El epígrafe de Djuna Barnes, “El recuerdo del pasado es todo el futuro que nos queda”, que abre El lugar del corazón (Caracas: Bid & Co, 2008), de Silda Cordoliani, queda muy acorde con la tonalidad temática y con la atmósfera retrospectiva de la que se vale la escritora para construir sus historias, siendo éstas narradas en su totalidad por voces femeninas que se reinventan en tiempos, espacios, amores, y soledades anónimas y cotidianas. Tal vez el mejor relato del conjunto, “Babilonia”, sincretiza una muestra del andamiaje narrativo de Cordoliani. En “Babilonia”, una voz femenina y lejana cuenta en primera persona los preparativos a los cuales es sometida una jovencita, cuya virginidad será ofrecida en el templo de la diosa Isthar:
El día que la sangre manchó mi túnica, Antra, la vieja esclava de mi madre, se ocupó de los preparativos. Bajo sus órdenes las esclavas doblaron y guardaron cuidadosamente mis vestidos mancillados; prepararon el baño de hierbas frescas, me lavaron con empeño y luego me ungieron con los aceites que solían usar mis hermanas mayores. Cuando el sol se ocultó, salí de la habitación de mi niñez adonde nunca más volvería (p.140).
La imposibilidad amorosa, el tiempo que pasa, pero que se queda como presencia de rastros omnipresentes. La memoria que retiene esas ráfagas de lo transcurrido y las aviva en forma de rostros, sonidos marinos, imágenes nocturnas, voces y recuerdos que no se terminan de gastar son parte del material orgánico con el que está armado este cuento y buena parte del resto de los relatos que constituyen El lugar del corazón:
Tuve miedo del hombre, de la desesperación que mostraba y también de toda aquella historia de siquiatras y clínicas de reposo (…) pero más miedo tuve de mí, porque dudé, porque sí hubo un instante en que mis ojos buscaron ansiosos las llaves y en que mi corazón saltó de gozo. Recuerdo, eso sí y exactamente, la fecha de esa madrugada en que oculta tras la persiana de mi cuarto a oscuras observé cómo se alejaba, aprisa y tambaleando, vencido para siempre (“Verdades, mentiras y silencios”, p. 49).
Los personajes femeninos de Silda Cordoliani son sujetos sumidos en un constante dilema entre el presente y el pasado. Ellas viven en tránsito entre un presente movedizo, sin asidero y un pasado compuesto de secretos, con la cerradura y heridas abiertas. Estos personajes son seres que reflexionan desde el mundo íntimo y sobre el mundo del afuera, público y expuesto, desde la particularidad de su condición genérica. Son ellas independientes, pero al mismo tiempo están arropadas por la angustia y el desamparo. De este modo, las mujeres de Cordoliani se observan a sí mismas, y a la vida, desde una ventana que hace frontera entre el pasado y el presente, y a partir de su presente van registrando las alegrías, quiebres, inutilidades y desengaños que se cosechan en los caminos del ayer–hoy:
Ahora, sin un solo centímetro de superficie disponible para otro abertura, rodeada, atosigada por lo que fue o pudo haber sido, la mujer desnuda no halla por dónde escapar de la pesadilla que ella misma ha construido este día y a lo largo de toda su vida, cómo huir de ese espacio insalubre que la agobia, de las carnes de un cuerpo que el tiempo ha convertido en masa miserable (“La mujer y la ventana”, p.108).
Algunos de sus cuentos asumen entonaciones líricas, sobre todo los que recrean especies de soliloquios, reflexiones íntimas. Un buen ejemplo de esto lo demuestran textos como “Babilonia”, “El lugar del corazón”, “La mujer y la ventana”; mientras que en “Verdades, mentiras y silencios”, “El don”, y “El sueño de Anabella” se nota una mayor preocupación de la autora por contar la anécdota más allá de un empeño sobre la prosa. En ese sentido, los dos últimos cuentos nombrados son, a mi parecer, lo más débiles del libro.
Además de la voz femenina existe otro rasgo más de uniformidad y constancia en el libro de Silda Cordoliani: en todo él se respira el desaliento del fracaso. El derrumbe de las ilusiones de la juventud, el quiebre de las luchas sociales, que dejó a una juventud huérfana y frustrada frente a un futuro poco promisorio: “un futuro que – volvía a entender entonces – parecía estar negado a los habitantes del Caribe” (p.15).
Inscritas en un abismal presente, refugiadas en voces esclavas y pasadas, perseguidas por los desencuentros del ayer, las mujeres de Silda Cordoliani entienden que los los lugares del corazón también puede ser suelos minados.
Carolina Lozada
Ilustración: “El beso”, René Magritte