Revista Comunicación

las muertes de Ambrose Bierce

Publicado el 08 enero 2018 por Libretachatarra
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Ambrose Bierce, escritor, periodista, desapareció un día de enero de 1914. No se sabe con exactitud qué día, ni las razones, tampoco dónde sucedió, ni siquiera a qué lugar del planeta sus admiradores -que son muchos- pueden llevar una flor a su tumba.
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Nacido en el estado de Ohio en 1842, fue el décimo de trece hermanos, todos bautizados con nombres que comenzaban con A. Sobre su infancia se sabe que su padre era un hombre de fe, dedicado a la lectura de la Biblia y la poesía de Lord Byron, mientras que su madre -hija de William Bradford, un separatista anti monárquico- era de carácter férreo, incluso oscurantista.
Durante su juventud sirvió como oficial del ejército de los Estados Unidos y luchó por el Norte durante la Guerra Civil Estadounidense o Guerra de Secesión (1861-1865), donde recibió un balazo en la cabeza un día antes de su cumpleaños 22, en 1864. De allí salieron sus primeras historias o cuentos, entre los que se encuentran algunas de sus creaciones más famosas, como Un suceso en el puente sobre el río Owl o Chickamauga, uno de los alegatos antibelicistas más sentidos de la literatura norteamericana.
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Aunque quizá su obra más reconocida sea Diccionario del Diablo, una recopilación de textos satíricos publicados en fragmentos en diferentes periódicos durante más de veinte años -de 1881 a 1906. Es que Bierce, quien residió en San Francisco por tres décadas, fue uno de los puntales -junto a Jack London- de la cadena de periódicos de William Randolph Hearst, hombre a quien detestaba.
Su vida familiar no fue sencilla. Estuvo casado, pero abandonó a su mujer cuando descubrió la correspondencia que ella mantenía con su amante. El destino de sus hijos no fue tampoco con “final feliz”; de sus tres descendientes, los dos varones tuvieron muertes trágicas. El mayor sucumbió bajo el efecto Werther: no soportó un desengaño amoroso y se suicidó, mientras que el otro murió debido a una enfermedad derivada de su alcoholismo. Así, su hija, Helen, se convirtió en su única razón para querer amar, para salir de esa oscuridad que parecía perseguirlo como en una profecía.
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...Bierce decidió que una buena manera de poner su literatura periodística en marcha era participar de la Revolución Mexicana y, con bastante anticipación, planeó su partida. De camino a México, hizo una parada en Nueva Orleans para reponer fuerzas, allí fue entrevistado por varios periodistas. Uno le preguntó por qué iba a un país desgarrado por la guerra; él respondió: “Me gusta el juego… quiero verlo”.
Pasó por San Antonio y llegó a Laredo, en Texas, donde pensaba cruzar la frontera, pero las historias sobre el general Francisco “Pancho” Villa y su División Constitucionalista lo hicieron cambiar de idea y luego de un tren a El Paso se dirigió a Chihuahua, donde Villa estaba liderando sus batallas.
El 26 y el 27 de noviembre, el ejército de Villa emboscó y derrotó a una fuerza de soldados federales, compuesto por Huertistas -como se llamaba a los seguidores del presidente de facto Victoriano Huerta- y Colorados en Tierra Blanca, un pueblo a unos 50 kilómetros de Ciudad Juárez. Bierce no solo presenció el enfrentamiento, sino que además tomó partido. De acuerdo al historiador Friedrich Katz (…) el autor tomó un rifle, apuntó y mató a un soldado federal a distancia. Los soldados que momentos antes se mofaban de él, quedaron encantados con el anciano y le regalaron un gran sombrero mexicano como premio por su puntería.
