Las mujeres describen a su hombre ideal: que lo quieren guapo, caballeroso, que tenga carro, que sea considerado, inteligente, de buen humor, romántico, alto, con ojos claros, quizá poeta, musculoso, con dinero, de buena familia, que sepa bailar, detallista, cocinero y que no tenga problema en traer el desayuno a la cama, etcétera. Llegado el momento del primer encuentro, con un análisis rápido, la mujer descarta posibilidades como si tirara fichas de dominó, ya sea mientras se acerca el desafortunado o cuando abre su boca para decir la primera tontería, y la mujer mira hacia un lado con cara de hastío como diciendo “que alguien me ayude” o “¿cómo me deshago de él?”o la clásica mirada de “¡ya me quiero ir!”
Y bueno, sé que me faltaron características, también sé que algunas no aplican, pero el punto es claro: pocas son las mujeres que se atreven a descubrir al hombre, y son una rareza aquellas infranqueables que no se dejan sorprender por regalos o atenciones diseñadas por el más artero embaucador romántico. La familia, la sociedad y la cultura son los motivos externos por los que se tiene tan estereotipado el amor, la pareja; mientras que los ensueños son responsables internos que alimentan la selección.
Nos enamoramos de nuestros cuentos e ilusiones formados por conceptos adoctrinados, nos enamoramos de nosotros mismos, de nuestras propias proyecciones, y colocamos todo ese peso en nuestras espectativas.
El hombre hace movimientos calculados que recuerdan esos sueños, y la mujer se engancha con la idealización generada por ella misma y alimentada por las acciones del hombre que le regala una rosa, que le baja los astros o que le exhibe su calidad de caballero.
No es imposible encontrar al hombre indicado, pero ‘indicado’ no significa perfecto ni tampoco que reúna los requisitos de una lista. A la pareja se le descubre y se le acepta después de poner todos sus valores y sus defectos en una balanza justiciera. Nos embarcamos con todo lo necesario en nuestras carabelas para descubrir a la pareja, y quizá la mujer se dé cuenta que su hombre no es ningún caballero -pero es lo suficientemente amable- y que sus defectos no lo son tanto comparado con las razones por las que lo ama.
Enhorabuena la mujer que ve más allá de la rosa, que escucha más allá de las palabras y que siente más allá del cuerpo hasta llegar al corazón.