Mi compañera Abiertaencanal propuso a principios de esta semana dedicarla en este blog de siempreenmedio a la mujer humillada, maltratada, masacrada, torturada, violada y asesinada. Y estoy de acuerdo. Porque más allá de las deleznables violaciones en las guaguas públicas de la India que han saltado a los medios de comunicación, muchas mujeres siguen sufriendo, olvidadas en páginas de periódicos antiguos, como aquellas que, enterradas en los desiertos de Ciudad Juárez, en México, esperan ser entregadas, algún día, a los seres queridos que las lloran. A esta violencia sádica, física, añado yo hoy otro tipo de humillación, que es la provocada por la pobreza y la discriminación social. Porque ser mujer y pobre al mismo tiempo ya es lo peor que se puede ser. En todas las épocas. Me dirán que en el caso de los hombres es igual y claudico en el caso del hambre, de la falta de hogar y de alimentos pero, me van a perdonar, el hombre no suele ver sometido su cuerpo a vejaciones sexuales, aunque sí haya casos, sobre todo en menores. La mujer, a lo largo de los siglos, ha visto su cuerpo profanado en manos de quienes creen que porque la mujer sea pobre es pública y debe entregarse por unas pocas monedas. La violencia social provoca, también que, en esta crisis económica, muchos de los trabajos peor pagados queden en manos de las mujeres. La discriminación socia, además, hace que muchas féminas queden encargadas de sus mayores y, con toda normalidad, tengan que olvidarse de su vida y su libertad para cuidar a los otros, sin que nadie les haya preguntado si estaban dispuestas. Generalizo, lo sé, pues hay hombres que, hoy por hoy, se encargan de sus familiares impedidos y son los amos de su casa. Tema aparte, en esta violencia social, es el del trabajo que condena a millones de niños y niñas en este planeta. Ahí, por desgracia, sí somos iguales, aunque, según el sexo y el país en el que se les explota, unos y otros se dediquen a labores diferentes, porque a todos se les roba su infancia. Y tampoco es este un problema femenino o masculino, sino, en general, del ser humano. Y eso me lleva a pensar que, si fuera hombre, me sentiría muy mal al comprobar que otros de mi mismo sexo maltratan a una mujer.
Escultura de Cosette, en la casa de Víctor Hugo en París.
Y entonces concluyo que hombres y mujeres somos, con nuestras diferencias, iguales en la miseria. Como lo describe el escritor francés Víctor Hugo, tan en boca de todos ahora con la última adaptación cinematográfica de su novela Los Miserables, en la que denuncia la injusticia social en la Francia del siglo XIX y en la que dos figuras femeninas tienen una fuerza especial: Fantine, una mujer pobre, criada, abandonada, que termina por prostituirse para pagar el cuidado de su hija, entregada a un matrimonio para que le dé una vida mejor y Cosette, la niña, explotada por quienes debían cuidarla por el precio pagado por su madre, a costa de su salud y su alma, condenada a trabajar y sufrir los golpes de sus explotadores. Así que, siguiendo la propuesta de la compañera abiertaencanal quiero dedicar este post a todas las Fantine y Cosette que siguen padeciendo hoy, dos siglos después de la creación de estos personajes, la violencia física y social, a manos de otros hombres y mujeres que también se igualan en la maldad que muestran hacia sus congéneres más débiles.
- Escultura de Cosette, en la casa de Víctor Hugo en París.