La Plaza Roja de Moscú, considerada el centro emblemático de la ciudad, fue creada por orden de Iván III el Grande, abuelo del famoso Iván el Terrible. Su nombre proviene de Krasnaya, que significa "roja" pero que en ruso antiguo también quería decir "bonita".
Lejos estaba Stalin de imaginar que pasaría la mayor parte de su vida en este lugar cuando se casó por primera vez, el 16 de julio de 1906, con Kato, como se conocía a Ekaterina Svanidze, hermana de un compañero de estudios, frustrado seminarista y camarada en la lucha revolucionaria.
Todos recuerdan a Kato como una chica de veinte años de carácter dulce muy enamorada de Stalin.
No era bolchevique, sino sumamente creyente.
Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia: Ekaterina Svanidze.
Reyes Blanc precisa que pese a no ser bolchevique cumplió con las características que se esperaba de las militantes: "Soportó estoicamente el difícil papel de una joven casada cuyo marido vivía en la clandestinidad, que no se preocupaba por ella ni por la casa o el hijo que tuvieron a principios de 1907.
Stalin la abandonaba frecuentemente, y esas ausencias o retrasos eran vividos por la pobre mujer con auténtica angustia, pensando que en cualquier momento podían matarlo.
Cuando Stalin, trabajador noctámbulo durante toda su vida, pasaba la noche fuera, al volver de mañana se encontraba con que ella no se había acostado, esperándolo con zozobra".
Stalin amaba profundamente a Kato.
"Pese a darle esa mala vida matrimonial, Stalin amaba profundamente a Kato. Pero era radicalmente incapaz de tener consideración hacia nadie, de pensar en nada que lo apartase de sus elucubraciones revolucionarias, sus designios políticos, sus maniobras y estrategias.
Kato dio a luz a Jacob, el hijo de ambos, y casi recién parida Stalin se la llevó a la ciudad de Bakú, donde se había convertido en el director de orquesta de la agitación en ese centro petrolero, y no atendió lo mal que le sentaba a Kato el tórrido clima de la región hasta que fue demasiado tarde. [...]
De alguna manera la mató por descuido. Fue una pobre mujer enamorada, dispuesta aguantarlo todo."
Momentos antes de morir, él le prometió un entierro cristiano.
La muerte de Kato.
La muerte de Kato dejó a Stalin en un estado de profunda depresión, que sintetizaría con las siguientes palabras dichas frente al cajón abierto: "Esta pobre criatura ablandó mi corazón de piedra.
Ahora ha muerto, mueren con ella los últimos sentimientos cálidos que tenía hacia la humanidad".
Para Reyes Blanc esta frase "resulta un reconocimiento estremecedor de su propio carácter, un anuncio escalofriante de lo que les esperaba al país y al movimiento comunista mundial bajo su dictadura absoluta".
Y en el momento del entierro, se lanzó a la fosa para abrazarse al féretro y, ante el riesgo de que se suicidara, quienes le acompañaban le quitaron la pistola que cargaba.
"A su hijo Jacob -explica Reyes Blanc- lo abandonó primero en manos de su madre, y cuando muere ella lo deja con sus tías y sus abuelos.
Es su segunda mujer, Nadia, la que le dice a Stalin cuando forman un hogar: 'Vamos a traernos a tu hijo'. Si no hubiera sido por Nadia, Jacob nunca habría ido a vivir al Kremlin con su padre, a quien prácticamente no había visto nunca.
Así llega a Moscú un chico cuyo carácter suave y tranquilo era herencia materna. En un momento Jacob intenta suicidarse y se pega un tiro, pero no muere.
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Stalin lo mira con desprecio y le dice: 'No has sido capaz ni de matarte, no sabes ni pegarte un tiro'."
Un romántico héroe medieval.
Cuando Stalin vivió en Petrogrado después de la caída del zarismo, la revolución estaba en marcha y su vida se dividía entre la redacción del periódico Pravda, del que era director, y las reuniones en el Presidium o el Comité Ejecutivo de Petrogrado. Si le quedaba algo de tiempo lo pasaba con Ludmila Stal, su antigua amante, que ahora detentaba un papel político más importante y con quien había reanudado su antigua relación.
Al igual que Hitler, Stalin era un psicópata incapaz de condolerse por el prójimo. Y su sentido del amor era perverso. Para él las mujeres eran simplemente un espejo en el que mirarse para magnificar su propia imagen. Necesitaba verse como un héroe y reforzar así su narcisismo. Y ellas se adaptaban a ese papel porque ese era un mundo en el que cultivar afanes y ambiciones personales resultaba difícil. Así, muchas decidían acercarse a la luz de un gran hombre para vivir su existencia.
Aunque Stalin era de estatura baja, y tenía un brazo deforme y la cara picada de viruela, no carecía de atractivo para ellas, quizá por su aire de guerrillero aguerrido, de pistolero autor de atentados, o tal vez simplemente por su brutalidad, porque hay mujeres que sufren el espejismo de creer que, debajo de toda esa ferocidad, se halla escondido un ser tierno y, lo que es peor, incluso que ellas podrán rescatarlo.
Según Olga Romanovna, directora del Museo de la Casa del Malecón, "Stalin les gustaba mucho a las mujeres, sabía aparentar y echar humo con un tono romántico de hombre sufrido. 'Uh, pobre, fue presidiario, pasó su vida en cárceles', 'En algún lado tiene un pequeño hijito en Georgia', 'Su mujer Ekaterina Svanidze falleció muy joven'. Todo un bandolero, un héroe romántico medieval. Y eso les gustaba".