Esta fecha fue la última en la que se tuvo noticias de él. En una carta a su sobrina Lora, fechada el 26 de diciembre de 1913, escribió: “Si escuchan mi ser contra un muro de piedra mexicano y disparan a harapos, por favor, sepan que creo que esa es una muy buena forma de abandonar esta vida. México, ah, eso es eutanasia”. En esta epístola, decía además, que su próximo destino era Ojinaga, lugar en el que Villa desalojó a los huertistas, por lo que este pueblo es considerado como el último lugar en que lo vio con vida. Sobre el final de la misiva, sentencia: “No tendré tiempo de escuchar de ti. Supongo que no importa mucho. Adios, Ambrose”.
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El complot de William Randolph Hearst
A pesar de trabajar para diferentes publicaciones del magnate de los medios William Randolph Hearst, la estima por su empleador era inexistente. Hearst poseía extensas tierras y haciendas en el norte de México, por lo que había sido parte del complot para la llegada de Huerta al poder como también para restablecer la dictadura prerrevolucionaria.
Bierce había realizado un texto periodístico sobre el rol de Hearst pero se lo llevó con él ya que no quería avergonzar a la anciana madre de Hearst, una mujer a la que el escritor admiraba. Así, guardó el manuscrito en un hotel de Laredo antes de cruzar la frontera, con la intención de volver por el material en el futuro y, quizá, publicarlo.
Antes de que el manuscrito pudiera ser recuperado por su familia en 1914 o 1915, Bierce abandonó el hotel y nunca más regresó. Para algunos, este misterio revelaría que Hearst utilizó sus influencias para desaparecer a Bierce, aunque nunca pudo saber dónde el escritor había ocultado el texto.
Soldado que huye…
No todos están seguros de que Bierce haya participado de la Revolución Mexicana, para algunos investigadores como Roy Morris Jr. (…) el escritor jamás llegó a Chihuahua y todo fue un ardid para desaparecer. Así de sencillo. Su principal argumento radica en que Bierce era una celebridad y que no podía haber sido ignorado por los otros periodistas norteamericanos que estaban presentes en la guerra. Sin embargo, Bierce era un periodista de “trincheras”, o sea, le gustaba acercarse a los conflictos, ser parte, no solo esperaba en algún lugar cómodo, disfrutando de todos los manjares posibles, por el regreso de los combatientes para armar sus historias, como pasaba con el resto.
Otro autor que enfatizó en una puesta en escena fue Joe Nickell (…) (que) sostiene que no existen evidencias reales, ni de fuentes mexicanas ni de ningún observador contemporáneo, de que realmente haya viajado a México, a pesar de su deseo declarado de hacerlo. Para Nickell, Bierce fingió su desaparición para suicidarse en el Gran Cañón, donde nadie pensaría buscarlo.
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¿Viaje a Sudamérica?
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El ensayista e investigador Glenn Willeford encontró quizá la única pista, una carta que escribió el 29 de mayo de 1913 a Walter Neale y que descansa en la Biblioteca Huntington: “Voy a redescubrir Tennessee (descubierto en 1862), una hazaña en la que espero su ayuda. Más tarde, me iré a México -donde gracias a Dios algo está sucediendo- y, con toda probabilidad, seguiré con Sudamérica, una región que me ha llamado la atención durante toda la vida”.
Asma que me hiciste mal
Para llegar a Ojinaga, Bierce debía tomar el Ferrocarril de Oriente, atravesando Kansas. Los historiadores aseguran que en aquella época los rieles llegaban apenas hasta San Sóstenes -más precisamente hasta las cercanías de la hacienda Falomir, perteneciente al dueño del banco nacional de Chihuahua-, por lo que el resto del trayecto debió hacerlo en auto o a caballo. Aquel invierno fue duro, muy frío, por lo que la posibilidad de un severo ataque de asma aumenta.
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Regreso a EEUU
Casi 80 años después de la desaparición, una nueva teoría salió a la luz. La historia, reproducida en la revista Journal of Big Bend Studies IV (1992), perteneciente a la Universidad Estatal Sul Ross, asegura que falleció en Marfa, Texas.
