He elegido el título con toda intención de atrapar lectores, pues hace más de un mes ando alejada de mi querido blog y necesito acercar de nuevo a mis fieles con este encabezamiento sensual y llamativo.
Pero es solo en broma, mi verdadero propósito es comentar un libro editado en el 2004, y reeditado recientemente, llamado así: Las Muchachas de La Habana no tienen temor de Dios, de la investigadora Luisa Campuzano, y a partir de él presentarles algunas voces femeninas que prestigian la literatura cubana.
Les recomiendo el libro porque explora seria y críticamente los textos femeninos desde el siglo XVIII hasta el XXI, con la sabiduría que esta profesora universitaria, importante y reconocida intelectual, encara el tema tan controvertido de la mujer. Me gusta su enfoque, su punto de vista, Campuzano no cae en el tan manido feminismo barato, sino que nos revela a la mujer en toda su dimensión, no la que esgrime culpas, sino la que, aún a codazos, buscó el lugar merecido. Ella induce un serio acotejo de posiciones, no se lamenta, busca soluciones y hace caminos nuevos.
Escuchemos su propia voz:
…hace falta sobre todo intentar salirse de la embriaguez, del aturdimiento de la gran fiesta y repensarse, reflexionar sobre nosotras mismas, para recuperar de algún modo en nuestro pasado, en lo que de él salva y proyecta la selectiva memoria, un atisbo, una guía para el futuro.
Y no diré más, pues nada aportaré después de ella. Quiero presentarles algunos fragmentos con el fin de que conozcan a esas atrevidas muchachas de La Habana, irreverentes y audaces, que no temen a Dios, sea el año que sea.
GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA
(1814-1863 )
Novela: SabBajo este cielo de fuego el esclavo casi desnudo trabaja toda la mañana sin descanso, y a la hora terrible del mediodía, jadeando, abrumado bajo el peso de la leña y de la caña que conduce sobre sus espaldas, y abrasado por los rayos del sol que tuesta su cutis, llega el infeliz a gozar todos los placeres que tiene para él la vida: dos horas de sueño y una escaza ración. Cuando la noche viene con sus brisas y sus sombras a consolar a la tierra abrasada, y toda la naturaleza descansa, el esclavo va a regar con su sudor y con sus lágrimas al recinto donde la noche no tiene sombras, ni la brisa frescura: porque allí el fuego de la leña ha sustituido al fuego del sol, y el infeliz negro, girando sin cesar en torno a la máquina que arranca a la caña su dulce jugo, y de las calderas de metal en las que este jugo se convierte en miel a la acción del fuego, ve pasar horas tras horas, y el sol que torna le encuentra todavía allí… ¡Ah, sí!, es un cruel espectáculo la vista de la humanidad degradada, de hombres convertidos en brutos, que llevan en su frente la marca de la esclavitud y en su alma la desesperación del infierno.
DULCE MARÍA LOYNAZ
(1902-1997)
Novela: Jardín
Bárbara ha recogido los pedazos de algunas cartas rotas y los va clavando con alfileres sobre el peluche azul que cubre la mesa. Cortado el vuelo, quedan allí sujetos al tedio de la horas, como si fueran mariposas muertas.
Hay mariposas desteñidas, y otras repiten el color de sus hermanas; pero todas dejan adivinar la selva obscura que un día traspasaron con sus alas, aquellas alas de papel tan leves, cargadas, sin embargo, de tempestad…
Bárbara las clava al azar, y al azar va leyendo su historia torva y monótona, con párrafos cambiados y lagunas que nadie podría llenar ya nunca, por donde el corazón salta de prisa con miedo de caer o de perderse…
Y Bárbara lee en esta clara tarde de septiembre, asiste silenciosa a este lento desangrar del alma, mientras las mariposas vivas vuelan fuera.
MAYRA MONTERO
(n.1952)
Novela: Son de almendraAnastasia murió acribillado en el Park Sheraton de Nueva York, en Séptima con 55, sobre un triste sillón de barbería, donde quedó con la cara aún embarrada de espuma, como un pastel a medio decorar. La noticia llegó por teletipo al periódico. No se suponía que me importara, porque mi trabajo, desde hacía año y medio y quién sabe por cuánto tiempo aún, era el de entrevistar artistas: cantantes, bailarinas, comediantes. Los comediantes, por lo general, son presumidos con muy mal carácter. No me gustaba lo que hacía, detestaba ese tipo de periodismo ligero, pero no había tenido alternativa cuando empecé a trabajar en el Diario de la Marina, recomendado por un amigo de mi padre. Todas las plazas que hubiera preferido estaban ya cubiertas, y sólo necesitaba algún estúpido que se sintiera feliz de averiguar qué nuevos planes calentaba la cabecita hueca de Gilda Magdalena, la más rubia de nuestras vedettes; o de qué harén se había escapado Kirna Moor, bailarina turca que arrasaba en las noches del Sans Souci; o de qué orquesta se hacía acompañar Renato Carosone, payaso italiano que cantaba la absurda canción que no paraban de poner por radio: Marcelino Pan y Vino.
ENA LUCÍA PORTELA
(n.1972)
Novela en preparación: Los delincuentes como nosotros.
A veces me pregunto si este nené tan brillante –e imaginativo– no será virgen aún. Ya sé que no es asunto mío, pero de todos modos me lo pregunto. Más delgaducho que su padre, pero también más alto y con una larga melena plateada por las canas, el chama tiene su swing. Pienso que podría gustarle a cualquier muchacha, cómo no. Pero no hay más que verlo de lleno en su salsa, atornillado a una silla frente a su computadora («pega’o con Kola Loka», dice Manolín), cometiendo delitos informáticos a mansalva, riéndose por lo bajo en una onda de lo más luciferina o mascullando terribles amenazas en algún idioma que sólo él entiende, para vislumbrar el titánico esfuerzo que le costaría a cualquier muchacha, incluso a una muy bonita y arrolladoramente sexy, arrancarlo de ahí por un ratico. Porque tal parece como si la vida real, la que transcurre fuera del ciberespacio, le resultara inodora, incolora e insípida, más soporífera que el Noticiero Nacional de la TVC, que ya es decir.
Espero que alguna de estas muchachas los lleve de la mano hasta la librería más cercana, o quizás desde aquí mismo, a golpe de tecla, lleguen hasta Amazon, Popularlibros, Casa del libro, Priceminister… qué sé yo.