Son viejas historias.
Las mujeres que se retiran del epicentro de sus vidas para que lo demás…no se tambalee. Para que no se resientan sus parejas.
Historias de unos días que se prometían felices cuando el amor todavía parecía posible. Antes de que todo se rompiera. Antes de que llegaran otras mujeres o simplemente reclamaran su sitio las que estaban antes. O simplemente antes de que llegaran los barbitúricos a la mesilla de noche…cuando empiezan a llevar encima el peso de una relación marchita. Entonces ellos, que nunca les acaban de pertenecer, que nunca son del todo suyos, acaban sintiendo el fantasma del abrazo ajeno. Ellas empiezan mirándolos…como si jamás hubieran visto a otro hombre. Ellas, que podían haber reclamado el amor de cualquier otro. Los quieren por su cerebro y por su cuerpo que es como un muro alto contra el que protegerse. Los quieren por su aplomo. Por su paciencia. Por su amabilidad. Les admiran.De ahí, surge el hechizo. Son hombres que saben de todo. El mundo entero cabe al otro lado se esas maravillosas gafas…
Los aman
…porque sospechan que pueden resolver las incógnitas que las acompañan. Relaciones en las que triunfa la inteligencia sobre la carne.
Eso buscan las mujeres. Este tipo de hombres. El conocimiento. La madurez. La verdad. Neuronas…que brillan mas que cualquier diamante de compromiso. Sin embargo, ellas para ellos son lotes de belleza, como un fogonazo concluyente y devastador y les cuesta quererlas más allá de su cuerpo. Pero el amor nunca es lo que parece y se convierte en un callejón sin salida donde, paradójicamente, se acaban perdiendo. Ellas, que los ven los mas listos en el país de los genios. Entonces, no es la sabiduría lo que las salva de todo? Ellos sienten el abrazo mullido en la espalda, su pecho palpitante, su carne tierna pero los hombres solo se quedan con eso. Como adentrarse más allá del prodigio de esa carne que los hipnotizo al principio?