La génesis de esta teoría es, quizá, una de las menos confiables. El periódico dice textual: “Abelardo Sánchez de Lancaster, California, informó recientemente al editor que en 1957 conducía desde el norte de México hasta el sur de Yuma, Arizona, cuando recogió a un hombre que, en el curso de la conversación, mencionó que había servido con los colorados enfrentado a Villa en 1913. . . . Cuando Ojinaga cayó en enero de 1914, Villa cruzó el Río Grande en busca de refugio en los Estados Unidos. . . . [Durante la conversación el hombre le dijo a Sánchez que durante el retiro de Ojinaga a Presidio, Texas, conoció a un viejo norteamericano]. El gringo estaba enfermo y no podía hablar bien, pero se determinó que su nombre era “Ambrosia” y que su apellido era algo así como “Price” o “Pierce”. El hombre le dijo a Sánchez que él y otros soldados colocaron al gringo en un carro de dos ruedas y lo ayudaron a cruzar el Río Grande. Luego, fueron tomados bajo custodia por soldados de la Tercera Caballería [de los Estados Unidos] y escoltados a Marfa, Texas, junto con cientos de otros refugiados. Para cuando llegaron [a Marfa] el viejo estaba delirando y casi en coma. Él murió poco después. . . . Supuestamente fue enterrado en el antiguo cementerio de Camp Marfa”.
Ambrose Bierce y la Calavera de Cristal
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...el autor de corte ocultista Sibley S. Morrill propone una teoría (…) ...durante su viaje a México Bierce conoció a Frederick A. Mitchell-Hedges, un aventurero, arqueólogo y escritor inglés, quien en 1927 aseguró haber descubierto, junto a su hija Anna, una calavera de cristal en las ruinas mayas de Lubaantún, en la actual Belice. En sus escritos, Mitchell-Hedges aseguró que Villa lo había capturado y hasta forzado a trabajar como espía y que salvó su vida por ser británico. Sin embargo, no existen bibliografía ni testimonios que puedan sostener la historia de Mitchell-Hedges, ni textos del explorador nombrando a Bierce. Pero para Morrill, quizá, eso no signficaba nada y hasta aseguró que Bierce estaba trabajando para la inteligencia de EEUU y participaba de la revolución solo para espiar a Villa.
Morrill, además, sostiene que Mitchell-Hedges mintió con respecto a la fecha del descubrimiento de la calavera de cristal y el hallazgo en realidad se habría realizado en 1913, por lo que tenía la reliquia -a la que se le atribuyen poderes sobrenaturales- cuando luchó codo a codo con Bierce en favor de Villa. Luego de participar en la guerra, ambos realizaron expediciones y mientras excavaban en una cueva en Centroamérica -llevando el cráneo consigo- seres de otro mundo entraron en contacto y transportaron a Bierce hacia otra dimensión.
Del polvo venimos…
Con su desaparición en los titulares, varios grupos de investigadores estadounidenses bajaron hacia México tras su rastro. El método más común fue entrevistar a ex soldados al servicio de Villa, ya que sabían que habían participado en las batallas de Chihuahua y Ojinaga y, supuestamente, Bierce había participado de aquellos eventos. Un oficial, llamado Ybarra, reconoció al escritor en una fotografía y dijo que lo había visto en Ojinaga, pero que después del asalto a la guarnición federal nunca volvió a verlo.
Algunos de los cadáveres de los caídos en aquellos enfrentamientos entre el 9 y 10 de enero en Ojinaga fueron enterrados en fosas comunes, mientras que otra gran parte fueron transportados y apilados en la Plaza de Armas, frente a la iglesia de Nuestra Padre de Jesús, donde confundidos entre vigas de madera seca y rociados con kerosén, ardieron en una fogata que apenas dejó rastros. Cuando la Primera Guerra Mundial estalló, los esfuerzos por recuperar a Bierce, vivo o muerto, cesaron.
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JUAN BATALLA
“De la enfermedad a la abducción alienígena: las 7 misteriosas muertes de Ambrose Bierce”
(infobae, 07.01.18)

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