Revista Cultura y Ocio
No soy lector de novela negra o policíaca, y quizá ya esté confundiendo los conceptos; pero no tengo prejuicios sobre ella, más allá de una tibia antipatía por etiquetas como esas o como «novela histórica», que no deben distraer de lo que verdaderamente importa: el valor literario, que es lo que distingue una obra entre otras del mismo color. Me desoriento más si existe una novela «jurídica». Esta de Alonso Guerrero (Las mujeres felices son una quimera, Córdoba, Editorial Almuzara, 2022) debe de serlo, pues logró el I Premio Internacional de Novela Jurídica del Ilustre Colegio de Abogados de Granada, una iniciativa que declara su propósito de dignificar la profesión con elementos de diversos géneros, como la novela histórica, género negro o policíaco, o «cualquiera de sus posibles combinaciones». Debe de ser que el texto de Alonso Guerrero cumple con ese fin y por eso hay en él algún abogado y un juez de apellido Corcovado. Un apremio dirigido a un autor que ha de ajustarse a un patrón que exige un muerto en la primera página, un policía —por ejemplo— solitario e independiente, descreído y algo canalla, que investiga; y una trama llena de incertezas y giros que conducen a un desenlace que no se puede desvelar, que es otro de los imperativos del género, ya del lado del lector. Someterse a una poética con sus constituyentes no tiene que considerarse nunca un demérito o una suerte de traición a la libertad creadora; y cuando un escritor que se ha movido con soltura por otros territorios lo hace, se generan muchas expectativas, que, como es el caso de esta novela de Alonso Guerrero, se colman sobradamente. Sin embargo, intuyo que hay una contención estudiada en escritores de fuste —así llamó Enrique García Fuentes a Alonso Guerrero en una certera reseña de esta novela publicada en el diario Hoy el 11 de febrero de 2023— cuando se las ven —lo buscan, claro— con un género así; como si hiciesen el esfuerzo de que no se les note que saben escribir de sobra. En esto sí que me pongo a la defensiva y soy prejuicioso ante quien se pliega o se contiene en exceso. Sin duda, aparte de los aspectos de una trama y unos personajes bien llevados, el autor es consciente del terreno que pisa y me gana cuando se permite alguna autorreferencia irónica por boca del policía: «Si no vamos a seguir los cánones de la reciente novela negra, en la que la comida es tan importante como los móviles del crimen, lo mejor es que comamos sólo para no morir. De niño me gustaba la mortadela italiana. Además, no leía novela negra» (págs. 143-144). La travesura de un título llamativo —en algún momento se equipara a las mujeres con las novelas— y el desenfado irónico son actitudes muy personales para un relato muy bien escrito y que liga los diálogos como forma preeminente. En los dos niveles deja el narrador sus guiños al cine o a la literatura, sobre todo a esta, desde una primera alusión a El clavo de Pedro Antonio de Alarcón (pág. 12), a La Eneida (pág. 24) o a Shakespeare (págs. 33 y 217), hasta la lectura de unos versos de John Donne filiado por el personaje mítico y literario de Asterión por su habilidad para moverse «por la historia de la literatura como hay que moverse, con las manos atadas a un teclado» (pág. 121), o las menciones de autores del género como James Ellroy, Dennis Lehane o Raymond Chandler (pág. 158). Alonso Guerrero se empeña por fortuna en esta novela en envolver su trama de sugestivos referentes que uno agradece casi desde la misma postura que el protagonista cuando le dice a un editor del género: «Soy un mal lector de novelas de policía» (pág. 162). Y de policía se trata; aunque no solo, como es natural.