Artículo de Bret Stephens para The New York Times:
“Por tercera vez en dos semanas, los palestinos en la Franja de Gaza han prendido fuego al cruce fronterizo de Kerem Shalom, a través del cual reciben medicinas, combustible y otros artículos humanitarios esenciales de Israel. Pronto seguramente escucharemos mucho sobre la miseria de Gaza. Trate de no olvidar que los autores de esa miseria también son las presuntas víctimas.
Aquí hay un patrón – hágase daño, culpe al otro – y merece ser destacado en medio del torrente de crítica moralmente ciega e históricamente analfabeta a la que los israelíes están sujetos cada vez que se defienden del violento ataque palestino.
En 1970, Israel estableció una zona industrial a lo largo de la frontera con Gaza para promover la cooperación económica y proporcionar empleos a los palestinos. Tuvo que cerrarse en 2004 en medio de múltiples ataques terroristas que dejaron 11 israelíes muertos.
En 2005, donantes judíos norteamericanos dieron más de 14 millones de dólares para pagar los invernaderos que habían sido utilizados por los colonos israelíes hasta que el gobierno de Ariel Sharon se retiró de la Franja. Los palestinos saquearon docenas de invernaderos casi inmediatamente después de la retirada de Israel.
En 2007, Hamás tomó el control de Gaza en un sangriento golpe contra sus rivales de la facción Fatah. Desde entonces, Hamás, la Jihad Islámica y otros grupos terroristas en la Franja han disparado casi 10,000 cohetes y morteros desde Gaza a Israel, al tiempo que denuncian un “bloqueo” económico que es la negativa de Israel a alimentar la boca que lo muerde. (Egipto y la Autoridad Palestina también participan en el mismo bloqueo, con cero censura internacional).
En 2014, Israel descubrió que Hamás había construido 32 túneles debajo de la frontera de Gaza para secuestrar o matar a israelíes. Según informó The Wall Street Journal, “un túnel promedio requiere 350 camiones de suministros de construcción, lo suficiente como para construir 86 viviendas, siete mezquitas, seis escuelas o 19 clínicas médicas”. El costo estimado de los túneles es de 90 millones de dólares.
Lo que nos lleva al espectáculo grotesco a lo largo de la frontera de Gaza durante las últimas semanas, en el que miles de palestinos han tratado de romper la valla y abrirse paso a la fuerza hacia Israel, a menudo a costa de sus vidas. ¿Cuál es el propósito ostensible de lo que los palestinos llaman “la gran Marcha del Retorno”?
Eso no es ningún misterio. Esta semana, The Times publicó un artículo de opinión de Ahmed Abu Artema, uno de los organizadores de la marcha. “Tenemos la intención de continuar nuestra lucha hasta que Israel reconozca nuestro derecho a regresar a nuestros hogares y tierras de donde fuimos expulsados”, escribe, refiriéndose a las casas y tierras dentro de las fronteras originales de Israel.
Su objeción no es a la “ocupación”, tal como la definen los liberales occidentales, a saber, la adquisición de territorios por parte de Israel después de la Guerra de los Seis Días de 1967. Es a la existencia de Israel mismo. Simpatice con él todo lo que quiera, pero al menos note que su política exige la eliminación del estado judío.
Fíjese, también, en el viejo patrón en acción: declare y persiga la destrucción de Israel, luego suplique compasión y ayuda cuando sus planes lo lleven a la ruina.
El mundo ahora exige que Jerusalén responda por cada bala disparada contra los manifestantes, sin ofrecer una sola alternativa práctica para enfrentar la crisis.
Pero, ¿dónde está la indignación de que Hamás siga instando a los palestinos a avanzar hacia la valla, habiendo sido ampliamente advertidos por Israel del riesgo mortal que ello implica? ¿O que los organizadores de protestas alentaron a las mujeres a encabezar los embates contra la valla porque, como informó Declan Walsh en The Times, “los soldados israelíes podrían ser menos propensos a disparar contra las mujeres”? ¿O que niños palestinos de tan solo 7 años fueron enviados a tratar de romper la valla? ¿O que las protestas terminaron después de que Israel advirtió a los líderes de Hamás, cuyos escondites preferidos incluyen el hospital de Gaza, que sus propias vidas estaban en riesgo?
En otras partes del mundo, este tipo de comportamiento se llamaría peligro imprudente. Sería condenado como autodestructivo, cobarde y casi irracionalmente cínico.
El misterio de la política de Medio Oriente es la razón por la cual los palestinos han estado exentos durante tanto tiempo de estos juicios morales ordinarios. ¿Cómo muchos de los así llamados progresistas ahora se encuentran en una situación de simpatía objetiva con los asesinos, misóginos y homófobos de Hamás? ¿Por qué no observan que, según admite el propio Hamás, unos 50 de los 62 manifestantes asesinados el lunes eran miembros de esa organización? ¿Por qué niegan a Israel el derecho de defenderse detrás de las mismas fronteras a las que han estado clamando durante años que los israelíes se retirasen?
¿Por qué no se espera nada de los palestinos, y todo les está perdonado, mientras todo se espera de los israelíes, y nada se les perdona?
Esa es una pregunta de la que uno puede adivinar fácilmente la respuesta. Mientras tanto, vale la pena considerar el daño que la indulgencia occidental ha causado a las aspiraciones palestinas.
Ninguna sociedad palestina decente puede emerger de la cultura de victimización, violencia y fatalismo simbolizada por estas protestas. Ningún gobierno palestino digno puede surgir si la comunidad internacional continúa complaciendo a los autócratas corruptos y antisemitas de la Autoridad Palestina o si no condena y sanciona a los asesinos despóticos de Hamás.
Y ninguna economía palestina florecerá jamás mediante repetidos actos de autolesión y provocación destructiva.
Si los palestinos quieren construir una nación digna, orgullosa y próspera, lo mejor que podrían hacer es intentar aprender de su vecino. Eso comienza por renunciar para siempre a sus intentos de destruirlo.”