«Hay una pared desconchada y fea, una pared carcelaria como las de todas las cárceles del mundo. Ella se pinta los labios con carmín, los embadurna abundantemente hasta que quedan espesos y tentadores. Después besa la pared y deja impresa una marca roja y estriada que se convierte en boca, y alrededor de ella, con el lápiz de ojos, esboza con delicadeza la forma de una cara, traza el pelo, los brazos; todo el cuerpo va saliendo de la punta oscura, con esmero y arte. Finalmente, cuando está completo el dibujo de una mujer, escribe debajo su nombre».
–Vivo en el piso que alquila la madama, en el reparto Sur; es decir, vivimos. Es un piso alto en el edificio. Desde la ventana se ve la ciudad, los arrabales y los cerros, con el volcán al fondo. Es precioso todo lo que abarca la vista los días que está despejado y el sol brilla. Colores, reflejos, la gente, la vida ahí afuera. Lo miramos desde aquí como desde una prisión. Hablamos de nuestras cosas y contamos anécdotas de la vida de puta, que son miserias y dolores. Aunque a veces nos reímos. Todas quieren volver a su aldea, con los suyos, pero no nos atrevemos. Estamos prisioneras. Nos maquillamos para mentir a los clientes y hacerles creer que somos las más hermosas; pero en realidad somos esclavas y nos engañamos a nosotras mismas.