ser arrollado por una vagoneta repleta de rocas empujada por dos sufridos mineros.
El trabajo aquí dentro es duro no… ¡Un escalón superior!. Nuestro guía nos contaba que la vida laboral del minero es muy corta, ya que la salud se resiente enormemente y su esperanza es encontrar un buena veta que les permita retirarse con suficiente holgura..
Carretilla llena de plata
Se suele visitar la estatua del Tío, una estatua de tintes demoníacos que adoran los mineros, cubren de serpentinas, rocían con alcohol y otras ofrendan. Representa al esposo de Pachamama, la Madre Tierra, y tiene el don de proteger a los mineros o por el contrario, enterrarlos para siempre jamás en las profundidades de las minas de Potosí.
¿Te vienes a descubrir Bolivia con Paso Noroeste?
Imagen del “Tío” en el interior de la mina
Minero mascando hoja de coca
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